Escape

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Tres años atrás.

—¿Adonde crees que vas?—preguntó Sophia.

Ella se encontraba sentada en el pequeño sofá junto a la gran puerta doble de entrada, estaba con las rodillas contra el pecho y su cabello lo tenía rozando sus delgados hombros. Ella tenía trece años, era tan delgada y menuda que aveces Daniel se olvidaba que ya había recibido su primera runa.

No la había visto al bajar las amplias escaleras y no se había esperado encontrarla siquiera despierta. Se acomodó la mochila a la espalda. Llevaba bastante dinero como para comprar una mansión, lo había tomado de su casa antes de que se mudará con su tía y tío, había guardado comida y ropa extra.

       —No es de tu incumbencia, Sophia.

       Ella hundió el rostro en sus delgadas piernas, mientras Daniel volvía a caminar con pasó decidido. Él tenía dieciséis años y le doblaba de tamaño a su pequeña prima, que en ese momento parecía más pequeña de lo que era.

       En esos momento en los que veía a su primita se preguntaba, ¿como se sentiría tener una hermana...? Que no estuviera muerta, como la suya. Jamas hablaría con ella, siquiera la abrazaría o le prohibiría salir con chicos con el puro gusto de hacerla enfadar o abrazarla en el día de su boda amenazando al novio con cuidarla... Jamás tendría una hermana y eso le dolía tanto, aunque por supuesto, él había tenido tres años cuando ella murió. Ella apenas había llegado a vivir tres días.

       —Quiero ayudarte—susurró su primita, su voz ya no era la misma, ya le estaba cambiando—. No nos dejes, te necesitamos y aunque no quieras admitirlo, tú nos necesitas a nosotros...

Daniel sintió que esas palabras le quemaban, se paralizó. En especial cuando su primita lo miró a los ojos, suplicando. La interrumpió.

—A quienes necesito, Soph, son a mis padres...—dijo con rabia en la voz—. Tú crees que disfruto ver a todos en esta casa sufriendo... que todos en la ciudad me digan "lamento tu pérdida...". Dime, Soph, ¿para que coño sirve que me digan eso sí no lo dicen de verdad? No es como que con eso lo puedan traer devuelta.

Ella lo miró con ojos llorosos y mejillas sonrojadas. Se sintió mal cuando una lagrima se le escapó de la mejilla a su primita y ella hundió su rostro en los delgadas piernas.

—¿Soph...?

Le preguntó, culpable, la escucho sollozar. Daniel se precipitó hasta ella y la abrazo, ella al instante le hundió el rostro en el cuello y dejó que la abrazara. Las lágrimas de su primita le mojaban el cuello y se obliga a tragar saliva para no hacer lo mismo.

—Ven...—le susurró, tranquilizándola. Su voz sonaba quebrada.

La cargo, mientras ella hundía más el rostro en su cuello. Daniel le acarició el suave cabello.

—Necesitas dormir—le dijo Daniel. Se empezó a acercar a la escalera, puso un brazo por debajo de las piernas de su prima y con la otra le seguía acariciando el cabello. Ella se aferró más al cuello de su primo con los brazos—ya te llevo yo.

Le dijo. Sophie movió la cabeza, parecía estarse negando.

—No—dijo, él la miró—. Cuando me duerma te irás. No te vayas, Dan...

—Sophie...

Ella se aferró más a él, llorando. Daniel no lo tolero más, sentía que se rompía, que la fuerza que había tomado todos esos días dentro de su habitación se había roto como el cristal. Las piernas las sentía flojas y se creó un hueco en su estómago tan grande que le resultó doloroso. Con cada sollozo de su prima su alma se quebraba más.

Cazadores de sombras: Ciudad de misterios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora