𝟳 𝟴. 𝙅 𝙤 𝙠 𝙚 𝙧

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Aro se deshizo del agarre frío con velocidad, abrumado por lo que aquella joven vampiresa vio con antelación. La fascinación que se le trazó en el rostro fue suplantado por la incertidumbre y la duda, sin creerse lo que ocurriría.

Admiró a los testigos que se quedaron quietos aguardando en la lejanía del otro lado del campo en el que se encontraba. Vislumbró a cada uno de ellos a detalle y después al rubio que solo esperó con paciencia, con el pecho subiendo y bajando en una respiración profunda, las mismas expresiones que observó en la visión trazándose en las líneas de su rostro.

Tras él observó lo mismo en Onix, que aunque su delicada figura permaneció igual de quieta que una esfinge, solo esperó, con la mandíbula apretada, ansiando a que se cumpliese lo que sea que debía de ocurrir.

Los segundos parecieron eternos en el medio del silencio, solo escuchándose el pequeño silvido del aire frío soplar, el de los copos de nieve danzando hasta llegar al suelo, el de los gruñidos sutiles y amenazantes que ronroneaban entre los dientes afilados de los hocicos de los metamorfos. A pesar de conocer bien lo que era un siglo, aquel instante pareció durar mucho más que eso.

—Ahora lo sabes, ese es tu futuro —declaro Alice con intensidad, el destello de sus orbes dorados reluciendo en medio de todo el lienzo blanco creado por los monticulos de nieve— a menos que decidas alterar su curso —advirtió.

—No podemos hacer eso —insistió Caius— la niña sigue siendo una gran amenaza.

—¿Y si aseguran que se mantendrá oculta de los humanos? —Propuso Edward, más confiado tras indagar entre los pensamientos de un dudoso Aro— ¿podemos irnos en paz?

—Por supuesto, pero ¿cómo piensan hacerlo? —Cuestionó el rubio Vulturi. Para ese punto, Pixie Doll le guiñó un ojo a discresión a su hermana, que dibujó la sombra de una sonrisa al comprender, que no existía nada por lo cual sentir miedo.

Ya no.

—Ya te lo dirán —dijo.

Desde la espesura del bosque caminaron en calma dos personas en trajes que le parecieron bastante tradicionales y hermosos a Onix. Solo sus accesorios se escucharon sacudiéndose junto a sus pisadas, sus pieles morenas viéndose como perfectos lienzos que ni la inmortalidad pudo quitarles el brillo de su caracteristico tono olivaseo.

—Estuve buscando mis propios testigos, en las tribus Ticuna de Brasil —anunció con confianza la menor.

—Hay suficientes testigos —refunfuñó Caius.

—Déjala hablar —bramó Aro, con las imagenes de lo que podría ocurrir repitiéndose dentro de sus pensamientos.

Kekek arrugó el entrecejo, curiosa porque jamás le había escuchado ese timbre ansioso al ancestral aquel y no supo si eso era una buena o mala señal. Suspiró, impaciente y miró a Jasper quien pareció decirle en silencio que todo estaría bien... y le creyó.

𝐁𝐚𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora