𝟭. 𝙑 𝙤 𝙡 𝙩 𝙚 𝙧 𝙧 𝙖

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—Parece que he llegado en el momento indicado —la voz ronca de Onix Kekek resonó en un eco por todo lo alto al ingresar al gran salón, las puertas abriéndose de par en par permitiendo ver a la presente que llegó sin invitación.

Siempre le habían gustado las entradas grandes, las llamativas que atraían y acaparaban todas las miradas, y así lo hizo, lo consiguió; sonrió de lado delatando sus carnosos labios teñidos en un labial carmín, avanzando y presentándose en esa teatral forma que Rose le enseñó... pero falló en el instante en que su pie se dobló.

Era algo que le pasaba seguido así que no le sorprendió. Al esforzarse más de la cuenta, terminaba estropeando todo; por eso la realeza vampírica la detestaba tanto. Andaba de metiche la mayor parte del tiempo, justo como en ese instante.

Admiró a Aro, que sonreía de esa forma que la ponía de nervios frente a todos y cada uno de los que conformaban a su público maravilloso. Siempre le daba muy mala espina. No era miedo, lo aseguraba a que no era eso; no era un sentimiento de impotencia o de inseguridad en sí misma.. simplemente era como una especie de mala calaña, una mala señal... un dejo de desconfianza que le incomodaba.

Avanzó sonriente, fingiéndose estar a su altura, aunque distaba mucho incluso físicamente de eso al ser tan pequeña, mas esos eran detalles que en ese instante sobraban.

Isabella Swan admiró a la vampiresa con curiosidad, agitada y aún con pánico carcomiéndole las entrañas. Lo único que quería, era correr, correr tan lejos como sus piernas se lo permitieran en compañía de Edward y Alice Cullen, pero al ver la sonrisa de la menor de la familia inmortal que ella conocía, supuso muy bien que la joven era esa a quien tanto mencionaban.

Además, las fotos por doquier en casa de los Cullen-Hale le dieron la idea de quién era ella.

—Ah, ¡Onix! Que... gustosa sorpresa que estés aquí —canturreó Aro, con su sonrisilla aún cruzando la mitad de su cara, aunque sus orbes demostrando la clara incomodidad de que la joven inmortal estuviera allí.

Kekek no disfrutó de notar su desagrado. Hasta pánico le generó pero debía de ocultarlo.

—Sabía que harían una fiesta y no quería perdérmela —alardeó fingiéndose aún altiva, pero si pudiera, temblaría como un perro chihuahua. Su cobardía era más grande que la valentía que se actuó; cualquiera allí lo sabía, pero era divertido verla intentarlo— ¿qué está haciendo Edward allí? —Cuestionó, dudosa, ya que su hermano se hallaba bajo el sometimiento de Felix, su cabeza entre sus manos.

Al analizar la situación, se quedó un poco abrumada. Alice sonreía, también siendo fuertemente agarrada y en el centro, una bella desconocida de gesto compungido trataba de entender qué era lo que estaba pasando y en sus orbes chocolate notó, que le suplicó ayuda.

𝐁𝐚𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞 || Jasper HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora