Onix era un pecado, el más sensual y misterioso pecado que Jasper quería cometer.
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En el instante en que cayó bajo el hechizo de Onix Kekek, no hubo forma alguna de escapar de él, del canto que le envolvía cada vez que su...
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Se acomodó de rodillas en el centro de la cama, y admiró cada sensual movimiento lento de Jasper que sostenía de la gruesa cadena que la mantenía confine, con el elixir deslizándose por su centro, las delicadas bragas bajo el vestido negro empapándose ante la humedad que se esparció por sus sedosos y ocultos labios.
Detalló a la delicada y preciosa gatita que le miró con ojos brillantes, con una diminuta sonrisilla en su boca, esperando con lujuria y con impaciencia a por él.
Acomodó el extremo de la cadena donde solían descansar aquellas con las que jugaban y que colgaban de los doseles de la cama, acto seguido, prosiguió a encaminarse hasta el buro con esos juguetitos que a ambos les gustaban. Buscó lubricante a base de agua para acomodarle el adorable plugg que iba a juego con esas bonitas orejas felinas en su cabeza, una flogger, pinzas para pezones con una decoración de cascabeles negros y buscó una soga de fibras de algodón, que aunque sabía que sería algo fácil de romper, sabía lo mucho que a ella le gustaba estar amarrada y que no importaba cuan díficil fuera, se contenía para no romper sus amarras.
Se removió nerviosa en su posición desde el acolchado y sintió que se desfallecería al ver todo aquello en sus enormes y masculinas manos. La respiración se le agitó y casi se echa a gemir apenas lo vio depositar los artículos en el borde de la cama. Le aterró que se diera cuenta de su anhelo tan desesperado, la ansiedad por querer que la viera arder por su toque poderoso, por la delicia de su rudeza cuando la tomaba.
—A pesar de que aceptaste, no quiero hacerte nada que no quieras —le dijo con suavidad, sentándose con completa calma frente a ella, que casi hace puchero por eso, por lo relajado que se veía mientras que ella estaba por desvanecerse en las sábanas.
Asintió enérgica al ver que él no seguiría hasta obtener una respuesta y tembló cuando lo notó tomar la flogger en sus dedos. Las tiras marrones con tachuelas la pusieron a trastabillar; sosténiendose desde sus muslos, se acomodó en cuatro, tanteándo el terreno, en un movimiento felino que le salió tan natural que Jasper se sintió abrumado por la forma inmensamente elegante y grácil en que la complexión de Onix se movía, preparada para cualquier cosa.
—Cuando dices que «no», ¿en verdad quieres que me detenga? —Cuestionó, tranquilo, como si fuese una pregunta del todo normal. Los párpados de la vampiresa aletearon con ímpetu, algo avergonzada y dichosa por aquello.
—No —respondió en voz baja, temerosa de que su timbre la delatara, a pesar de que él podía sentir con claridad sus impuros sentires, a pesar de que él podía oler los líquidos que le escurrían por el coño, lubricándola para que se deslizase en ella.
