Onix era un pecado, el más sensual y misterioso pecado que Jasper quería cometer.
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En el instante en que cayó bajo el hechizo de Onix Kekek, no hubo forma alguna de escapar de él, del canto que le envolvía cada vez que su...
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No esperaba encontrar catástrofe cuando llegó, o quizá sí pero ingenuamente había creído que no iba a ocurrir algo así. Saltó de un impulso y dejó que su cuerpo cayera sobre la creatura peluda que iba a lanzarse por Edward. Le rodeó el torax y lo arrojó con toda la fuerza que pudo tener hasta uno de los árboles que rodeaban la construcción.
Se movió ágil, evitando que sus inmensas mandíbulas la alcanzaran. Se metió entre las patas de uno y consiguió empujarlo contra otros dos, atarantándolos lo suficiente. No se quedó quieta y a pesar de que se moría de terror, se sintió más confiada cuando Jasper apareció a su lado para apartarla de tajo de otro que venía con claras intenciones de lastimarla.
Se colocaron espalda con espalda y se protegieron de los otros. Cuando Onix veía que Jasper la necesitaba demostraba la agilidad que podía poseer siendo escurridiza para hacerlos enredarse entre todos ellos y cuando él notaba que ella estaba por ser alcanzada golpeaba sin lugar a dudas a cualquiera que se osara a tocarle siquiera un solo pelo.
Le tomó la mano y jaló de ella para que volviera a la casa pero se negó y se quedó a su lado. Los dos se miraron alterados mientras las bestias venían a por ellos. Rodearon a todo el clan Olímpico, que se quedó formando una barrera para que no pudieran pasar, con los rugidos que les surgían del pecho a todos, como una amenaza, sin embargo, sin intensiones de hacerles el mismo daño como el que aquellos querían hacerles.
Trató de darse fuerza con Jasper. Él lucía como ese violento león que conocía, con el cabello rubio despeinado y salvaje cayéndole por el rostro, enseñando los colmillos y con los intensos ojos destilando solamente ira. Los dedos los llevaba colocados igual a un par de cuchillas y su feroz cuerpo encorvado iba a lanzarse en cualquier momento sobre cualquiera que se atreviera a atacarla a ella o a cualquiera de su familia.
Sonrió con orgullo y se concentró en lo suyo. Ella no lucía para nada igual, pero podía hacer el mejor de su intento para proteger a aquellos a los que amaba.
Los bramidos de las bestias le aturdían los tímpanos sensibles. La saliva les escurría y sus colmillos brillaban a la luz de la luna afilados; casi que podía jurar que se desgarraban la garganta con cada uno de los ladridos que lanzaban.
—¡Basta! ¡Se acabó! —Exclamó con ferocidad Jacob llegando de un brinco al medio de donde se desataba la contienda— ¡si la matan me matan a mí! —Gritó con ímpetu, defendiendo a quien aguardaba allá adentro.
El metamorfo más grande de todos, se lanzó contra él hasta arrojarlo y mandarlo a convertirse. No supo que estaba pasando, pero los vio rugirse con ganas, violentos, mas lo que sea que estaba haciendo el joven, funcionaba, porque retrocedió el líder de los seres mágicos que al ver aquello también lo hicieron.
—Jacob se imprimó —anunció Edward, cosa que todos entendieron menos ella.
¿Imprimar?
—No le harán nada. Si un lobo se imprimó de ella, no pueden lastimarla —claudicó, mientras que los Cullen poco a poco se reunían en la entrada, más tranquilos y seguros— esa es su más poderosa ley —farfulló el cobrizo, sin saber cómo sentirse al respecto. Aliviado de que hayan podido encontrar una solución, enfurecido de que haya sido aquella.
