Dos tortuosos días transcurrieron para el malherido Kayt. Por suerte para él, ni mucho menos sería su destino yacer entre las nieves eternamente. Tendría tiempo de sobra para resolver los muchos asuntos que lo concernían.
Respecto a la herida, presentaba una notable mejora. No era usual ver una cicatrización tan avanzada a las dos jornadas, pero los ungüentos arcanos de Adroyten y la ayuda de las ondas fueron de gran utilidad. Como pronto descubrió, podía andar e incluso correr con normalidad. Su cuerpo había vuelto a la medianía de sus capacidades, toda una suerte. Para finalizar, el dolor punzante se había reducido a un hormigueo mucho más modesto, fácilmente soportable.
La acogedora morada de Adroyten lo resguardó durante su posterior recuperación. A él le debía todo puesto que, sin su ayuda, hubiese muerto sin duda alguna congelado sobre nieve y remordimientos. El destino no lo quería ver muerto aún, por alguna razón. Tenía planes para él.
Los dos días que había pasado al pie de la hoguera en la cabaña fueron los más tranquilos en mucho tiempo a pesar de la molestia de la herida. Pasaba mañana, tarde y noche frente a los leños ardientes observando el bosque a través de la ventana. La actividad nocturna lo sorprendió. No esperaba tanto movimiento entre las espectrales criaturas de las tinieblas.
El joven tuvo tiempo de sobra para dedicar a la meditación, aunque echó en falta la sabiduría de Aia o la prosa de sus apuntes. Durante tantas horas inmóvil sin poder realizar ninguna tarea física no había mejor opción si no quería perder el tiempo. Así consiguió aumentar su nivel mental un pelín más, aunque no fuera demasiado. Poco a poco iba ascendiendo escalones y, algún día, si se esforzaba lo suficiente, llegaría al límite de aquella sinuosa escalera. La promesa de ser del todo invencible le parecía fascinante. Ansiaba la llegada de ese día, aquel en el que al fin sería considerado una Leyenda. Era indudablemente distante, pero tarde o temprano lo alcanzaría. Lo tenía claro.
"—Mi padre rebasó los límites, y eso no le impidió ser asesinado... —pensó—. Nada escapa al destino, ni siquiera el mayor de los poderes, me temo."
Pero eso no era un impedimento para Kayt. Necesitaba superar las barreras que le habían sido impuestas desde el nacimiento para poder establecer los cambios necesarios en su hogar, aquel al que había visto caer. Si una Leyenda ascendía como antaño sobre el resto, ¿no iría todo para mejor?
En cuanto a Adroyten, se había encargado de alimentar a su inquilino a base de vegetales comestibles que recolectaba y lavaba para despojar de parásitos, también de carne de venado recién cazado. Abatía un ejemplar cada pocos días con su escopeta de caza, probablemente el objeto de mayor tecnología en la totalidad de su morada. Adroyten salía todas las mañanas a temprana hora. No volvía hasta la hora previa al armuezo. Nunca olvidaba llevar una cesta de mimbre, su rifle y un cuchillo de caza. A pesar de su edad, rara era la ocasión en la que volvía con las manos vacías. Eso sí, procuraba siempre no arrebatarle a la madre de la naturaleza más de lo que debía. Su verde majestad era bastante codiciosa.
El anciano iba siempre cubierto con un abrigo de ciervo albino que decía haber cazado mucho tiempo atrás. Él mismo había curado su piel para vestirla, mimetizado entre las nieves.
—Ver aquel ciervo fue algo increíble —le contó Adroyten durante una de las noches ante la chimenea—. Fue como un espectro enviado por un ser superior especialmente para mí. Como una ofrenda por tanto esfuerzo después de todos estos años. Al fin sentí que todas mis acciones habían tenido valor. No desaproveché la oportunidad y apreté el gatillo. No fallé. No suelo hacerlo.
El candor del pelaje del ciervo lo volvía un espectro entre las ramas arbóreas. Vistiendo el abrigo, Adroyten era capaz de quedar inmóvil sin ser detectado ni por la más astuta de las bestias. Podía con esa ventaja disparar a sus presas sin vacilaciones para así llevarlos a la cabaña y cocinar su carne. No malgastaba ni una sola parte de ellos, así lo requería la naturaleza. Su perro Daken daba buena cuenta de los huesos, aunque algunas veces hacía tallas en ellos para crear armas o decoración.
No siempre cazaba ciervos, no obstante. A veces era mayor la fortuna en su camino y aparecía algún jabalí extraviado, o unas garzas blancas de gran envergadura y patas largas cuya carne sabía deliciosa en el caldo. Como no conocía su nombre completo, él las llamaba simplemente patilargas. Kayt tuvo la suerte de probar la pechuga de patilarga en un condumioso guiso, y le pareció un manjar de dioses. No solo por el sabor de la carne del ave, sino también porque Adroyten era un cocinero experto. Fuera cual fuese el plato que serviría, Kayt lo esperaba con ansias. Contaban con ese toque tan tradicional que evocaba en la memoria recuerdos de tiempos mejores.
La mañana amaneció gélida, como todas, pero aquella lo era más. El termómetro externo de Adroyten marcaba la friolera de menos catorce grados, claro indicio de que quedaba poco para el inicio del invierno. Tras comprobar la temperatura como hacía cada amanecer al despertar, Adroyten se dispuso a colocar una crema de hojas de salvacana sobre la herida de su huesped, que mostraba una clara mejoría. Podía incluso hacer rodar el hombro, lo que suponía todo un avance.
—La cicatrización ha hecho bien su trabajo —explicó el anciano retirando de la carne un paño húmedo—. Ya solo necesita unos cuantos días más para que deje de escocer. No uses cremas comerciales, pues no congenian bien con la esencia natural que ahora mora en la herida. Para ello te entregaré un bote del ungüento que yo mismo fabrico. Por si se te agota, los ingredientes son teniria del bosque, babucita negra, hojas de laurano y salvacana y savia de pino rojo. Recuérdalo.
Kayt asintió, aunque no tardó ni un segundo en olvidar aquellos nombres tan complicados. El único que permaneció en su cabeza fue la babucita negra, solo porque le hacía gracia. No había escuchado ninguno de ellos en su vida.
—Gracias por tanto, Adroyten —Kayt levantó el torso desnudo—. ¿Cuándo podré marchar?
—Ya.
El joven se sobresaltó.
—¿En serio? —preguntó—. ¿Tan bien estoy?
—Pues claro que sí. Tu movilidad es ya casi perfecta. Cuando quieras puedes salir por esa puerta y largarte —Adroyten señaló hacia la salida de su hogar—. Además, tus amigos deben estar muy preocupados. Imagina lo que estarán pensando.
—Ay, llevas razón. Deben creer que he muerto o algo. Y tampoco sé cómo acabó la batalla contra Nevkoski... —indicó Kayt disgustado. Reposaba la diestra sobre el pectoral opuesto al dañado. Se percató al observar su piel de cuán pálido se había vuelto—. Espero que bien. No imagino otra resolución.
—Ese Nevkoski debe haber recibido una buena paliza. No creo que haya sido al revés.
—Puedes estar seguro de ello —aseguró Kayt, ahora sonriente—. Íbamos ganando cuando dejé el combate, y, teniendo en cuenta cómo reducimos a sus hombres, deben haber caído. Ya era hora. No dejaban de incordiarnos, pero eso acabó. Sinceramente, disfrutaría viendo la cabeza de Nevkoski clavada en una pica nada más llegue. Ya puedo imaginarlo, y me hace mucha emoción.
—Ni que estuviéramos en la época medieval, chiquillo.
—¿No te gustaba a ti tanto el pasado?
Como Kayt lo hizo, Adroyten rio.
—Sí, pero no tan atrás. Cincuenta años en el pasado bastan.
—En fin, esos desgraciados no son nadie —Kayt apretó el puño, lo que le provocó un hormigueo incómodo—. Habrán caído como moscas.
—Pues por lo que te hicieron a ti no parecen ser moco de pavo —adujo Adroyten.
—Pero eso es porque me separé del grupo —comentó Kayt levantando ambas cejas a la vez—. Estaba enfadado e iba por mi cuenta, y eso me condenó. Me pasa a menudo. Nieblo a voluntad mi propio camino sin estudiar las consecuencias y no consigo atenerme a ellas. Es mi mayor defecto.
—Pues ya puedes empezar a hacer correcciones. Es la única manera de mejorar como individuo —Adroyten le guiñó un ojo—. Cuando quieras coge el ungüento y tu espada y márchate.
Kayt se puso en pie repentinamente. Con ello demostró su bienestar físico. Sus músculos volvían a ser los de siempre.
—Pues creo que es el momento ideal para hacerlo —declaró mientras se desperezaba—. El mencionar a mis compañeros me ha hecho desear verlos de nuevo. Algunos me tienen algo de rabia, pero tengo pendiente establecer nuevos lazos.
—Haces bien —le sonrió Adroyten, sosegado—. Haz la paz y no la guerra.
—Lo haré, siempre y cuando me lo permitan —dijo el guerrero mientras ceñía de nuevo la espada. Volver a empuñarla lo engrandeció—. Es imposible hacer la paz cuando un loco con ambiciones megalómanas llama a tu puerta.
Entonces, Kayt se guardó entre los pliegues de las telas rojas que vestía el bote con el ungüento. Comprobó mientras lo hacía que iba a necesitar prendas nuevas. El rojo disimulaba las manchas de sangre, aunque el agujero de bala nada podía cubrirlo. A continuación, se colocó su nuevo abrigo a los hombros. Piel del ciervo que comieron dos noches atrás, perfecto aislante contra el frío. Adroyten no solo era habilidoso, sino muy generoso.
Una vez a la intemperie, el joven se dirigió hacia el anciano que le había salvado la vida y le dio un afectivo abrazo. Adroyten sonrió como rara vez hacía y le dio unas palmaditas en la espada en señal de cariño. Así, ambos se despidieron definitivamente.
—Adiós, Kayt —lo sujetó por los hombros con unas manos demasiado firmes para su edad—. Sé fuerte y valiente. No caigas jamás.
—Puedes estar seguro. Aunque lo parezca, no es fácil abatirme —Kayt levantó el pulgar de la diestra—. No volverán a dispararme una sola bala más.
—Eso espero. Cuídate mucho, y recuerda: siempre que me necesites, aquí estaré —Adroyten levantó la palma de su mano extendida para despedirlo—. Un reencuentro no estaría mal.
Acto seguido, Kayt se distanció de él. Sintió el frío de la mañana en una cara acostumbrada al calor de la chimenea. Los primeros copos de nieve del día se derramaron de los cielos sobre él, y aprovechó para mirar por última vez a su anciano salvador. Le lanzó la sonrisa definitiva, y Adroyten se la devolvió con ojos llorosos. Sin duda apreciaba bastante a Kayt, aunque solo lo conociera de unos escasos tres días. Algo único irradiaba en él, algo que lo había hecho ver que el aislamiento no siempre era la solución puesto que aún quedaba gente decente por la que comprometerse. Él lo había salvado de las garras de la muerte como si fuese el cuidador de un pajarillo caído de un árbol. Debía sentirse hasta arriba de orgullo por ello.
Finalmente, Kayt captó el cerrar de la puerta. Marchó de una vez por todas a través del sendero trazado por la nieve, dejando atrás la cálida y acogedora cabaña y a su amigo de avanzada edad en dirección a Bastión Gélido. Cuánto lo añoraba. No conocía precisamente bien el camino de vuelta, pero se hacía una idea después de lo que Adroyten le había contado sobre la ubicación de su morada. Solo debía dejarse guiar por su instinto, y estaba más que habituado a ello.
Kayt andó perdido durante horas, aunque le parecieron parecieron días completos. Se detuvo a medio camino para observar una construcción entre árboles que durante ninguno de sus paseos había avistado. Alguien había eregido una cabaña de acceso libre entre los troncos de dos coníferas. Una pareja de garzas níveas se había instalado en su interior para criar a sus polluelos. Kayt no se acercó. Sabía cuánto daño podía hacer un pico de tres palmos de longitud.
El joven prosiguió caminando sin descanso hasta que esbozó una sonrisa. Se detuvo. Aquella área le sonaba bastante, por no decir que la conocía como la palma de su mano. La posición de los árboles, las vallas enterradas por la nieve, las grandes rocas por las que recordaba haber caminado para aprender a mantener el equilibrio. No cabía duda de que había vuelto a su hogar.
Emocionado, Kayt echó a correr atravesando los árboles hasta que visualizó entre el ramaje una imponente figura que reflejaba en sus cristales un mar de nieve. La modernista fachada del edificio principal de Bastión Gélido era inconfundible. No vio por ningún lado una pica con la cabeza de Nevkoski como tanto deseaba, pero en el fondo no importaba. Le bastaba con estar allí, de vuelta al único lugar que podía llamar hogar.
Tan emocionado estaba que apartó de su camino unos matojos molestos y se dirigió con prisas hacia la entrada del edificio, donde avistó dos figuras inconfundibles: D'Erso y Aia. Ambos dibujaban en sus facciones tristeza y preocupación. Kayt supuso que era por su desaparición, aunque tampoco podía confirmar nada. En un principio pensó que a nadie le importaría su muerte, que estaría mejor bajo tierra que dando problemas a golpe de espada, pero poco a poco fue cambiando de idea. Todo gracias al sabio Adroyten, supuso. Comprendió algo que se había negado a ver cuando apreció el cambio de rostro de ambos amigos suyos, como si fueran cegados por una luz esperanzadora. No estaba solo. De hecho, nunca lo había estado.
Tanto su maestro como su amiga se dirigieron hacia él a toda velocidad y lo abrazaron con efusividad. No importaron las diferencias en ese instante. Un sueño realizado latía en el aire. Lo añoraban demasiado.
—¡Ay! Cuidado con la herida, chicos... —Kayt se sintió dolorido debido a la presión que ejercían contra su hombro. No por ello dejó de sonreír.
—Pensábamos que habías muerto, Kayt —comentó Aia, muy alegre por volver a ver a su alumno. Lució de nuevo aquella sonrisa suave—. En el fondo siempre me dije que era imposible.
—Qué alegría verte con vida —le dijo D'Erso mirándolo fijamente a los ojos. Lo atraían como imanes—. He pasado dos noches en vela.
—Lo mismo digo —continuó Kayt, que suspiró—. Ahora lo entiendo. Me alegro de veros a ambos.
Acto seguido, el joven guerrero se separó de ambos. Los abrazos fueron de agradecer, pero debían tener un fin. Les contó sus peripecias mientras volvían juntos al interior del bastión, donde esperaba que se le informase respecto al resultado de la guerra al tiempo que se frotaba las manos para entrar en calor al pie de la chimenea. Tampoco estaría de más una buena jarra de hidromiel.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AdventureUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...