Acto XXXIII: Cara a cara

28 4 0
                                    

Despertó atada a un árbol de gran altura, de tronco ancho y rasposo. Una serie de cuerdas la mantenían presa contra la estructura vegetal, ciñendo dolorosamente su piel. Tres correas atadas estratégicamente sobre su caja torácica le dificultaban la respiración. Era imposible que escapara de allí, al menos por sí sola. Comenzó a retorcerse en busca de alguna cuerda débilmente atada que le permitiese escapar, pero una irritante risa la interrumpió.
—Ja... ja... ja... ja... ¡JA!
Aquellas carcajadas no podían sonar peor.
—¿Quién eres? —preguntó ella con el corazón en un puño.
—¿Que quién soy? Raro es que no me conozcas. Todos los yettianos reconocen mi voz con solo oírla. Y, después, la temen. No es de extrañar, pues soy alguien muy carismático. Soy el terror hecho persona, por así decirlo —pronunció su captor con un característico acento regional y voz nasal. Se colocó entonces frente al árbol donde se encontraba presa la chica. Su sonrisa de dientes torcidos le heló la sangre—. ¿Te acuerdas ahora de mí?
La chica comprendió al descubrir quién era que no podía estar en más ominosa situación.
—Oh, Nevkoski.
Entonces, la joven llamada Alissa Black se dio cuenta de la crudeza del problema en el que se veía inmersa. Estaba ante Nevkoski, el cabecilla de la banda más peligrosa de toda Yettos. En más de una ocasión habían intentado sus hombres y él destruir la base de Bastión Gélido para hacerla suya, pero sus planes eran chafados una y otra vez.
Nevkoski era, por así decirlo, el típico yettiano. No era muy alto, tampoco corpulento. Su pelo era negro como el carbón, el flequillo recto a algunos centímetros sobre el ceño. Tenía ojos pequeños y sombríos, nariz afilada y una gran mandíbula de prominente mentón. En resumidas cuentas, no era alguien muy agraciado. Siempre iba muy bien cubierto, lo ideal para recorrer la taiga. Llevaba encima varias capas de piel, además de un habitual abrigo de cuero pardo.
Como él mismo afirmó, causaba pavor por toda Yettos. Tenía una tendencia megalómana a arrasar con todo a su paso cual dios enfurecido y proclamarlo como suyo después. Muchos lo veían como un completo loco, y no había nada peor en una persona de sus características que el hecho de que otros de su calaña creyeran en su palabra y lo siguieran ciegamente. Solía ir acompañado por algunos de sus mejores hombres, comandantes de sus devastadoras tropas.
Nevkoski disfrutaba jugando con la cordura de sus víctimas, y con Alissa no iba a ser menos. Así pues, colocó suavemente su mano sobre la mejilla de la mujer, acariciándosela de una manera demasiado sospechosa. Sus gestos guardaban una enorme lascivia.
—Eres una chica hermosa, y no parece que seas de aquí —le dijo con una horrible sonrisa de dientes torcidos y amarillentos.
—Suéltame, capullo —los ojos de Alissa ardían con furia—. Soy yettiana hasta la médula.
—Una chica con carácter, eso me gusta —rio de forma escalofriante—. No pienso matarte, tenlo claro. Tan solo te golpeamos para poder traerte hasta aquí. Sé que todos tus amigos (que son unos idiotas de provecho, por cierto) vendrán pronto a salvarte y caerán en nuestra trampa. Nunca dejan a nadie de lado, ¡qué tontos son! Será eso lo que les condene a la muerte. Observa la caída de tu amada base, pelirrojita.
Nevkoski empleaba un tono de voz temible, tan frío como las tierras que habitaba. Para desesperar aún más a su prisionera, agarró de forma delicada uno de los mechones rojos de Alissa y lo revolvió en torno a su dedo. La mirada de su víctima rezaba: "te mataré".

Las sugerencias de Kayt fueron tenidas en cuenta, y un pequeño equipo se unió delante de la puerta principal de Bastión Gélido con la intención a encontrar a Alissa tan pronto como fuera posible. Junto a Kayt se encontraban Inisthe, Luna, Tyruss, Azmor y Aia. D'Erso marchaba también con ellos, aunque lo haría bajo la protección del escuadrón. Tenía ciertos conocimientos sobre el manejo de armas de fuego que Luna le había inculcado, aunque su precisión no era la mejor. En cambio, su maestra de armas tenía una puntería excelente. No había vez en la que no acertara allá donde deseaba, aunque disparar a matar no era su opción preferida. Prefería la paz de los trabajos de administración. Tyruss, a su lado, portaba del mismo modo una pistola en el cinto. No era muy dado a usarla en exceso, destacando más por una agilidad increíble y una gran improvisación en situaciones cruciales. Le gustaba apañárselas con poco más que sus manos callosas.
Por otro lado, Inisthe se había convertido en un excelente luchador. Manejaba la pistola con la mano izquierda, aunque la había dejado en desuso. Prefería el uso de su afilada mano de hierro. Si se usaba de manera correcta, podía ser tan letal como una espada. Era capaz con ella de atravesar la delgada piel de los cuellos y provocar profundas heridas en los rostros enemigos como había demostrado tres años atrás con el guardián Porthon. A veces, Inisthe era capaz de sentir la mano perdida en el lugar que le correspondía. Era una sensación de lo más extraña, y le habían explicado que era algo habitual en las personas víctimas de mutilaciones. Se golpeaba contra la triste realidad cuando intentaba moverla y recordaba que lo único que de verdad estaba allí era aquel repuesto de pacotilla.
Berillio los acompañaba también. Sin embargo, su intención no era la de marchar junto a ellos. En cambio, pretendía despedirlos y desearles suerte. Poco más podía ofrecer. Las misiones de acción no eran lo suyo. Con su sobrepeso se cansaba enseguida, por lo que prefería permanecer en la sala de NeoMenta ocupándose de sus muchos asuntos pendientes. Trabajar a la tradicional era lo que mejor se le daba.
—Tened mucho cuidado, chicos —les pidió Berillio—. Como ya sabéis, los exteriores de Bastión Gélido son peligrosos. No hace falta adentrarse en el corazón de la taiga para vivir el terror en las carnes. Por tanto, encontrar a Alissa no os será fácil. Id con pies de plomo. Un paso en falso y cualquiera puede salir con un brazo de menos.
—Lo sabemos —dijo Kayt delante de todos.
—Usaremos nuestros poderes mentales para intentar localizarla —comentó Azmor, ambas manos a la cadera—. No será difícil si combinamos ondas.
—Eso espero —Berillio dio una palmada—. Os deseo toda mi suerte, que no es mucha. Espero volver a veros con Alissa entre vuestras filas.
Tras eso, el rechoncho hombre volvió directo al interior de Bastión Gélido. Una vez quedó libre ante las puertas oscuras del bosque nevado, el grupo comprendió que tocaba marchar en dirección a algún lugar desconocido. No sabían a qué clase de peligros deberían enfrentarse bajo las altas y nevadas copas de los árboles yettianos, pero afrontarían lo que fuera con tal de dar con Alissa. Mientras la mente los acompañara no tenían por qué temer.
Bien armados y en alerta en cada segundo, el reducido pero eficaz equipo recorrió los alrededores con total cautela. Sabían que, por muchas que fueran las armas con las que contaban, se verían en una amenaza igual de espantosa en caso de que alguno de los animales carnívoros que abundaban por aquellos lares se les cruzara. Pocas cosas podían encontrarse más abominables que una manada de lobos o uno de los solitarios pero gigantescos osos herpentos. También se hablaba de la presencia de criaturas paranormales y fantásticas que aterrorizaban a los menos escépticos. Mas las criaturas del bosque no eran el mayor problema, sino el hombre. Tenían la desgracia de conocer bien al ejército de Nevkoski y por tanto conocían parte de la infinidad de tácticas que dominaban para causar devastación el enemigo. Podían encontrarse en cualquier lugar, y si descubrían su presencia la sangre mancillaría una vez más la blanca nieve. Los soldados de Nevkoski eran viles, y no dudaban jamás en apretar el gatillo o desenvainar la espada. Algunos podían llegar a parecdr un poco estúpidos (lo que parecía caracterizar a gran parte de los bajos yettianos), pero aquellos que actuaban con dos dedos de frente eran tan mortíferos como su cruento líder. Llevaban al extremo la ambición de Nevkoski de tomar el control por las malas del sur de la región. No había nada que hiciera más daño que un buen orador con intenciones ávidas de poder.
Kayt, Azmor y Aia marchaban delante de todos los demás, alejando enormes nubes de energía para intentar localizar a Alissa. Las ondas recorrían las inmensas áreas una y otra vez, escrutando todo aquello a lo que le latiera el corazón. Descubrieron la presencia de pequeñas formas de vida, probablemente pequeños mamíferos o aves, pero ni rastro de la pelirroja.
Mas de repente todo se vio alterado cuando Azmor localizó algo mucho más grande que cualquier pajarillo de las nieves.
—¡Ay! —exclamó el maestro al tiempo que daba hacia atrás un respingo.
—¿Qué pasa? —Luna acercó dos dedos al arma.
—Hay alguien más en las cercanías —contestó Azmor rápidamente, y además se preparó para atacar con puños reforzados con ondas—. Por Haast, que sea Alissa.
Para defenderse como solo ellos sabían, los siete formaron un círculo en el centro del claro en aras de cubrirse las espaldas los unos a los otros. Gatillos listos y poderes dispuestos, cada componente del equipo se hizo consciente de la posiblemente inminente confrontación.
Y entonces, Kayt percibió algo que lo turbó en un primer momento. Era probable que no tuvieran que pasar a la ofensiva.
—¿Alguien más has dicho? —le preguntó a Azmor, mascullando—. Yo diría que algo más.
De repente, el ser del que se había hablado emergió de entre la maleza. No era sin embargo ningún súbdito de Nevkoski, tampoco un temible oso herpento. Era nada más y nada menos que un alce de las nieves, una criatura inusual. Tenía un tamaño de tres metros de altura, cornamenta incluida. Le crecía sublime hacia ambos lados, con una extensión del tamaño de un hombre adulto. Rebosaba de romos filos cubiertos por un tejido parecido al terciopelo. Poseía un cuerpo que eclipsaba en tamaño y corpulencia a todo humano, cubierto por un pelaje más denso que el de los alces comunes de tierras templadas. Cuatro delgadas patas se desplazaban sobre la blanca nieve con delicadeza. Su paso era suave para su bestial tamaño.
Muchos de los miembros del equipo habían visto alguno en ocasiones previas a pesar de tratarse de seres esquivos que preferían ocultarse de los humanos. Muchos de los de su especie habían caído por las balas de los cazadores, que colocaban los cráneos con las espectaculares cornamentas como trofeo sobre las chimeneas de sus hogares.
—Haced el favor de no moveros... —susurró Kayt, el corazón acelerado. Se sentía cautivado por su espectral belleza, asustado al mismo tiempo.
El portentoso alce siguió caminando frente al espectante equipo como si ninguno de ellos estuviera allí presente. Durante un instante, la criatura se detuvo para mirar a Kayt. Los ojos del animal de las nieves eran de un negro azabache, con cortas pestañas sobre los párpados. Profundos y llenos de sentimiento, se asemejaban a los de una persona. Aquellas esferas oscuras se mantuvieron fijas sobre Kayt durante unos segundos, como si quisieran decirle algo. El joven, llevado por el misterio, indagó en ellos. Nada pudo deducir de su escaso (o nulo) raciocinio.
Acto seguido, la criatura relinchó agresivamente. Continuó con su avance entre las nieves como si no hubiese visto nada. El alce desapareció cual espectro del bosque, guardián y protector del mismo, como si nunca hubiera estado ahí. Fue un momento tenso, pero a la vez hermoso y cautivador.
Finalmente, cuando el animal estuvo lo suficientemente lejos de ellos, el equipo pudo deshacer el círculo de protección que habían formado para continuar con la tarea principal. No había tiempo que perder.
—Qué alivio —D'Erso apoyó las manos sobre las rodillas—. Pensé que esa bestia arremetería contra nosotros...
—No mientras permaneciéramos tranquilos y no supusiéramos una amenaza para él —razonó Aia—. Son animales que se rigen por una serie de reglas arbitrarias.
—Lo mismo se aplica a cualquier otro gran herbívoro —Tyruss se hizo el inteligente.
—Pero mejor no intentarlo con cualquier carnívoro —sonrió Luna a su lado.
—Sí, yo al menos aprecio demasiado la mano que me queda —refunfuñó Inisthe.
Kayt había sido quien con mayor impacto había vivido el momento. Aún permanecía boquibierto.
—Ha sido, ¿cómo decirlo? Simplemente impresionante. El alce me ha mirado a los ojos.
—Tienes una gran conexión con los animales, Kayt —le recordó Aia—. Siempre se te quedan mirando o te salvan de alguna situación peliaguda.
—¿Por qué crees que será? —el joven seguía dudando respecto a ello.
Aia era incapaz de enumerar la de veces que le había formulado aquella pregunta. De igual manera, siempre respondía igual.
—No sabría decirte con exactitud, pero lo más probable es, como ya sabes, que esté relacionado con el poder de la mente.
Inisthe, a un lado de ellos, hizo girar la mano orgánica en el aire como para expresar su repulsión hacia la mucha habladuría que pasaba sin pena ni gloria por sus canales auditivios.
—Ay, ¿pero por qué todo está siempre relacionado con el poder de la mente? —protestó—. Nos dejáis en segundo plano a los comunes y corrientes.
—Es lo que hay —dijo Azmor burlonamente. Llegó incluso a revolverle el cabello a Inisthe, aunque este se apartó tan pronto como tuvo oportunidad—. Más suerte en la próxima vida.
Después, alejado del maestro, Inisthe se colocó correctamente el cada vez más largo flequillo sobre el lado derecho de su rostro. Detestaba que le tocaran el cabello.
—En fin, debemos seguir con esto si queremos encontrar a Alissa —dijo Luna seriamente, las manos a la cadera—. Ese alce nos ha robado mucho tiempo, y debemos recuperarlo.
De una vez por todas, la chica se adelantó y decidió dirigir al escuadrón. Se sentiría orgullosa de ser quien los guiaría a través del bosque que tan bien conocía.
Y, sin queja alguna, todos la siguieron.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora