El día que la conocí, sus ojos me miraron desde la distancia y un tenue rubor en sus mejillas se pintó cuando se dio cuenta de que también la miraba, sin embargo no se detuvo y continuó con su suave caminar, ese que acentuaba el movimiento de sus caderas y que era acompañado por el de su cabello que volaba en contacto con el aire. No lo negaré, ella me hipnotizó, por no decir que me volvió completamente loco, al grado de pedirle a gritos a mis manos que la dibujara, para tratar de plasmar su perfección, fue gracias a ella que descubrí mi potencial como artista y que, por vez primera, me entregué al amor.
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