𝟰 𝟳. 𝙏 𝙝 𝙚 𝘾 𝙖 𝙜 𝙚

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Aguardó paciente junto a los garrotes de hierro, con nervios recorriéndole las fibras de su anatomía de arriba a abajo. Se podía sentir respirar intranquilo, pero eso no era ningún impedimento para quedarse firme en su posición, sin tener idea de cómo iba a ser posible que ella fuese a aprovechar del inmenso espacio primero.

Tragó con dureza cuando oyó sus pasos acercándose a dónde él. La vampiresa admiró su silueta masculina en tanto se acercaba, sosteniendo bien la fusta que usaría esa noche y con ojos brillando de deseo, detalló cada músculo de su amado, sintiéndose osada a pesar de que él tenía todas las armas para someterla como siempre hacía.

Quizá por eso se sentía tan excitada, porque sabía que él respetaría el trato y la dejaría tomar las riendas, ser quien manejara todo a su antojo y ansiaba a juguetear un rato con él.

—De rodillas, Jasper —ordenó con calma y él obedeció sin chistar, acomodándose sobre sus muslos.

Entonces ella se paseó frente a él y lo hizo sentirse alterado, abrumado y sorprendido por lo que sus ojos veían. Onix modeló para él, satisfecha de su reacción, sacudiendo con soltura la fusta en su mano, así como la larga melena castaña y sedosa que le caía sobre la espalda como una cascada de chocolate.

El body de látex negro era tan ajustado que dejaba relucir con soltura cada una de sus curvas delicadas. La estrecha cintura se le apretaba con feminidad, las pequeñas y firmes caderas apenas eran cubiertas por una muy corta y delicada falda y los pequeños senos se le definían firmes con lo justa que era la prenda.

El liguero le apretó los muslos con delicia y las medias negras se le veían divinas recubriéndole las piernas lechosas. Ella sonrió al ver la forma en que la admiró, como si fuese una especie de divinidad viniendo a él y era justo lo que pensaba, en que seguro algo muy bueno debió haber hecho como para ser merecedor de ver una obra de arte tan sublime como lo era Onix Kekek.

—Que obediente —murmuró, plantándole el cuero del accesorio en sus manos debajo de la mandíbula, insitándolo a subir la cara.

Respiró agitado con la mirada oscurecida de la inmortal sobre él y se sintió trastabillar cuando la vio sonreír llena de gusto, con los labios teñidos en un labial negro que contrastó perfecto en su dermis blancuzca. El balance de los colores blanco y negro en ella era demasiado, podría deshacerse allí mismo solo por lo preciosa que lucía enfundada así, segura sobre su propia piel y más osada que nunca.

—Entra allí, Jazz —indicó. Iba a levantarse para hacerlo, pero ella le golpeó en el hombro con firmeza, deteniéndolo. El escozor le picó en la piel masculina, y callado y sumiso solo se detuvo, sin entender cuáles eran sus deseos— en cuatro.

Quién diría, que el mayor Jasper Whitlock más de cien años después estaría siendo sometido con consentimiento y deseo por una mujer tan pequeñita.

𝐁𝐚𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora