El hambre era un demonio. Pero él ya tenía demasiados.
Tyruss devoró la única comida que se le ofreció en varios días como si fuese la última. Más que un humano, se asemejaba a un perro rabioso que no había olisqueado un pedazo de carne en años. De tres mordiscos engulló aquel muslo de pollo más crudo que cocinado. No tenía buen sabor, incluso llegaba a dar náuseas, pero eso era lo de menos. Que fuese comestible era lo primordial. A las consecuencias de lo demás se enfrentaría después.
Tyruss veía los días pasar tras las rejas, sin una luna o un sol que lo iluminara. Ahogaba la mirada en charcos de orina, y luego se encogía en una esquina y lloraba hasta que la inanición lo hacía desconectar. La esperanza del aventurero impetuoso que fue en un pasado había sido asesinada. Desarmado, en los huesos y encerrado por un enemigo intocable, había tirado la toalla.
Lo que seguía sin entender era por qué Dorann Dracorex lo mantenía con vida en lugar de quitarse aquel lastre de un tajo. Tyruss sabía que tenía planes para él, y eso le quitaba el sueño por las noches. Unos escalofríos demoledores lo sometían a su tiranía, probablemente los peores que había padecido. ¿Por qué tanta crueldad, tanto dolor manifestado en cada ápice de su miserable vida? Él, que siempre había mirado al sol, no era capaz de comprenderlo.
Solo quería volver a Bastión Gélido con Luna, olvidar todo el dolor y aprovechar el tiempo perdido.
Llorar en sus brazos, abrazarla con pasión y lamentarse en su reino.—¿Qué haces, Dorann? —preguntó Doros al encontrar a su señor en su alcoba personal, sosteniendo una pluma mientras escribía algo sobre la mesa.
—Redacto un poema —declaró Dorann sin levantar la vista del papel—. La tinta danza libre por la hoja, y yo tan solo tengo que mostrarle el camino. No hay nada en este mundo como escribir.
Doros enarcó una de sus pobladas cejas.
—¿Nada?
—Era un decir, Doros. Hay muchas cosas que me satisfacen más que la poesía, pero esto tiene intrínseca una suntuosidad que más quisiera cualquiera de tus burdas aficiones. Es crear belleza pulida con las manos, y a eso no hay sensación que lo iguale.
Doros se inclinó para observar con más detenimiento la obra en verso.
—¿De qué trata, Dorann? —le preguntó el fornido guardia, las manos sobre las rodillas.
Dorann suspiró con ilusión.
—Sobre lo que es mi vida, el sentimiento que cada mañana corroe mis huesos. Es difícil de explicar oralmente, pero por escrito todo es distinto. Las palabras salen del alma, honestas y vívidas.
—Recítalo, pues —le pidió el guardia—. Así me será más fácil entenderlo.
Dorann volvió entonces su silla hacia el alto y fornido de Doros. Con delicadeza, el joven levantó la hoja y la agitó para enderezarla antes de comenzar la lectura. Se afinó la garganta para recitar:
—Lamentos eternos danzan en mí,
mi alma canta, arrulla, tararea por sí;
solo busco mi razón en este mundo,
no logro cesar mi ser meditabundo;
esta agustia me está matando,
algún día, quizá, pueda saltar al...
El crujir de la puerta cesó los versos de Dorann. De repente, Canóligo apareció con una bandeja repleta de dulces entre las manos.
—Traigo un apetitoso aperitivo, señor Dracorex —declaró el mayordomo desde la puerta—. ¿Me permites pasar? ¿Es mal momento acaso?
—En absoluto. Solo has interrumpido mi preciado proceso artístico —dijo Dorann sonriendo, con una pizca de ironía—. Poca cosa.
Enseguida, Canóligo se presentó enfrente y colocó sobre la mesa el plato con sumo cuidado.
—Lo siento infinitamente —agachó la cabeza—. Aquí tiene.
—No importa. Gracias, Canóligo.
Sin más, el mayordomo marchó con paso delicado. Cerró la puerta al salir.
—Una obra curiosa, Dorann. Desconocía tu gusto por la poesía —indicó Doros.
—Siempre me ha llamado la atención, para qué mentir, pero es ahora cuando ha florecido esa pasión en mí. Traje de Palacio Boureaux una buena colección de obras en verso para mi biblioteca, y he comenzado a devorar libros como nunca. Es la primera vez que escribo, y no me arrepiento —el Dracorex sonrió y volvió a colocar la hoja sobre la mesa, a pesar de que no había acabo de recitar el poema—. Y a ti, Doros, ¿qué es lo que te apasiona verdaderamente?
Ceño fruncido, el guardia se lo planteó.
—Me encanta la caza, pero... yo diría que las motocicletas.
—¿Las motocicletas? Vaya. Curioso. Un poco ordinario, pero curioso. Pues no hay muchas por aquí. Estas tierras conservan su encanto costumbrista.
—Ya. Veo las carreras en esa televisión portátil que me diste.
—Y todo gracias a los lujos de nuestro palacio. Este es un lugar maravilloso, ¿no te parece?
—Me parece —Doros agachó la cabeza, señal de respeto—. Espero que lo sigas disfrutando, Dorann.
—Siempre lo hago —dijo el joven señor—. El ocio es una virtud propia de la intelectualidad, Doros. Por ello, te insto a salir de aquí y encontrar la diversión. Fórjate una sonrisa y el día habrá merecido la pena.
Doros asintió con solemnidad.
—Así lo haré, Dorann.
El joven Dracorex desnudó los labios, y los filos de su dientes relucieron con luz propia.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AdventureUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...