Acto XXV: Hasta el fin del mundo

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Tomada la arriesgada pero sensata decisión, Diolo, Azmor y por supuesto Kayt se levantaron de la mesa para ir a ver a Luna y a Tyruss, situados no muy lejos de ellos. Les hablarían del asunto de Discordya, pues solo ellos podían brindarles la ayuda adecuada para llevarlo a cabo.
A pesar de la marcha de sus amigos, D'Erso se permaneció en su asiento y continuó desayunando como si nada. Verla en soledad troceaba el corazón de Kayt. Había sufrido el más doloroso aislamiento durante años al igual que él, por lo que no lo merecía. Así pues, se acercó a ella para plantearle una pregunta. Ella, los ojos apenados, tenía una melancólica respuesta para él.
—No puedo acompañaros —declaró—. No sé luchar. Sería un lastre si fuese con vosotros. Tú mismo me lo dijiste.
—No era eso lo que pretendía que entendieras —Kayt se sintió culpable, algo que no podía consentir—. Lo que quería decir es que no estás preparada. Si te hace ilusión, viajarás con nosotros algún día y lucharemos juntos. Viviremos aventuras en compañía, y será apasionante.
—¿Cuánto tiempo hará falta? —preguntó D'Erso tras sorber por la nariz.
Kayt suspiró. Sentía en sus profundidades el anhelo de un alma guerrera a la que le faltaba mucho para florecer.
—No lo sé. Si quieres que te enseñe a luchar, lo haré cuando vuelva del viaje. ¿Te parece bien?
—Me parece una excelente idea —respondió D'Erso, sonriéndole.
Entonces, Kayt cogió de la mesa unas deliciosas galletas de coco. Se llevó una a la boca y dijo:
—Ya puedes ir preparándote, porque nos espera un entrenamiento largo y arduo.
D'Erso, inmóvil desde su asiento, se lo quedó viendo al alejarse de ella. No podía evitar sonreír cuando lo admiraba. Le debía la vida misma.
Así pues, se plantaron ante Luna y Tyruss. El dúo desayunaba plácidamente junto a Inisthe, quien había comenzado a adaptarse a la vida diaria con su nueva mano postiza. No era una herramienta sencilla a la hora del manejo, pero con tiempo y esfuerzo conseguiría finalmente cogerle el tranquillo y dominarla. Al lado del irritado manco, Tyruss devoraba una tostada con mermelada de naranja con ansias. Nada le apasionaba tanto como una buena mermelada, y en la base se fabricaba una artesanal que no tenía parangón. Una vez se daba el primer bocado, no había forma de detenerse. Aun así, el aventurero fue capaz de dejar lo poco que quedaba sobre su plato para hablar con ellos.
—Buenos días, mis buenos amigos —saludó. Arrojó sendas miradas de reojo—. ¿Venís a racanear comida o qué? Tened claro que no pienso daros ni una pizca de mi tostada.
Azmor negó con una mano.
—Para nada. Ya hemos desayunado, aunque una tostada como la tuya se agradecería —rio por lo bajo—. Pero bueno, no venimos a eso. Queremos proponeros a Luna y a ti algo de suma importancia —cruzó los dedos.
—Os escucho —Luna, interesada desde el primer momento, cruzó los dedos bajo la barbilla.
—Soy todo oídos —continuó Tyruss.
—Escuchad atentamente —Azmor se dispuso a resumir los hechos—: Kayt ha estado teniendo durante los últimos días una sucesión de visiones, como si alguien lo estuviese llamando a través de la mente, en las que le han pedido que se dirija a Discordya. Por ello, hemos llegado a la conclusión de que debemos ir hasta allí lo antes posible para resolver todo lo que está ocurriendo. Es urgente, y necesitamos vuestra ayuda. Como entenderéis, no nos teleportamos.
Tyruss se frotó la barbilla. La tenía perfectamente afeitada.
—¿Una visión? La mar de curioso —admitió—. Eso del poder de la mente me sigue dejando anonadado. Sé quién puede ayudaros.
Luna, ceja arqueada, lo miró.
—¿Te refieres a él?
—¿Quién si no? Les ayudará, seguro. Es lo mínimo que puede hacer por nosotros.
—Lo he visto un poco arisco últimamente —aseguró Luna—. No sé yo si estará muy por la labor.
—Lo estará —refunfuñó Tyruss—. Le conviene estarlo.
—Muchas gracias, Tyruss —Kayt hizo incluso una reverencia de la emoción—. No sé qué haríamos sin ti.
—No hay de qué —Tyruss le sonrió orgullosamente—. Es más, me encantaría acompañaros hasta allí y ayudaros a resolver lo que quiera que esté pasando. No os daré problemas puesto que soy sigiloso y precavido. Las aventuras son lo mío.
—Siempre entrometido en todos los asuntos, Tyruss —Luna le dio un golpecito en el brazo.
—Me encanta el protagonismo —Tyruss soltó una risotada—. Así soy yo.
La chica rubia puso los ojos en blanco.
—Así eres tú...
A continuación, Inisthe, que había acabado de comerse una magdalena de mala gana, hizo su primera intervención hasta el momento.
—Soy de Walsh, que no queda muy lejos de Discordya —confesó fríamente—. Siempre quise visitar la península, y ahora que tengo al fin la oportunidad me comprometo a ir con vosotros. No esperéis que haga mucho tal como estoy, pero se hará lo que se pueda.
—Perfecto —Kayt chocó las manos.
—Cuantos más seamos, mejor —siguió Diolo.
—¿Y tú, Luna? —habiéndose acabado la tostada, Tyruss la miró—. Hace mucho que no me acompañas en ninguna aventura, ¿por qué no te animas a esta?
La chica de cabellos de oro negó con la cabeza más de una vez para dejarle clara su postura.
—No, no iré tampoco esta vez —declaró—. Tengo que manejar todos los asuntos de la base y hacer el papeleo. Es un duro y agotador trabajo, pero es mi deber. Sin el trabajo que realizamos frente a las pantallas cada día, viviríamos como salvajes aquí dentro.
—Me has decepcionado, Luna —bromeó un taimado Tyruss.
—Acostúmbrate a la decepción —sonrió ella.
—Entendido. Entonces iremos nosotros cinco, además de Soka —indicó Kayt.
Diolo tenía una gran duda.
—Me parece bien, pero, ¿quién demonios nos va a llevar hasta allí?
Entonces, Tyruss se levantó de su silla de sopetón. Fue un movimiento tan brusco que incluso sobresaltó a Luna, que lo maldijo en un susurro. Tenía la intención de llevarlos cuanto antes hasta algún lugar de la base que aún desconocían.
—Seguidme. Tú también, Inisthe.
El sombrío hombre se levantó hastío.
—Vas a hacer que me dé algo... —masculló.
Luna, habiendo quedado sola, levantó su plato y su vaso de zumo y se dirigió a la mesa donde D'Erso desayunaba sin compañía. Así ninguna sufriría la soledad.
Fue gracias a la impaciencia de un inquieto Kayt que no hubo retrasos. Tyruss los condujo a un espacio de aspecto industrial donde se hallaban las escaleras que llevaban al tejado de la base. Eran numerosas y angostas, de un metal que crujía cada vez que se pisaba, como si se fuera a desprender. Sin duda, merecían algún tipo de arreglo. Azmor se lo recomendó a Tyruss para la seguridad de los habitantes de la base, pero el joven aseguró que siempre había estado así y que resistiría. El maestro mental tenía claro que nadie les brindaría un apaño hasta que alguien no saliera herido. Era muy habitual que se prefiriera la arriesgada cura a la segura prevención.
Puesto finalmente pie en el tejado, los cinco pudieron admirar una gran colección de helicópteros y demás vehículos aéreos. Había piezas de toda clase repartidas por el enorme espacio, e incluso una liviana cabaña repleta de herramientas de trabajo. Resaltaba a la vista entre tanto material una mezcla de última generación entre helicóptero y avioneta de al menos cuatro metros y medio de longitud, con más de diez asientos en su interior. El moderno vehículo parecía perfecto para transportarlos hasta la tierra de Discordya, pero ¿quién conduciría?
A un lado del magnífico ejemplar se encontraba quien debía ser el piloto. Limpiaba la chapa superficial con una balleta vieja. El hombre destacaba por su edad, avanzada pero sin llegar a la vejez. Resaltaba también la gorra de piloto sobre su cabellera cenicienta, decorada con un águila dorada con las alas abiertas en el centro. Tenía la piel curtida y consumida por las arrugas, y portaba unas gafas de pilotaje que ocultaban unos ojos azules hundidos, testigos de mil azañas. Sobre ellos, sus cejas parecían aves a punto de alzar el vuelo. Su bigote recortado tampoco podía pasarse por alto.
Lucía su traje de piloto impoluto, exponiendo con orgullo todas las medallas que había obtenido a lo largo de su carrera sobre la chaqueta. Debía haber sido un piloto de provecho tiempo atrás, además de un miembro notable de las fuerzas aéreas como indicaba uno de los más egregios obsequios.
—Sabía que te encontraríamos aquí, Óbero —Tyruss se cruzó de brazos—. Tenemos una importante misión pendiente y necesitamos que alguien nos lleve hasta nuestro destino. Nadie mejor que tú para hacerlo.
Al escuchar las palabras de su joven amigo, el piloto se volvió. Dejó la bayeta sobre el morro del vehículo para centrarse en el asunto naciente.
—Hola de nuevo, muchacho. No sé si recordarás que la última vez que te subiste a uno de mis helicópteros casi nos fríen vivos. Menos mal que los impulsores nos salvaron —rio—. Después de eso, no sé yo si es buena idea volar con alguien como tú —se mofó—. Tienes más peligro que una bomba.
—Fue un momento tenso, pero ¿a que lo pasamos bien? —no vio al piloto muy convencido—. En fin, es agua pasada —Tyruss se rascó la cabeza. El cabello volvía a crecerle alto y firme—. El caso es nos gustaría que nos llevases hasta Discordya.
El piloto arqueó una de sus peculiares cejas. Su rostro se arrugó aún más.
—¿Hasta Discordya? ¿Estás loco, chico? —sus aspavientos no pudieron ser más exagerados—. ¡Eso queda a ocho horas como mínimo en helicóptero!
Aunque pareciera que el piloto se negaba en rotundo a llevarlos, Tyruss sabía que existían formas de convencerlo. Siempre guardaba algún as bajo la manga.
—Pues entonces no nos lleves en un helicóptero normal. Móntanos en esa bestia parda que estás limpiando —Tyruss señaló al descomunal vehículo aéreo—. Seguro que es mucho más veloz.
—¿En este, dices? —Óbero se apoyó en él—. Esta belleza guiermenziana es un Akto-926. Es un modelo novedoso y, por consiguiente, caro. No me gusta tener que pilotarlo. Rescatarlo ya fue de por sí arriesgado, así que imagínate. Si le pasase algo...
Cansado, Tyruss entornó los ojos.
—Venga, anímate. Eres un piloto excelente, así que nada le pasará. ¿No recuerdas cómo esquivaste los proyectiles de aquel helicóptero armado del Gobierno como si nada para luego darle esquinazo? —le preguntó Tyruss, que no desistía en su empeño—. Teniendo en cuenta tu talento en los aires, esa belleza voladora tuya saldrá intacta.
Óbero era un hombre muy vanidoso, por lo que los halagos eran siempre eficaces con él. Tyruss, astuto tanto en la acción como en la palabra, lo tuvo en cuenta. Gozó al ver al piloto meditar la propuesta.
—Llevas razón, chico —dijo—. Con la velocidad que alcanza y su ahorro de combustible tardaremos como mucho cuatro horas y media. Id preparando vuestro equipaje, porque tomaremos rumbo a Discordya cuanto antes.
—¡Así me gusta! —emocionado, Tyruss alzó el brazo—. Oye, una última cosa, preséntate a mis amigos. Merecen conocer al mejor piloto de toda la base.
En ese momento, se alejó del vehículo aéreo a sus espaldas mientras se ajustaba la gorra. La insignia principal relució al sol. Se colocó correctamente el cinturón, que se le caía.
—Óbero, piloto de élite y miembro se las fuerzas armadas con casi cuarenta años de experiencia, a vuestro servicio.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora