El acero colisionó agresivamente cuando ambas hojas hicieron contacto por primera vez. Un segundo golpe aún más veloz hizo rechinar los filos de las espadas, retirándose ambas tras tan estrepitoso chillido.
—Cada día me gustas más, Neive —pronunció Nevkoski mirando a la chica con atentos ojos.
—Yo poder decir lo mismo de ti, Nefoski... ¡Pero ahora tú luchar debes! —y Neive se arrojó con vehemencia hacia su amante.
En su osada ofensiva, la guerrera trato de asestarle un tajo revés que fue bloqueado ágilmente por él. Nevkoski fue quien contraatacó con otro mandoble más, esta vez directo a la parte baja, siendo bloqueado con éxito por un golpe firme por parte de Neive. Opuso una fuerza descomunal, tanto que pareció que fuese a quebrar su espada. Pero el acero con el que allí se trabajaba era demasiado formidable como para sucumbir en un mero entrenamiento.
Un ataque tan arriesgado como aquel hizo que Neive cayera al suelo, mas rápidamente volvió a ponerse en pie con la guardia activa y la espada por delante. No podía permitir que su amante le ganara ventaja.
—¡Tú seguir así! —gritó Neive emocionada, el frío de la espada recorriendo su cuerpo como si fuera una extremidad más.
Tal como la guerrera de ojos lobunos le pidió, Nevkoski volvió a atacar. Dio en el acto un grito gutural que animó a sus seguidores, cuyo número no dejaba de crecer. Amaba la admiración ferviente que habían desarrollado por él.
Durante la carga del combatiente, Neive se dio la vuelta a toda velocidad. Su adversario no vio venir que girara como una peonza en el aire con la espada en baja posición. A Nevkoski le pareció impresionante, todo un espectáculo visual de fría belleza. Pensó que no estaría mal aprender la técnica para algún día poder aplicarla.
Entonces le tocó el turno a Neive, que se ocupó de arrojar un mandoble firme contra Nevkoski. Fue bloqueado con tal dificultad que el espadachín cayó de bruces contra el suelo. Se pudo decir que mordió literalmente el polvo.
Desde el más humillante nivel, Nevkoski masculló algunas maldiciones. Los labios le sabían a tierra, lo que era repugnante. Aunque mejor eso que a sangre, pensó. Siempre había algo peor, tenía la desgracia de saberlo bien.
Se pasó la mano por la espalda, hecha polvo a causa detanto movimiento. Sentía como si cada vértebra le crujiese. A ese paso, Neive le rompería la columna en dos.
Aun así, Nevkoski volvió a ponerse en pie sin más detenimiento. Pero, al hacerlo, no tardó en darse cuenta de que la espada de Neive se hallaba a escasos centímetros de su rango de debilidad. La rápida reacción lo llevó a volver a agacharse para atacar aprovechando el terreno, pero Neive era de todo menos lenta. Hábil y eficazmente, la espadachina tuvo tiempo suficiente para asestar un golpe contra la endeble espada que Nevkoski sujetaba con debilidad.
Mientras la empuñadura casi se le escapaba de las manos, Nevkoski se dio cuenta de que ambos habían acabado siendo rodeados por espectadores ansiosos por ver quién saldría ganador de aquel reñido enfrentamiento. La gente animaba y vitoreaba, aunque casi todos por el nombre de Neive. Nevkoski tenía sus fanáticos, crecientes pero incomparables a la exacerbada adoración hacia Neive. Cada vez que oía ser pronunciado su nombre, sus energías iban a más.
—Esto va por vosotros, seguidotes míos —dijo al incorporarse, incapaz de rendirse.
Sin más, aquel a quien las apuestas desfavorecían volvió a empuñar la espada con tal valía que no tardó en asestar un osado mandoble contra Neive. La mujer gimió al recibir tan bruto ataque, y casi cayó al suelo. No obstante, logró mantenerse en pie al clavar la punta de su espada con cuidado sobre la tierra nevada del suelo. Manejaba con maestría su propio equilibrio, y a veces lo usaba en contra de sus adversarios.
Cuando volvió a tomar Neive una buena posición, Nevkoski ya se hallaba cerca de ella. Lo único que podía hacer para esquivar su ofensiva era dar una vuelta fugaz para escapar por su flanco derecho, y así lo hizo. Resbaló, y por poco no cayó. La coordinación de sus extremidades no le falló.
A pesar del inesperado movimiento, Nevkoski alcanzó a atisbarlo. Era habitual por parte de Neive buscar recovecos por los que escapar. Habiendo analizado su movimiento, blandió su espada en un arriesgado tajo y consiguió hacer saltar las chispas contra la de Neive. Casi tumbó a la mujer, pero, para buena fortuna suya, el filo de la espada la salvó una vez más. Todo se lo debía a su flexibilidad.
—¡Vamos, Neive! ¡Dale su merecido! —exclamó una voz grave en el idioma del pueblo. Nevkoski gruñó cuando lo entendió.
—¡Así se hace! —chilló alguien más.
—¡Neive!
—¡Dale fuerte, Neive!
—¡Nevkooooski! —lo animó alguien, quizá Dur Dhurk.
—¡Neive! ¡Neive! ¡Neive! ¡Entrégale la muerte!
—¡NEIVEEEEE!
La multitud de vítores cargados de ilusión, energía y rabia a partes iguales cubrió como un velo de poder moral a ambos luchadores. Fueron muchos los abucheos que Nevkoski recibió, pero no por ello desistió. En cambio, con mayor bravura se dispuso a arremeter acto seguido contra Nevkoski. Tanto uno como la otra jadeaban por un insano abatimiento mientras se enjugaban sus sudores con lo primero que hallaban a mano. Bufaron coordinados antes de volver a chocar de la misma forma barbárica con la que lo habían hecho previamente. No obstante, la confrontación dio una vuelta de tuerca cuando los relucientes ojos ambarinos de Neive se hundieron con frialdad sobre Nevkoski. Los de este, oscuros y desalmados, le respondieron con semejante fiereza.
"Venid a por mí", parecían decir la mirada de su valerosa amante.
"No dudaremos en hacerlo", gruñía la sombría de Nevkoski.
El momento de la colisión definitiva fue, sin duda, épico. Ambos arrojaban a diestro y siniestro gritos iracundos mientras corrían hacia el contrario espada en mano, siendo cada combatiente uno con el mismo acero.
A continuación, cuando los norteños impactaron como dos titanes de hielo, el metal rechinó con mayor intensidad que nunca. Saltaron chispas hacia todas direcciones, e incluso algunos espectadores cubrieron sus ojos. Tal fue el poderío cruzado que los mandobles llegaron incluso a reverberar. Se contarían exagerados relatos de lo ocurrido aquel día, y algunos no dudarían incluso en añadir algún que otro dragón en la leyenda de Nevkoski y Neive.
En un impacto tan bruto, solo uno podía salir victorioso. Y, teniendo en cuenta la irrefrenable intensidad, sería algo inminente. Más pronto que tarde, uno de los dos fue violentamente tumbado después de que su espada saliera volando dando vueltas en el aire lejos del campo de entrenamiento.
—No ha estado mal, querida... —un agotado Nevkoski carraspeó desde el suelo. Había sido derrotado una vez más, y no había estado lejos de ser cortado en dos. Cuando se entrenaba con mandobles de guerra, uno estaba en constante riesgo de muerte.
—Aún quedarte mucho, ¡ja, ja, ja! —Neive rio con una sonrisa tan dulce para Nevkoski como la miel de sus ojos.
Todos aquellos que vitoreaban a Neive alzaron los brazos con alegría y alabaron a la chica como a una diosa de la guerra. Su señora y deidad se volvió triunfante hacia ellos y hundió el acero en la nieve. Les agradeció todo el apoyo en la lengua endémica, además de añadir una reverencia.
—Condenados convenidos —masculló Nevkoski desde el oscuro rincón de la derrota.
Repentinamente, alguien cortó los gritos de alegría que a la guerrera alababan. Una sombra repentina surgió de entre todos los observadores, que se apartaban a su paso. Se trataba de Gñ-Okh T'Roth, que aplaudía lentamente mientras los afilados colmillos de su collar entrechocaban a causa de sus andares.
—Bravo, bravo, bravo... —pronunció Roth sin dejar de dar palmadas. En su voz parecía haber sarcasmo, aunque no era realmente así.
Roth no se detuvo hasta ofrecerle la mano a Nevkoski, que seguía en la sucia humillación del suelo. El perdedor la aceptó con gusto y fue de esta manera levantado sin dificultades por el enjuto jefe, que observaba analítico a ambos luchadores. Aunque no lo pareciese, había disfrutado en grande con el combate.
—Una pelea excelente —declaró con su habitual voz sosegada—. Neive, eres una luchadora de primera. No hay nadie vivo en esta aldea que pueda detenerle, eso ya nos ha quedado claro —Roth empleó con ella el idioma del pueblo, aunque sabía que dominaba a su manera el leurino—. Y tú, Nevkoski... no has estado mal. Aunque si lo que deseas es vencer a Neive, me temo que aún te queda mucho por delante. No obstante, luchando contra otros combatientes de menor categoría tienes todas las de ganar —el jefe fue sincero con él y le dedicó una sonrisa tan débil que no cualquiera podía apreciar—. No eres mal guerrero después de todo, al menos no para pertenecer al exterior.
Sus últimas palabras le resultaron a Nevkoski algo anticlimáticas.
—¿Me tomo eso como un halago o como un insulto? Igualmente te doy las gracias, Roth. Cada día voy mejorando, y llegará uno en el que nadie tendrá huevos a desenvainar un arma enfrente mía. Lo estoy deseando, je, je —Nevkoski se frotó las manos.
—Espero que llegues tan lejos como desees, sean cuales sean tus ambiciones —contestó de vuelta el recto cacique—. Como sabes, me gustaría asaltar cierto asentamiento que tú bien conoces cuando llegue el momento. Aún no: ya habrá tiempo para ello. Somos pacientes. Tú irás a mi derecha ese día, no lo olvides.
Nevkoski asintió rápidamente a pesar de estar en desacuerdo. No en el plan de invasión, sino en su idea de marcha. Él no iría a la vera, sino en el centro. Quedar en segundo plano era algo que nunca había consentido.
Aun sí, la idea troncal era demasiado tentadora. En ese contexto salió de sus labios una risa tenue pero perversa. Al mismo tiempo frotaba las palmas de sus manos en aras de no pasar frío, o al menos el mínimo posible. Las temperaturas de la aldea ridiculizaban las que envolvían a su amada Congelación. La echaba demasiado de menos.
"—Te llevaré algún día, Neive —pensó—. Te llevaré a mi hogar. Te gustará."
Una vez le hubo dicho lo que consideraba necesario, Gñ-Okh T'Roth procedió a marcharse con las manos entrecruzadas sobre la espalda. Caminaba siempre con esa misma postura a un ritmo suave, delicado y frío como un copo de nieve duras facciones.
Poco podía detener el avance de Roth, mas existía una voz que frenaba a cualquiera. Con razón, pues su bruto tono era capaz de movilizar hasta a las montañas.
Fue Dur Dhurk y no otró quien aterrizó ante él tras dar un salto que hizo temblar el suelo. Agitaba sus gruesos brazos cubiertos por un abrigo de pelo como la ceniza empuñando su porra del mismo tamaño que un perro pastor.
—¡Gñ-Okh T'Roth! —lo llamó, nervioso—. ¡To san des estrarus man van tas! ¡Do, et son ti raesh et kravos son darrmates arisk'hatara, va cristie ejeqi ponienti! ¡Et bibis tod ajrahs! —el pelirrojo grandullón no dejaba de balbucear.
Si había una pronunciación que entendiera perfectamente esa era la de su maestro de idioma, quien era precisamente Dur Dhurk. Aunque con dificultades, Nevkoski entendió lo que declaró con su cerrado acento. Se llenó de esperanzas después de haberlas perdido tras la estrepitosa derrota. Aquellos a quienes Dur Dhurk describió de forma brusca a Nevkoski le sonaban demasiado.
"¡Gñ-Okh T'Roth! ¡Unos extraños han aparecido! ¡Sí, y van liderados por un hombre gordo en un cañón y una ruda mujer con una lanza! ¡Y van todos armados!"
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AdventureUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...