El marinero no andaba lejos cuando avistó a sus clientes, por lo que arrimó el navío a la costa para que pudiesen subir.
Al instante se percató del mal estado general en el que se encontraban, incluso dejándole la cubierta ensangrentada. Además, le pareció que incluso faltaban algunos. Eso solo podía significar una cosa.
—¡Vamos! —exclamó una alarmada Alissa al entrar cojeando a la cabina. La bala seguía incrustada en su costado—. ¡Rumbo a Yettos! ¡Tenemos prisa!
—Desde luego —dijo el angustiado marinero—. ¿Se puede saber qué ha pasado?
Inisthe, que acababa de entrar, decidió responder.
—Lo hemos arriesgado todo y no hemos recibido nada a cambio —mientras mascullaba de dolor, se dejó caer al suelo—. Hemos perdido demasiado.
El dueño del barco no dijo nada, pues prefería no conocer detalles. Abominable debía haber sido lo que les hubiera pasado para acabar como recién salidos de una guerra.
Con las aguas por delante, Aval daba palmadas en la espalda a Wills, pues el joven no paraba de llorar. Su grotesca cavidad ocular escocía demasiado, pero no podía hacer nada aún por aliviarlo. Debía esperar a llegar a Bastión Gélido, por lo que el viaje iba a hacérsele especialmente largo.
—¿Y si no llego vivo a Yettos? —sollozó.
—Claro que llegarás, zagal —Aval le dio otra palmada, y hasta algo tan insignificante le provocó molestias—. Ni que te hubieran atravesado con una espada.
Wills levantó la vista hacia Aval, quien tuvo que presenciar el horror que se había originado en su rostro. Aún quedaba en el interior de la cuenca un resto del globo ocular, aunque parecía haber estallado en una sanguinolenta masa rosácea de fluidos y carne. La piel de alrededor se había vuelto en carne viva, arrugada e infectada. Era tal la masacre brotada donde alguna vez hubo un ojo que toda la mejilla se había teñido del rojo de la sangre.
—No te mires a ningún espejo hasta que no te hayan curado, ¿de acuerdo? —le pidió Aval.
Aterrado, Wills asintió. Se había pasado con anterioridad la mano por la herida, y la ausencia del ojo lo había horrorizado. Además lo consumía un dolor ardiente, cada vez más acuciante. Sería mejor que se concentrara y no pensara en las consecuencias, pues aquel terrible tormento volvería a acosarlo. No veía más que negro, y un recuerdo tan espantoso solo podría perecer en sueños.
Luna, la única que había logrado salir impune del enfrentamiento, recostó los codos sobre la borda y observó el mar de Oz con el rostro más vacío que jamás hubiese visto la luz.
Cada vez que miraba la cristalina superficie de las aguas veía a Tyruss. No solo podía volverlo a ver, sino que también era testigo una vez más de su caída. Ella misma había tenido que hacerlo, y aún podía escuchar la bala que hizo trizas su corazón.
Jamás volvería a ser la Luna de siempre. Un acto como aquel bastaría para dejar incluso al más imperturbable con secuelas de por vida. Ella ni siquiera había sido nunca así, pues siempre había sido sensible y empática. Jamás podría librarse del recuerdo de aquel instante, el angustiante dolor contra la garganta, de su suicidio al apretar el gatillo.
Sin embargo, Luna sabía que no fue lo peor de todo fue el porqué. Tyruss había perdido por culpa de Dorann todo sentido de la razón. Por mucho que lo intentaran juntos, no hubo forma de hacerlo volver a ver la luz. La única solución posible implicaba un arma, pues saber que pasaría el resto de su vida encerrado en una prisión de sombras era algo con lo que no podía vivir.
Suspiró, pero el mar no le devolvió nada. Desolada, derramó una lágrima. Recordaba cómo le había declarado su eterno amor justo antes de asesinarlo de un certero tiro en el corazón. Toda esa paciente pasión había sido en vano, pues su amor había marchado hacia un destino incierto. El mar allí presente no pensaba en Tyruss, ni en ella, ni en nadie. Solo en el olvido.
Y fue al olvido, único y desesperado amigo, a quien todo lo que quedaba de ella se aferró.—Le prometí a Luna que recuperaríamos a Tyruss, y mira —Inisthe se miro fijamente la mano solitaria—. Estamos peor que antes. Peor que nunca, de hecho. Esto es más que una derrota, Alissa. No sé qué vamos a hacer.
—Sobrevivir, como siempre hemos hecho —para consolarlo, Alissa rodeó a Inisthe con un brazo. Con la otra mano debía seguir haciendo presión contra el disparo si no quería desangrarse—. Sé que es duro, pero hemos de seguir adelante.
—Tal vez nosotros podamos, pero ¿y Luna? —Inisthe volvió la cabeza para mirarla, encontrándola con la vista perdida sobre las aguas de Oz—. Después de lo que ha tenido que hacer, dudo que vuelva a ser quien era. Ha matado a quien amaba, Alissa —volvió a posar sus ojos sobre los de su amiga. Sus lágrimas se ahogaban en remordimiento—. Imagínalo. No debe existir nada peor.
Alissa se dejó caer sobre el hombro de Inisthe, acomodándose. Recordar aquel horrible instante solo la conducía hacia un estado aún más depresivo.
—No debió haberlo hecho ella —la pelirroja cerró los ojos para abstraerse—. Debí haberme ocupado personalmente. Preferiría ser yo quien cargara con el rastre.
—Algo así deber arruinar toda la vida que tengas por delante —pronunció Inisthe con un vacuo tono de voz—. Y todo por culpa de Dorann, ese cabrón salido de las entrañas del infierno —la pena lo condujo a la ira—. No podemos culparmos: él y sus secuaces son quienes nos han llevado a esto. Esto no puede quedar así, ¡joder!
—Relájate, Inisthe —le pidió la guerrera con cierta aflicción—. Sé que es duro, pero esos sentimientos solo empeorarán la situación. Tratemos de verlo todo como un punto y final. Es lo mejor que podemos hacer.
A Inisthe pareció sobresaltarle su sugerencia.
—¿En serio? ¿Pretendes que olvide después de esto? No, Alissax no —sacudió lentamente la cabeza, por lo que su flequillo volvió a caer como una negra cascada hacia delante—. Tras este crimen por el que la falsa justicia no moverá un dedo, lo único que deseo es venganza.
—De nada servirá la venganza, solo para provocar más muertes. Nos han dejado claro que no somos nada contra ellos.
Inisthe apretó el puño.
—Hasta que vuelva Kayt.
—¿Kayt? —Alissa comenzó a sopesarlo. Kayt no solo era el hermano de Dorann, sino también su némesis. Si alguien debía enfrentar al tirano, ese era él. Los demás no eran quiénes—. Si ha de luchar, que lo haga solo. No contará con nosotros entre sus filas.
—Tal vez contigo no, pero conmi...
—No —dijo Alissa rotundamente—. Tú no irás a la batalla. Sabes bien que no puedes ganar.
—No me importa que sea cierto. La batalla es todo lo que me queda, mi deber. No me rendiré ni ante el cataclismo.
Entonces, Alissa empezó a mosquearse. No soportaba la idea de que Inisthe valorase tan poco todo lo que había ido cultivando con los años. No podía permitirse perderlo también a él también después de tanta lástima.
No quería acabar como Luna.
—No sé de dónde has sacado eso del deber, pero no me gusta —gruñó severamente, y cuando Alissa se ponía así más valía no replicar—. Has estado en demasiadas ocasiones al borde de la muerte, y no sé ni cómo sigues con vida. No consentiré verte caer. Hazme caso: retírate antes de que te maten.
A lo largo del tiempo, Inisthe se había ido dando cuenta de que su mayor (quizá única) vocación era luchar. No destacaba en otra cosa, por lo que había llevado aquella cualidad al extremo. Siempre que Bastión Gélido se involucraba en un conflicto armado, ahí debía estar él para plantar cara al enemigo y poner en riesgo una vida que nunca había valorado en exceso. La experiencia con el anciano escritor le había abierto los ojos, pues había quedado patente que algunos aún le tenían un hueco reservado en el corazón. Aun así, la sangre y la guerra eran sus únicos patrones. Dejar atrás su deber no era el sueño de nadie, pero no soportaría ver llorar a Alissa por su culpa. Era una mujer de acero, de las que se escondían sus sentimientos en un desván, pero el tiempo hacía mella en todos.
—Está bien —dijo Inisthe con algo de pesadez—. Pero que conste que será temporal, y solo porque tú me lo has dicho.
—Aunque no lo creas, la gente te admira —aseguró Alissa, los labios fruncidos—. Hubo un gran vacío en todo Bastión Gélido cuando se te dio por muerto.
Inisthe chistó con la lengua
—Me gustaría haber visto eso —dijo—. Me retiraré, pero pienso volver. Nada se me da tan bien como luchar, y no puedo dejar pasar la oportunidad de prestar servicio. Eso sí, antes debo encontrar algo que haga de mano. Y que, a ser posible, corte —levantó el desprotegido muñón. Aquella piel estriada le daba escalofríos.
—Yo puedo ayudarte con eso si quieres.
—Cuento contigo —Inisthe sonrió, esta vez de forma honesta—. Y, si puedes, ayúdame también a conseguir un tanque. Acabará viniéndome mejor.
Alissa puso los ojos en blanco.
—Eres idiota.
—Lo sé.

ESTÁS LEYENDO
La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AventuraUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...