𝙄 𝙣 𝙩 𝙧 𝙤 𝙙 𝙪 𝙘 𝙩 𝙞 𝙤 𝙣

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Era extraña la vida en Europa. La forma en que todo podía ocurrir con una especie de calma extrañamente agitadora que la ponía un poco de nervios.

Arrugó la nariz, sintiendo la pestilencia de uno de los habitantes de Marsella, Francia. Se rio a carcajadas el... caballero, alzando los brazos, el desagradable almizcle de su perfume natural y la colonia con la que se había bañado.

Por lo menos, tenía buen gusto de colonias.

No pudo contenerse más. Incluso hacía que el apetito se repeliese. Su amigo, no parecía estar tan en sus jugos como el primero.

Bien podía vomitar, pero no llevaba nada en el estómago. Echó un largo suspiro, y simplemente tomó su bolso, encaminándose a paso seguro por el asfalto, su delgada figura femenina cubierta por esa larga y gruesa gabardina llamando más que de costumbre la atención.

Sin lugar a dudas, a Marsella se le ocurrió en muy mal día elegir estar soleado. Hacía muy complicada su despedida de aquel lugar que tanto le había gustado.

No era como que se hubiera quedado mucho tiempo. Es más, incluso había sido su parada más rápida en diez años; sin embargo, fue la más agradable. Llevaba tanto tiempo sin ver la luz del sol reluciendo esplendorosa, el agua golpeando la orilla en un sonido de lo más relajante, el aire fresco acariciando con suavidad a su piel gélida y suave. Era como un despeje de todo lo que le acongojaba. Simplemente, le venía de maravilla.

Sin embargo, justo cuando planeaba despedirse, con su boleto para irse a Rusia preparado, maletas hechas y un recorrido rápido por toda la ciudad francesa, justo al sol se le ocurrió la brillante idea de relucir esplendoroso.

No tenía ningún problema con ello, mas no era el momento indicado.

Volvió a suspirar, abriendo el parasol antes de continuar con su andanza. El suelo bajo sus pies repiqueteó a cada paso, su silueta andando con suavidad y una absurda elegancia que la hicieron lucir como un bendito pecado avanzando por el medio del reluciente Marsella.

Sin embargo, poco se esperaba el zumbido de su teléfono en el bolsillo. Menos el hecho de ver que su hermana, Alice Cullen fuese quien estuviese buscándola.

Enarcó una de sus perfectas cejas, curiosa, cuestionándose si debía responder o no. Sabía que su querida pariente era un poquito cotilla y que seguro querría saber todos sus planes para su viaje a otro país si es que su madre Esme ya se lo había soltado, lo que conllevaba escuchar su vocecilla hablar horas y horas.

Bueno, en momentos donde la melancolía la embargaba, charlar con alguien no le vendría nada mal, pero ya era tarde, la llamada había terminado.

Admiró la pantalla por unos breves instantes, cuestionándose si debía llamar e intentar de nuevo. Tal vez y solo tal vez, podría comunicarse con Rosalie... saber qué tal iban las cosas.

Gruñó, acobardada. Guardó de nuevo el aparatejo en el bolsillo y procedió con su camino hacía el departamento en que recidía, al menos, hasta que volvió a interrumpirla el zumbido del móvil desde el interior.

Tragó duro y sin darse tiempo a siquiera pensarlo, presionó la tecla correspondiente, aunque su cuerpo le decía que lo mejor era colgar ya.

—¡¿Por qué no contestas?! ¡¿Estás loca?! —Chilló con enfado, alterada. Arrugó el entrecejo, dudosa de si esa era Alice. Sonaba como ella, pero su actitud había sido tan enérgica en el sentido negativo de la palabra, que la hizo cuestionarse si era correcto seguir manteniendo ese breve instante de contacto— ¡por favor, Onix!

—¿Qué ocurre, pixie doll? —Pronunció, el silbido de su voz femenina grave como siempre dándole esa sensación de cosquilleo en la garganta. Era algo que le gustaba, la hacía sentir un poquito más normal, aunque lo normal era ignorar esa presencia.

—¡Es Edward! ¡Va a provocar a los Vulturis! —Chilló.

Sin embargo, Onix Kekek se echó a reír.

—¿Otra vez está de dramático? Es una etapa, tranquila, ya se le pasara —remilgó burlona, imaginado a su mejor amigo recitando la misma cantaleta que llevaba repitiendo desde hace casi un siglo. Ya se lo sabía tan bien que podría recitarlo ella misma— te apuesto que solo lo hace por un poco de atención, ¡no lo conociera!

—¡¿Podrías escucharme?! ¡Esto es muy serio! ¡Lo he visto! ¡Lo he visto, Onix! —Replicó, el terror en su voz alarmando de inmediato a la aludida.

Maldijo entre dientes. Lo bueno era que Volterra no estaba muy lejos.

—¿Cuándo ocurrirá?

Pobre de su viaje a Rusia que se vería interrumpido, así mismo, pobre de Edward Cullen, porque si los Vulturis no le hacían daño, ella lo haría. ¡No había aprendido nada en los últimos cuarenta años al parecer!

Avanzar a prisa mortal por la aconglomerada Marsella fue un desafío, mas no perdió nada de tiempo al llegar a por sus pertenencias, robando un auto que encontró por allí.

El viaje le pareció eterno, lo cual era gracioso si considerabas el hecho de estar atrapado en el mismo cuerpo por el resto de una vida inmortal, pero esas eran coincidencias de las que se reiría después. Aguantar la desesperación fue brutal, así como el pánico por ver a la guardia, sabiendo bien que no sería bien recibida.

Iba a salvarlo. No por nada había aprendido el buen arte de la labia; iba a sonsacarlos de ser posible y salvaría al cobrizo.

Eso iba a hacer.

Eso iba a hacer

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𝐁𝐚𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora