𝟭 𝟬. 𝙃 𝙚 𝙧 𝙚 𝙨 𝙘 𝙖 𝙥 𝙚 𝙨

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Bajó de un salto a donde Rosalie, que le escuchó desde la distancia. Solo aguardaba por él para ir a la escuela. A veces Emmett solía quedarse en casa, para fingirse enfermo, otras ocasiones era Alice, o Jasper, Edward o ella misma. Servía para fingirse ser normales, o al menos un poco y en ocasiones para poder simplemente liberarse de las tensiones escolares que les atormentaban desde hace tanto.

—Alice y Edward ya se fueron, se nos hace tarde —masculló con suavidad Rose, montándose en el auto con rapidez.

No dijo nada, solo sintió su tensión. Por la mañana había vuelto a discutir con Onix, quien había tratado de acercarse con chistes malos e incómodos porque la rubia solo le dirigía malas miradas. La familia entera la escuchó tratando de conversar, de cómo buscó la forma de acercarse.

Rosalie volvió a rechazarle, pidiéndole de golpe que se detuviera, que era ridícula, que debía tener dignidad.

Si lo que quería era dañar el orgullo de Onix, lo hizo, porque ella se quedó callada, dolencia surcándole en el pecho. La familia de inmediato se quedó quieta, como si un botón de pausa se hubiese presionado, y solo aguardaron.

Creyeron que Nix lanzaría algún comentario viperino, que quizá terminaría cerrando todo con un parloteo sarcástico y una sonrisilla divertida que mantendría oculto su dolor.

Jasper quiso hacer algo, pero no pudo hacer nada cuando ella hizo una pomposa reverencia, tomando en punta los bordes de su falda para después doblar las rodillas con la cabeza inclinada, como si encontrara frente a una figura de la realeza.

Después se marchó, dejando a todos confundidos, con el sonido de sus altos tacones golpeando el suelo de la casa.

Se quedó quieto en su lugar, con la mochila sobre las piernas, pensando en lo ocurrido y aun con las emociones de su hermana llegando a él. Había arrepentimiento, tristeza y acongojo.

Entonces pensó de nuevo en Kekek, en ella agachándose con esa faldita suya tan corta que cuando la levantó le dejó ver sus perfectos y delgados muslos, esos que conectaban con el mullido trasero que se ocultó con dificultad bajo la tela.

Carraspeó. No era el lugar ni el momento para tener esos pensamientos.

—¿Por qué no solo terminan con eso y ya? —Cuestionó Rose, con sus orbes dorados clavados en el camino.

—No hay privacidad —susurró de inmediato.

No era una mentira. Ambos habían demostrado con tantos roces, palabras y miradas el deseo desenfrenado que sentían por el otro, mas no lograban satisfacer por el simple hecho de vivir rodeados de más vampiros que podían escucharlos por cualquier habitación y aunque el bosque era adorable, no era  lugar indicado para ceder a su lujuria.

𝐁𝐚𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora