Un nuevo día comenzó, mas no un día cualquiera, sino uno lúgubre, triste, extraño. Un día inusual, uno de esos días en los que la sangre se congelaba en vena y las voces se cortaban con el gélido viento del norte. Un día al más puro estilo yettiano.
A la terrible mañana, Gorgóntoros volvió a Congelación. No lo hizo con las manos vacías. Agarrándola por los pelos llevaba una cabeza, volviendo el horror colectivo a medida que era vista por la muchedumbre. Las gotas de sangre brotaban de aquello que antes estuvo unido a su cuello para derramarse sobre la nieve. La imagen era grotesca. Aunque, por muy macabro que fuera, el Toro no dejaba de sonreír. Se sentía orgulloso de su victoria.
Nevkoski se encontraba en quietud, de pie frente a una carpa oscura junto a Umber. No parecían estar haciendo nada, únicamente descansar y cruzar algunas palabras. Tenía pensado ir a por algo de café, mas sus intenciones se resquebrajaron. Ver a su letal secuaz acercándose hacia él con una cabeza de familiar rostro colgando le resultó chocante. Que Gorgóntoros se hubiera ocupado de él quería decir algo, y no le iba a gustar.
—Te traigo algo muy interesante, Nevkoski —pronunció Gorgóntoros desde las cercanías de la carpa, una tétrica sonrisa en el rostro.
Su jefe abrió los ojos de par en par.
—¿Es quien yo creo que es? —cada latido cortaba la circulación de Nevkoski—. Eres un condenado, Toro.
—Lo soy, pero no por lo que crees. Este es el traidor de Rodrick —contestó el asesino, que dejó caer la cabeza cortada a sus pies—. ¿A que esto no te lo esperabas?
Nevkoski no supo qué decir. No estaba acostumbrado a la traición. La situación era peliaguda.
—Deléitanos con tu opinión, Umber —le dio un codazo a su aliado.
—No me lo esperaba —dijo el calvo—. Ni en mil años.
—Pues yo tampoco —continuó el jefe.
La cabeza del traidor llegó hasta los pies del recio Umber, que por muy macabra que fuera la situación ni se inmutó. Se limitó a dedicarle una mirada desalmada, como si fuera una piedra y no un rostro lo que observaba. Alguien próximo al denostado Toro debía estar acostumbrado a esa clase de sorpresas.
—¿Y cómo puedes afirmar con tanta certeza que Rodrick era un traidor? —Nevkoski no era capaz de pasar página—. ¡Me caía bien, y ahora vas tú y te lo cargas! ¡Joder!
No convenía desatar la cólera de Nevkoski, y el Toro lo había hecho. Era uno de los pocos que podía hacerlo sin arriesgarse a perder la vida.
—Fácil. Soy astuto, y nunca me fié de él. Lo seguí, y lo vi llegar a Bastión Gélido. Poco después, su cuerpo yacía sobre la nieve y yo sostenía su cabeza entre mis manos. He dicho suficiente.
Nevkoski no supo qué pensar durante esos intrigantes segundos. Era cierto que Rodrick llevaba demasiado poco tiempo con ellos, mas aun así llegó a confiar plenamente en él. Ni siquiera llegó a plantearse que pudiese tener intenciones malignas. La palabra de Gorgóntoros había acabado por confirmarlo, y en ella podía confiar más que en cualquier otra. El Toro nunca le había mentido. No tenía razón para hacerlo.
—No me es fácil decirlo, pero... excelente trabajo, Toro —el jefe dio un aplauso—. Nadie habría sido capaz de descubrir algo tan revelador. Podemos afirmar que nos has salvado el culo.
—Yo también podría haberlo hecho, jefe —dijo Umber en un instante.
—¡Pero no lo hiciste! —exclamó Nevkoski.
—Sí, así es, pero hay algo que no me alegra tanto —Gorgóntoros pasó al hieratismo, inusual en él—. Antes de que lo borrara del mapa, Rodrick tuvo que haberle comunicado a sus amiguetes los planes que teníamos contra ellos. La llevamos cruda. No mucho, pero sí un poco. Vosotros ya me entendéis.
Nevkoski, colérico, se rascó la nuca. Los malditos parásitos, pensó. Ni el frío del inminente invierno podía con ellos.
—Eso quiere decir que vamos a tener que idear otro plan, y espero que esta vez no se nos cuele ningún chivato en la sala —gruñó—. No organizaré una tercera asamblea.
—Tal vez Gardon lleve razón y hacer un ataque a lo loco sea lo mejor —Umber se mesaba la barba como el hollín—. Es nuestra especialidad.
—Una especialidad que no ha resultado efectiva contra Bastión Gélido —Nevkoski enseñó la torcida dentadura—. Dale tiempo al jefe y el soldado amortizará cada segundo. Puede que el tiempo no nos diga cómo acabarán las cosas, pero nos dirá qué hacer. Hagamos lo que hagamos, lo haremos bien. ¿Sabéis por qué?
—¿Por qué? —preguntaron al unísono los secuaces.
—Porque estoy yo en esto.
—Arrasaremos y dejaremos claro quién manda en Yettos. Esta tierra nos pertenece por derecho de sangre —la sonrisa de Gorgóntoros era tan afilada como su arma—. No habrá un solo hueso, cartílago o músculo capaz de resistir la fuerza de mi hacha. La resistencia les va a costar muy caro.
—Así se habla —Nevkoski, pensativo, cruzó los dedos. No lo hacía con demasiada frecuencia—. Pensándolo mejor, no hace falta que el tiempo nos lo diga. Nuestra victoria está asegurada.
—¿Tan claro lo tienes? —le preguntó Umber.
—Claro como la nieve misma —sonrió el jefe—. Seremos los señores de toda Yettos en un abrir y cerrar de ojos. Solo Bastión Gélido nos separa de ello. Como dicen por el sur, corta la cabeza y el cuerpo morirá.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AvontuurUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...