Acto CXX: Vuelta a casa de nuevo

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El frío arribó tal como el barco lo hizo al alcanzar tierras heladas, pertenecientes a las costas de Yettos.
Al fin volvía a su hogar, su gélido pero dulce hogar. Anhelaba volver a ver a D'Erso más que a nadie, pero no podía olvidar a Azmor, a quien admiraba desde hacía años. Luna, Tyruss, Wills e Inisthe no se quedaban atrás, todos ellos grandes amigos con los que tantas experiencias había compartido, así como Daila, Óbero, Diolo y los demás.
Cuando la embarcación arribó a un pequeño puerto pesquero cubierto de nieve donde el hielo se solidificaba sobre la piedra, Kayt descendió el primero y se despidió apenado de Dillava y Kattre. Algún día, gracias al teléfono de la divertida mujer que con cariño guardaría, volvería a contactar con ellos para pasar un día agradable en su ciudad, Fortinarok. Les había prometido que volverían a encontrarse, y así se despidió con una sonrisa cándida.
El joven se alejó del navío con las manos en los bolsillos, seguro de portar sus más íntimos recuerdos en la mochila y a Tempestad perpetua en el cinto.
Al cabo se encontró bastante lejos de la costa, cerca de la primera fila de árboles nevados que conformaban el bosque. Desde allí, Kayt apreció cómo Dillava descendía del barco con ayuda de Kattre. Tenía la mirada puesta sobre el joven, a quien aún conocía como Valen sin saber que era una mentira ocurrente. Fue entonces cuando Kayt alzó la mano y la agitó, diciéndole adiós. Pudo vislumbrar una bella sonrisa, tan radiante que se distinguía tan viva incluso desde la lejanía.
Tras eso, guiado por un cartel con forma de flecha que apuntaba hacia los adentros del bosque nevado, Kayt se sumió en la frialdad del ambiente septentrional. Según el indicatorio, el camino tomado conducía hasta Rikoskos, una urbe pequeña pero moderna, tanto que incluso contaba con una universidad tecnológica. Rikoskos disponía de una ruta a través del territorio boscoso que conducía hasta el pueblo de Borbos, cercano a la fábrica de Terdón Melíferas. Allí, Kayt tenía pensado comprar cuanto antes algunas botellas de hidromiel. Siempre la adquiría en la sede, ya que salía más barata que en tienda y además no le quedaba lejos. Después, botella en mano, volvería a Bastión Gélido tras horas de camino a pie. Nada podría pararlo, ni la más poderosa ventisca invernal.

De repente, Azmor sintió lo que parecía ser un escalofrío mental. Pensó rápidamente que podía tener relación con aquella ocasión en la que despertó ajeno a todo, pero estaba equivocado. Esta vez era una sensación afable, de nostalgia y entusiasmo. Eso solo podía significar una cosa, y el maestro mental la sabía bien: el retorno de un amigo.
Kayt Dracorex se acercaba. Estaba de nuevo cerca, tras tanto tiempo perdido. Con él también vendría Aia, por lo que sería una alegría por duplicado. Azmor estaba deseando reencontrarse con ambos, así que decidió contactar con las dos personas que sabía que mejor lo encajarían.
—¡Ya están aquí! —exclamó Azmor con júbilo al irrumpir en la sala de NeoMenta.
D'Erso abrió atónita la boca, y Berillio sonrió exponiendo su cuidada dentadura. Azmor no tuvo ni que pronunciar sus nombres para que ambos lo entendiesen.
—¿Estás seguro? —preguntó la chiquilla, el corazón a mil por hora.
Con las manos cruzadas y el sombrero ensombreciéndole medio rostro, Azmor asintió. Su convencimiento era pleno.
—Los conozco demasiado bien como para equivocarme, pequeña —alzó la barbilla y esbozó una sonrisa confiada.
D'Erso se entusiasmó tanto que se incluso levantó de su silla, abandonado la penumbra que turbaba su semblante. Se llevó las manos a las mejillas, guardándose para sí su ilusión.
—¿Cuánto crees que tardarán? —preguntó un intrigado Berillio, algo más calmado.
—No lo sé —dijo Azmor—. Solo sé que ya están en Yettos, cada vez más cerca.
—¿Sientes algo más? —le preguntó la interesada D'Erso, las manos ejerciendo presión contra la mesa.
Entonces, Azmor cerró los ojos y optó por indagar más hondo en busca de detalles. No le fue fácil, pero gracias al esfuerzo de las ondas pudo hallar algunos sentimientos difuminados. Sin embargo, también sufrió un rápido escalofrío que rozó su piel como una hoja letal.
—Tristeza —declaró, y la palabra retumbó por toda la sala—. Falta, sed, impaciencia. Deseo.
D'Erso frunció el ceño. Aquellas palabras sueltas podían significar cualquier cosa, pero Azmor no podía especificar debido a la falta de contexto. La chica tan solo esperaba que no fuera algo malo; no se podía negar que algunas de las palabras lo parecían.

Kayt caminó de forma veloz por las calles del pueblecito llamado Borbos, logrando escapar con éxito. Unos carteles anunciaban a las afueras que, atravesando el bosque nevado, se podía llegar a Terdón Melíferas, la fábrica de productos meleros.
Sin dudarlo, Kayt tomó aquel camino ansioso. Como iba a paso acelerado, logró ver pronto el contorno de la gran fábrica. Era día festivo, pero en el negocio siempre había alguien, así que tocó el timbre sin dudar. Tuvo que esperar bastante, pero finalmente un hombre de rostro simple y apagado le abrió la puerta.
—¿Hola? —preguntó, ceja arqueada.
Al instante, Kayt le dio la mano.
—Encantado —dijo con una sonrisa—. Soy Kayt, vecino vuestro. Me gustaría comprar una caja de botellas de hidromiel. Ya sabes, de esas que traen seis.
—De acuerdo, ahora mismo se la traigo —declaró el sujeto—. No suelo vender a compradores individuales, pero en fin. Al fin y al cabo, te has molestado en venir siendo fiesta.
—Vengo por aquí con frecuencia, pero nunca te había visto —comentó Kayt mientras intentaba identificar su rostro.
—Eso es porque siempre estoy ocupado  —dijo—. Soy Buround Mel, gerente y propietario de esta empresa.
Kayt se sobresaltó. Nunca lo había visto en persona, aunque solía leer su nombre en las botellas.
—¿En serio? —dijo enérgicamente—. Soy su fanático, Mel, en serio.
Buround dejó escapar una discreta carcajada.
—Me han dicho cosas bastante extrañas, pero nunca eso.
—Sus productos son mis favoritos —aportó un animado Kayt—. Su miel es indudablemente la mejor que hay en el mercado. Siga así, Mel.
Algo avergonzado, Buround le dedicó una sonrisa y entró acto seguido en la fábrica a por el pedido. Al volver a salir, le entregó la caja a Kayt por el asa y recibió el dinero.
Tras despedirse de Buround, Kayt marchó con buen ritmo hacia Bastión Gélido. No se pudo resistir y abrió por el camino la caja para arrancar la primera botella y tomársela. Retiró la rosca usando el poder de la mente, y dio un primer trago con todas sus ansias.
La hidromiel le hizo poner los ojos en blanco. Ni siquiera la recordaba tan buena. Era como ambrosía de dioses para él, excelente e incluso capaz de cerrar heridas. Tardó poco en tomarse la botella entera, y casi fue a por la segunda, pero se contuvo a tiempo. Igualmente, no tardaría mucho más en necesitar más del elixir de los guerreros.
De repente, el corazón de Kayt se aceleró. Caminaba por un sendero entre los árboles que la nieve ocultaba, con apariencia de ser largo cual centenar de serpientes. Sin embargo, tenía sensaciones bajo la piel que habían permanecido ajenas desde hacía mucho tiempo, y cada vez se sentía más nervioso. Su llegada era inminente.
El primer vistazo a la colosal estructura trasera hizo que esbozara una sonrisa. Por fin, después de tanto tiempo, estaba allí. Kayt no pudo evitar correr para llegar a la entrada, y llegó incluso a impulsarse con el poder de la mente para alcanzar antes la puerta. No obstante, volvió a caminar con normalidad al colocarse ante su imponente fachada.
No tardó mucho más en avistar frente a la puerta a tres figuras familiares, así como inconfundibles: D'Erso, Azmor y Berillio. Los tres quedaron absortos al verlo, pues al parecer llevaban largo rato aguardando su retorno. Kayt cargó hacia ellos con el corazón en un puño.
Cuando al fin llegó, sintió cómo los brazos de alguien rodeaban su cuerpo sin deseos de soltarlo en una buena temporada. Kayt le devolvió a la chica la efusiva muestra de cariño. Lo había estado deseando.
—Te he añorado tanto durante todo este tiempo —pronunció la dulce D'Erso, las lágrimas empañando sus ojos.
—Y yo a ti —Kayt no fue menos.
Con delicadeza, el joven se ocupó de posicionar los pies de la chica de nuevo en el suelo. Su rostro le parecía incluso más hermoso, como perfilado por una mayor sabiduría en sus ojos.
—Te veo distinto —dijo D'Erso, aún precipitada.
Llevaba razón. Su barba había crecido hasta parecer más salvaje, y tenía el cabello enmarañado debido a la falta de higiene. Se le había oscurecido levemente la piel, aunque no demasiado: seguía siendo más pálido de lo normal. Además, las ojeras habían crecido bajo sus ojos síntoma de la desolación.
—Tú también. Estás... más guapa.
D'Erso se ruborizó y ocultó con la mano una sonrisa pícara.
Al levantar la cabeza, Kayt vio también los rostros consternados de Berillio y Azmor. En un principio, debido al éxtasis del abrazo, ni siquiera entendió el motivo de su preocupación.
—¿Dónde está Aia? —preguntó Berillio con el corazón a mil por hora. Pensó que sería Azmor, su amigo de toda la vida, quien lo preguntara, pero se temía que ya lo había intuido.
D'Erso se preocupó también, dejando así de sonreír. Esperaba una respuesta indolora, pero no siempre había esa suerte.
Así, para que el frío no congelara las lágrimas que pronto serían derramadas, Kayt se llevó a sus amigos al interior de Bastión Gélido. Allí se cerrarían cabos, aunque la pena florecería una vez más. Al menos esta vez no se lamentaría en soledad.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora