𝟳 𝟳. 𝘾 𝙝 𝙚 𝙨 𝙨 𝙥 𝙞 𝙚 𝙘 𝙚 𝙨

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Aro sonrió incrédulo por lo que la insolente dijo. Recordaba haberla acogido a pesar de su debilidad, pero como siempre su osadía consiguió dejarlo asombrado, que fuese los suficientemente valiente o tonta como para enfrentarse a él y creer que caería en sus embrollos, aunque para su des fortuna y pesar, sí ocurrió en reiteradas ocasiones a pesar de que les hizo creer a todos que no fue así.

—La única que te ha hecho dudar soy yo y ahora sabiendo lo que sé, comprendo que te soy más de utilidad de lo que creí —masculló sonriente, su encantadora sonrisilla haciendo que de inmediato algunos cedieran. Onix sabía las armas que poseía, siempre lo supo, así que se fingió encantadora y les sonrió a Caius, a Marcus, a Alec y hasta a Jane, que fastidiada porque jamás perdía lo que quería aquella mujer, quiso lanzársele encima.

Sin embargo, si Aro tenía favoritas, no existía ninguna duda de que una de ellas era Onix Kekek por encima de Jane.

—Estás desperdiciando tu tiempo al creer que amenazándolos vas a ganar algo, Aro —canturreó, con decisión.

—¡Onix! —le llamó Edward, angustiado por ella y su seguridad.

—¿Quieres deshacerte de las molestias y los peligros? Pregúntale a Marcus, soy más peligrosa que la niña —afirmó, enfadándolo por su altanería y esa expresión que ya no era simpática en el rostro usualmente dulce o alegre, sino rabiosa— mátame a mí en lugar de a ella si quieres enseñar una lección.

—Puedo matarlas a ambas.

—Sabes que no destruyes a los tuyos porque sí. ¿O acaso has perdido tus principios, Aro? —Interrogó, retándolo con esos brillantes orbes dorados que ya no parecían tan de ensueño.

En medio del silencio formulado al cuestionarse si matarla al no tener su complemento, se quedó maravillado cuando vio que la última pieza de su ajedrez ingresaba al tablero, haciendo ruidosa su presencia con sus pasos pesados que fueron marcados por la nieve crujiente.

—¡Alice! —Jadeó Aro, haciendo que se girase veloz.

Entonces lo vio en la distancia acercándose con fiereza junto a su hermana. No la evitó y no ocultó para nada la conexión que existía entre ellos al dejarle los irises brillantes plantados en su figura ahora temblorosa, ambos deseosos por correr a los brazos del otro, pero manteniendo la compostura por la tensión que les embaucaba entre todos los presentes que vislumbraron aquello.

El líder italiano no estaba contento. Los miró a ambos con molestia y con una indicación silenciosa hizo que se apresuraran sus guardias.

Separaron a Alice y a Jasper entre empujones. Al ver la brutalidad con la que lo trataron ansió a correr a por él y ayudarlo pero manos la sostuvieron con fuerza sin dejarla hacerlo. Sus brazos delgados fueron firmemente agarrados por otros dos inmortales del aquelarre de ojos rojos y aunque tiró para zafarse, entendió que solo se haría daño.

𝐁𝐚𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora