Acto CXXXIII: Despliegue

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La baja niebla había cubierto toda la sección superior del bosque nevado, y era tan densa que apenas permitía vislumbrar el resto del camino.
No obstante, Kayt podía ver más allá y no le suponía un problema guiar a Koda por el borrascoso ambiente. La humedad flotaba en el aire, y las ropas de ambos comenzaban a sentirse pesadas sobre la piel. Era una sensación un tanto desagradable, pero poco podía hacerse por solventarlo en este caso.
D'Erso, incapaz de ver nada, se había tumbado en horizontal sobre el lomo, intentando relajarse contra la incomodidad ambiental. Mientras, Kayt, sentado sobre el cuello de Koda, iluminaba mentalmente el camino que debía seguir. Como no necesitaba los ojos para ver, los mantenía permanentemente cerrados. Tenerlos abiertos no era un impedimento para adentrarse en el mundo mental, pero las cosas se facilitaban con los párpados caídos. Era de este modo como si el plano del mundo real desapareciera, dejando paso a un reino más allá de lo posible. En él no existía la niebla, ni tampoco los molestos árboles, tan solo una senda dorada a seguir, pues los conduciría hasta donde el destino indicara.
—¿Cuánto durará esta dichosa bruma? —preguntó D'Erso, algo mosqueada, en voz baja.
No obstante, Kayt logró oírla. Estaba concentrado en indicar a Koda la ruta correspondiente, pero no por ello dejaba de captar los sonidos de su alrededor: el suave trinar de las aves, el crujir de las ramas bajo los pasos de la montura, el viento meciendo con esmero las hojas de los árboles... Incluso las palabras de D'Erso, aunque no fueran dirigidas a nadie.
—Se tomará su tiempo —supuso Kayt basándose en su densidad—, pero saldremos de su rango antes de eso y todo volverá a la normaldidad. Te lo prometo.
Y, efectivamente, Kayt no mentía. Tras un rato, D'Erso pudo apreciar cómo la niebla se iba disipando poco a poco, acompañada de los pasos de Koda. Al final, tras escapar de la brumosa frontera, el obstáculo desapareció del todo ante sus ojos. El hermoso paisaje nevado del bosque virgen que recorría Cincirius volvió a relucir en todo su esplendor.
—Todo es posible con paciencia—declaró Kayt mientras retrocedía junto a la chica.
Con los ojos bien abiertos, D'Erso apreció más que nunca la delicada hermosura del bosque.
—Qué alegría poder volver a ver más allá de un metro de distancia —sonrió bobamente.
—Tampoco es que nos hayamos perdido mucho —Kayt dio un suspiro prolongado—. Este bosque es inmenso, ¿cómo es posible que se prolongue tanto? Parece que no vaya a acabar nunca.
—Y así lo prefiero —respondió una cómoda D'Erso  inteligente—. La tranquilidad que ofrece es única. Ningún otro lugar puede hacerme sentir como si fuésemos las únicas personas que quedan.
—Este sitio es un peligro, no lo olvides —dijo Kayt—. Si no tuviéramos a Koda con nosotros, estaríamos en graves problemas a cada momento. Hay gente hostil, animales salvajes y un clima extremo que ha acabado con miles. Es como un infierno de hielo, por así decirlo.
Pero D'Erso arqueó una ceja.
—Una comparación un poco forzada. Esto no es un infierno —aseguró—, sino un lugar hermoso donde la vida rebosa y la naturaleza se extiende por donde le place. El caso es que estas también necesitan defenderse.
—Lo que quiero decir es que es un lugar tan letal como el infierno. Tú ya me entiendes.
—Te entiendo —D'Erso hizo girar su mano—. Suerte que tenemos ese poder tuyo.
—Y a Koda, por supuesto —Kayt acarició con cariño el pelaje del animal—. ¿A que sí, bonita?
Sorprendentemente, Koda reconoció la llamada de Kayt e hizo sonar su trompa por lo bajo. Extendió hacia arriba el apéndice, pero Kayt estaba demasiado lejos para alcanzarlo. No obstante, se estiró para poder tocar sus superficie. No le importó que le crujiese algún que otro hueso.
—Se nota que la quieres mucho —pronunció D'Erso conmovida.
—Desde luego —afirmó Kayt—. Le cogí un gran cariño desde la primera vez que la vi, cuando Wills y yo la encontramos perdida en el bosque. Era tan... no sé muy bien cómo describirla... débil..., pero hermosa a la vez.
—Suerte que la salvásteis —añadió D'Erso, la mirada baja—. Ahí fuera, estando en solitario, podría haber tenido un destino oscuro.
—Los lobos podrían haberle dado caza, o un oso herpento hambriento.
—Así de cruel es la naturaleza —afirmó D'Erso algo entristecida—. Deja morir a las criaturas más nobles, beneficiando a aquellas que son violentas y más astutas para matar. Es un poco injusto, pero qué se le va a hacer.
—¿Un poco? —preguntó Kayt—. ¡Muchísimo! Por eso creo que aquellos que hemos tenido la suerte de nacer con suficiente poder como para plantar cara a los más crueles debemos proteger al resto de toda amenaza. Se llama evolución, y beneficia a todo el ecosistema.
—Si es lo que crees, será porque es cierto. Confío plenamente en ti, Kayt —D'Erso se acercó mucho más a él, como siempre hacía al volverse más cariñosa de lo normal—. Eres la mejor persona que he conocido.
—¿Yo? —Kayt levantó las cejas al instante, anonadado—. ¿Estás segura? También están Azmor, Cortijo, Luna, Inisthe, Berillio... todos mayores que yo, y con más experiencia. Son admirables, auténticos ejemplos a seguir.
—Buenas personas, sí —D'Erso no lo negaba—, pero tú eres mejor para mí, Kayt. Haces y piensas lo que nadie, y sueñas con lo que el resto ni siquiera se llega a plantear.
El joven se vio obligado a sonreír, complacido por aquella suerte de halago.
—Tú también eres mi favorita, D'Erso —tuvo que admitir Kayt—. Eres excelente, y muy inteligente. Me has enseñado tanto que no sé cómo darte las gracias.
—El placer es mutuo —D'Erso se sonrojó.
El sosiego fue el protagonista durante el resto del camino. La tarde transcurrió plácido sobre a lomos de Koda, e incluso durmieron la siesta para renovar energías. No obtuvieron el resultado esperado, pero al menos les fue útil. Después, para estirar un poco las piernas, descendieron y caminaron a la vera de Koda, que gozó de la libertad de avanzar por su propia cuenta.
Kayt advirtió entonces que llevar a Koda había sido un acierto total, pues el animal disfrutaba más que nadie de poder recorrer los parajes naturales de los que su especie era oriunda. Podía sentir cómo vibraba de felicidad, pues saltaba a la vista y no solo con ayuda de las ondas. La nieve, el aire puro y los árboles suponían suficiente gozo para ella.
"—Si tan solo la gente hubiese sido desde siempre tan conformista en sus necesidades..."
Llevaban ya unos cincos días de viaje, e innumerables kilómetros a las espaldas. No obstante, por muchos pasos dados, no habían podido avistar ningún mastodonte salvaje. Tanto Kayt como D'Erso se sentían impacientes por encontrar alguno solo para apreciar la reacción de Koda al descubrir un animal como ella, pero eran más esquivos de lo pensado. A pesar de su escala se escondían con maestría, y parecían ser además escasos, realmente amenazados. Tal vez fuera porque el bosque nevado no era un lugar seguro para las crías, no solo por los peligrosos depredadores sino por la impiedad de la humanidad, o por el lento desarrollo y reproducción a los que su tamaño los sometía.
Cuando las piernas de ambos se vieron abatidas de tanta caminata, Kayt sujetó con delicadeza a D'Erso por la cintura y ascendió junto a ella al lomo de Koda. Poco después, el momento de la comida de Koda llegó. La mastodonte se detuvo frente a un alto árbol y comenzó a arrancar sus hojas curvas de las ramas. Kayt la había visto en ocasiones anteriores alimentarse de esas mismas hojas en Natura, donde Wills se las proporcionaba en un barreño de madera, distrayendo así al animal por un buen rato. Allí, en la naturaleza, podía llegar hasta los puntos más elevados del árbol con su trompa para arrancar las mayores y más jugosas y después devorarlas. Kayt y D'Erso esperaron pacientemente a que acabara su almuerzo y, cuando lo hizo, prosiguió hacia delante con la travesía guiada por las indicaciones de su amigo humano.
A través de las espesas ramas de los árboles, Kayt y D'Erso pudieron apreciar cómo, de forma detenida, el día se iba desvaneciendo para dar paso a la noche. En aquella puesta de sol invernal, la luna comenzaba a titilar joven en el firmamento. Kayt logró atisbarla a través del ramaje de un árbol de hoja caduca, y reflexionó sobre el satélite del planeta.
Como ya sabía, era posible que contuviera algún tipo de campo enérgico debido a sus curiosas propiedades. Había leído en algunos ancestrales libros místicos que el brillo lunar era poseedor de un gran poder, algo así como un magnetismo único.
Él, sin embargo, no lo creía. Después de todo, estaba demostrado que el resplandor que emanaba provenía realmente de otro astro mucho más distante: el sol. Quizá fuera posible que, al verse reflejados, los rayos se inundaran de su poder cósmico.
Pero no, seguía siendo improbable. Quizá todo fuera una invención de algún teórico, o hechos carentes de consenso. Como en aquellos convulsos tiempos la carrera espacial había quedado para el arrastre, poco o nada se conocía acerca de los misterios de espacio.
De hecho, a Kayt empezaba a darle lo mismo conocer o no los misterios que siempre lo habían tenido tan sumido en sus pensamientos. Demasiadas eran las preguntas a las que daba vueltas, pero ni siquiera se veía ya resentido ante la duda. Como humano promedio, estaba claro que no podía saberlo todo. No hubiera estado mal ser algo más, supuso, pero eso estaba fuera de su reducido alcance. Debía centrarse en las opciones que se le presentaban, aunque tenía una superior a las mundanas.
Entonces, Koda se adentró en una zona repleta de árboles delgados, con troncos oscuros y desnudos de hojas, rodeados de tupidos matorrales. Todas las plantas de gran altura se alzaban próximas entre sí, cosa que dificultaba el paso al mastodonte. Tanto Kayt como D'Erso se percataron de la frustración de Koda al no poder cruzar la abundante vegetación con normalidad, viéndose obligada a golpear los árboles con la trompa. Al hacerlo, uno de los colmillos se le quedó enganchado con una rama y comenzó a barritar salvajemente. Para liberarse tuvo que retroceder, desperdiciando todo el esfuerzo que había realizado para atravesar el angosto camino.
—Agárrate bien —le recomendó Kayt a la joven, percatándose de lo que estaba por venir—. Ella no suele ser delicada.
D'Erso asintió y le hizo caso, aferrándose a un par de mechones del paquidermo. Mientras tanto, el joven se ajustó bien el cinto de la espada y se colocó correctamente las alforjas. Era consciente de que podían salir despedidos por los aires (él incluido) si ocurría lo que sospechaba.
Y no andaba equivocado.
Koda alzó la trompa y la hizo sonar como si de un instrumento de viento se tratara; el estruendo que provocó tuvo que escucharse a kilómetros de distancia. Justo después, cogió carrerilla y arremetió contra el estrecho bosque de esbeltos árboles, llevándose consigo los troncos más débiles por la fuerza bruta. No detuvo su agresiva carga, destrozando todo aquello que se interpusiera en su camino sin piedad alguna.
Kayt miró entonces a D'Erso, aferrada con congoja a Koda. Pudo ver la consternación a través de sus ojos, pero se sobrepuso gracias a la confianza que él mismo le ofreció. Su mirada siempre estaba dispuesta a darlo todo.
Al cabo de un breve rato, una exhausta Koda se abrió paso hasta una zona donde el espacio entre árbol y árbol era mayor, y la frondosidad de estos opacaba la luz lunar de la noche estrellada. Por agotado que el animal hubiera quedado tras haber dejado un letal rastro de ramas y troncos demacrados, no se contuvo al arremeter de un furioso trompazo contra unos arbustos. Kayt lo comprendió, y no se lo reprochó. Los animales también necesitaban desahogarse.
Pero aquello no fue lo único en lo que Koda reparó, pues más tarde dio con la presencia de una excéntrica vendedora errante llamada Loora que aseguraba provenir de Pkrell. Llevaba algunos productos interesantes en su saco, así que Kayt decidió hacer un trato con ella: le brindaría su poder a cambio de una daga corta de la que se había interesado. Loora se negó en rotundo en un principio, recelando de Kayt, pero acabó aceptando ante el despliegue de lo que ella llamó brujería. Incluso le brindó algunas de sus ondas azules, que embotelló para comerciar con ellas. Se marchó contenta con aquel tesoro mientras dejaba a Kayt con la daga, que no dudó en entregar a D'Erso.
Sabía que, de una forma u otra, acabaría siéndole útil.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora