𝟰 𝟯. 𝘽 𝙖 𝙩 𝙩 𝙡 𝙚 𝙎 𝙘 𝙖 𝙧 𝙨

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Estar encerrados en el medio de la nada les había brindado la oportunidad de conocerse a fondo en cada uno de los sentidos en los que se podía traducir aquella frase; desde la más inocente, hasta la más atrevida y oscura que se pudiese ocurrir.

No habían desperdiciado nada de tiempo. Los días corrían y debido a los accesos que les brindaba su nueva cama de uso rudo, gastaban su mañana, tarde y noche explorándola, llenándola de abolladuras y golpes, doblando cada esquina que podían y jugueteando tanto que prácticamente vivían de sus instintos, de la pasión, de esos sentires enérgicos que les consumían cada recoveco anhelante por el otro.

Sin embargo, bien les valió para adaptarse, en una forma de vida que resultaba demasiado nueva y armoniosa para cada uno. Después de cada encuentro, a él le gustaba cuidarla y consentirla, el aftercare resultaba tan adorable que la llenaba de dulzura, mas no se atrevía a decir palabra alguna, aterrada ante la idea de que la hallase tan vulnerable.

Había cosas que él le aprendió bien gracias a los tratos con las que la tenía tan consentida. Le gustaba comer helado después de cada encuentro, a pesar de que no sentía más allá de un sabor terroso; también le gustaba envolverse entre los edredones destruídos, ronronear como un felino entre la ropa de cama destrozada, disfrutando de aquella sedosidad antes de que la gente del servicio fuese a cambiarla.

De igual forma, por no mencionar, el más importante y curioso de todos, es que ella le admiraba demasiado, lo detallaba con soltura, interesada en verdad en grabárselo a fuego en la mente. A veces lo ponía nervioso, en otras lo motivaba, pero le parecía de lo más interesante cada que la atrapaba en infraganti detallando sus formas, los trazos de su anatomía... con una especial atención a cada una de sus marcas.

No era la primera vez que lo notaba. En otras ocasiones durante el acto aprovechaba para tocárselas; le pasaba los dedos por las cicatrices de neófitos que se le esparcían por toda la piel y por los gestos de su rostro, por las emociones que emanaba, no iba a fingir que no lo inquietaba, inseguro sobre si aquello resultaba una buena o mala señal.

En una ocasión, mientras la tenía envuelta en sus brazos, con ella fingiéndose dormir —en uno de esos particulares gustos que poseía para sentirse más como una mortal—, la oyó con claridad gimotear, en una expresión de melancolía y podía apostar, a que también había envidia.

Se decía estar loco, porque las cosas todos los días lucían ir de mejor en mejor, como si subieran constantes peldaños. Poco a poco ella se había soltado contándole cosas aleatorias sobre sus viajes durante todas esas décadas que tomó para aventurarse a conocer el mundo o recuerdos vagos sobre su vida mortal.

Por supuesto que cuando llegaba a ellos se detenía, como si de pronto chocase de cara contra un muro, mas nunca la presionó y dentro de él, se sentía agradecido de tener la oportunidad de explorarla, de disfrutar de su confianza y de su querer que se incrementaba a cada hora, cada minuto, cada eterno segundo.

𝐁𝐚𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora