Un estruendo ensordecedor capaz levantar el vello a cualquiera recorrió todo el bosque de Explosia, perturbando la paz de la población de la base. En busca de respuestas, el intrépido Wills se dirigió rápidamente hacia el establo para subirse a lomos de su fiel clydesdale y marchar en busca del origen del estrépito. Todo apuntaba a que había sido producido por una explosión, pero nada podía confirmarse hasta no ser visto.
Atravesando los senderos, el caballo galopó hasta adaptarse a una mayor velocidad. Estaba bien adiestrado, por lo que obedecía las órdenes de su amo sin rechistar. Parecía que parte del nerviosismo de Wills se había transmitido al animal, que relinchaba salvajemente. Ni humano ni bestia sabían con qué se encontrarían al adentrarse en el oscuro paraje donde los árboles danzaban inmóviles.
En plena carrera equina, Wills se percató de que las hojas se sacudían a su alrededor sospechosamente. El movimiento no era propio de una criatura de la maleza, por lo que tiró de las riendas para frenar al caballo y se quedó a esperar qué emergía de allí. En caso de que fuese algo peligroso, Wills sacaría su pistola y abriría fuego. Por eso mismo la tenía ya agarrada por dos dedos.
De forma repentina, de entre los árboles y arbustos apareció no una persona, sino muchas. Tuvieron que levantar las manos en señal de sumisión al encontrarse con el jinete apuntándolos con un arma de fuego. Wills podía verlo en aquellas miradas partidas: eran los miembros de un grupo asolado por la desolación.
—¡Alto ahí! —Wills no bajó el arma—. ¿Quiénes sois vosotros y qué hacéis aquí?
—Baja la pistola, amigo —un hombre latinko, el aparente líder, se adelantó—. No vamos a hacerte daño. Venimos en son de paz.
Pero Wills no tenía pensado amilanarse ante ellos, no sin saber quiénes eran.
—Explicadme ahora mismo vuestra presencia en Explosia —ordenó con voz grave. Al menos lo intentó.
Al instante, una mujer anciana cayó de rodillas frente a él. Su piel había adoptado un tono arrebolado, salpicada al completo de sudor.
—¡Nos perseguían! ¡Una mujer asesina vino a por nosotros! ¡Ha matado a muchos, y otros se han perdido! ¡Tienes que ayudarnos, por favor! —suplicó, totalmente desesperada.
Un hombre de atemorizante aspecto se agachó para estar a su altura.
—Tranquila, Daila —le dio unas palmatidas en la espalda—. Ya ha acabado todo.
La lástima y la angustia tan vívidas en las carnes de aquellas miserables personas conmovió con creces a Wills. Trató de hacerse el duro ahora que ninguno de sus compañeros se hallaba cerca, pero comprendió que no podía pretender ser quien no era. Acabó bajando la pistola al creer en la honestidad del dolor de aquella pobre anciana.
El hombre latinko se acercó a él. Caminaba sin vacilar, con una firmeza propia de aquellos que aún conservaban esperanza en los reductos de sus almas. Tenía algo que comunicarle al joven, y no con malas intenciones.
—El que antes fue nuestro líder y guía se ha sacrificado para todos nosotros pudiésemos vivir. Tras esto, ya no tenemos dónde ir —su mirada se ahogaba en pesadumbre—. Lo hemos perdido todo.
Wills suspiró. Cómo reaccionar ante algo así era todo un dilema. Muchas veces había recaído sobre él la culpabilidad por haber tomado una mala decisión. No quería que volviera a ocurrir lo mismo. No obstante, entendía perfectamente el dolor que sentían aquellas personas. Tan a flor de piel latía que hasta él mismo lo padeció. Tan solo los acababa de conocer, pero no podía dejarlos allí tirados en pleno bosque a su suerte. Sería una decisión cruel y egoísta, más propia del Gobierno que de unos supervivientes que buscaban restaurar el orden y la justicia.
—Yo puedo ayudaros —Wills sonrió con sequedad, pero mejor eso que una mueca severa—. Seguidme. Conozco un lugar que os gustará.
La anciana llamada Daila estalló en emoción. Quienes la habían conocido jamás pensaron llegar a verla así, agradecida e incluso mucho más humanizada.
—¡Muchas gracias, en serio! —sollozó—. ¡Te lo debemos todo!
Wills no le hizo demasiado caso.
—¿Cuántos sois en total? —preguntó en cambio.
Un hombre de musculosos brazos tatuados se dio la vuelta hacia los suyos para responder a la pregunta.
—A ver... —contó, él mismo el primero—. Únicamente somos doce, contando también al lobo —un can lobuno se adelantó, y Wills se sobresaltó. Le encantaban todos los animales, pero nunca había estado tan cerca de uno como tal—. Éramos muchos más, pero esa mujer nos masacró. Ojalá se pudra en el infierno —hizo una pausa—. Me parece que algunos más han sobrevivido al ataque y están dando vueltas por el bosque. Recuerdo ver que Kiven, Maxus y Charut se fueron por el sendero de la izquierda, y Tomf y Ernesto por el de la derecha. Es muy probable que sigan vivos. Al menos eso espero.
Wills asintió.
—Entiendo —el chico confió en él—. Saldré a buscarlos cuando lleguemos a la base. Tenéis mi palabra.
—Yo te acompañaré —se ofreció él—. Soy Kazzo, a tu servicio.
Mas Wills denegó la propuesta.
—Mírate —lo señaló de arriba abajo—. Estás hecho un asco. Necesitas descansar.
—No habrá descanso para mí mientras mis hermanos sigan perdidos en el bosque.
—No sé de dónde provienes —dijo Wills—, pero esto es Explosia. Aquí, la hospitalidad es lo primero.
Entonces, el latinko enarcó una de sus oscuras cejas mientras daba vueltas a una mención pasada.
—¿La base? —preguntó—. ¿Qué es eso?
Para responder a tan sencilla cuestión, Wills se llevó uno de sus puños al corazón. Amaba los discursos apasionados, cualidad aprendida de su amigo y tutor Tyruss.
—Es un lugar donde los que aún luchamos por cambiar el mundo residimos —explicó—. Un lugar mucho más agradable que bastantes ciudades de todo el continente. Un lugar de unión, no de ostracismo. Un lugar donde la libertad existe, donde aún se encienden las llamas de la esperanza. Si sois como nosotros, os gustará.
El latinko sonrió ampliamente bajo el bigote.
—Nos gustará. Tristán Cortijo, un placer.
—Wills, a tu disposición.
Sin más dilación, el jinete azuzó las riendas del caballo. Este, inquieto, echó a trotar de forma pausada. Con plena confianza en el joven, todos aquellos que habían sido rescatados de las garras de la desesperación fueron tras él.
Confiar en aquel joven aventurero llamado Wills pudo parecer un acto arriesgado para algunos, pero era un riesgo que valía la pena asumir. Acabó conduciéndolos hasta un remanso de paz oculto entre ramas donde al fin pudieron volver a entrar contacto con el agua y descansar sobre muebles cómodos. Llegar sanos y salvos a la base para poder empezar una nueva vida libre de ataduras distinta a todo lo que hasta entonces habían conocido supuso algo indescriptible para Cortijo, Daila, Kazzo y el resto. No tenían palabras para expresarlo.
A pesar de ello, el recuerdo de Daves y todos los demás que entregaron su vida permanecería. La memoria de aquellos héroes que lo dieron todo y se desplomaron por el camino para no volverse a levantar se convertiría en la referencia de todos aquellos que quedaron en pie.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AdventureUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...