Onix era un pecado, el más sensual y misterioso pecado que Jasper quería cometer.
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En el instante en que cayó bajo el hechizo de Onix Kekek, no hubo forma alguna de escapar de él, del canto que le envolvía cada vez que su...
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Después de aquella primera noche, no habían sabido como detenerse, a pesar de tener un colchón en el piso para poder llevar a cabo cada uno de sus encuentros.
No habían destrozado aún el resto de la casa porque querían mantenerla a flote por unos días antes de partir en dirección de Rusia; Nix parecía algo inquieta, repitiendo que estaba emocionada y ansiosa por visitar su país natal.
La hallaba adorable, pero toda esa ternura podía suplantarla por los más pecaminosos pensamientos sobre ella cuando le sonreía lujuriosa o se lo engullía con apetencia. Kekek tenía la cara de un querubín, de una chiquilla de "no rompo ni un plato" pero podía romper toda su estabilidad con solo una sonrisa y un roce en los lugares correctos.
La admiró pasearse desnuda por el medio de la habitación, completamente acostumbrado a admirarla cómoda en su piel. Además, ella lo hacía a propósito para incentivarlo a pesar de que sabía que solo bastaba una risita para que ansiara a poseerla.
—Ponte el conjunto rosa, Kekek —ordenó, tomándola desprevenida cuando buscaba una película para ver esa tarde.
Con tanto tiempo libre y una casita para ellos dos solos a mitad de la nada en donde nadie podría molestarlos además de las personas encargadas de la limpieza, apenas podían detenerse. Ni siquiera se cansaban, se hallaban preparados física y mentalmente cuando fuera.
—P-pero acabo de comprarlo, ¡lo vas a romper! —Reprochó, temblando excitada cuando lo vio levantarse de su asiento.
—¿Te pregunté eso? —Le cuestionó, con una dureza que le produjo en la entrepierna sabrosos retortijones. Sin hallarse osada para enfrentarle, negó con suavidad, relamiéndose los labios, provocándolo sin intensión.
La mano de Jasper le apretó la barbilla con brutalidad y ella respondió con un gemido que lo hizo sonreír altivo. Detestó tanto disfrutar de esa sonrisa, de la forma en que sus labios se curvaron divirtiéndose con el poco control de su lujuria.
Entonces le besó con esa fiereza propia de él, con esa brutalidad que la ponía a su completa merced. Gozó y las rodillas le temblaron. Apenas pudo sostenerse de no haber sido por él que le agarro las manos y las colocó por encima de su cabeza, empujándola contra el buro a su espalda.
Los objetos decorativos y la lámpara se sacudieron e incluso algunas cosas como la decoración luminosa cayeron al suelo. Nix le subió una de las delgadas piernas a la cadera, buscando sentirlo y ante su desnudez, fue fácil para el sureño sentir lo mojada que se hallaba contra la tela de los bóxers.
Le pasó la lengua sobre la femenina, ansioso por probarla una millonésima vez. Le mordisqueó los delicados labios y succionó con soltura, deleitándose con la textura de los dos pliegues carnosos y embadurnados de saliva.
