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Septiembre, 1950.

Formar parte de la comunidad eclesiástica se convirtió en un sueño bastante nuevo. Al menos, lo era hacía ocho años atrás.

Jung Hoseok perdió muchas cosas para llegar hasta allí: el inicio directo a la conclusión de una etapa de su vida que anhelaba profundamente desde los diecisiete años. Una meta que Dios le impuso. El regocijo dentro de su corazón era palpable. La idea de terminar su aprendizaje y convertirse en sacerdote le abrigaba el pecho.

—Bienvenido a su nuevo hogar, Jung Hoseok.

Lo primero que vio al bajar del vehículo fue la flamante sotana de su superior.

Moon Jong-su era el párroco de la Iglesia Católica del pueblo de Dwaen desde tiempos inmemoriales. También fue el guía espiritual de su familia por más de treinta años. En su memoria, Hoseok se retrata a sí mismo como un devoto de su palabra, pues significaba el ejemplo perfecto de un hombre de Dios. Continuaba siendo su modelo a seguir.

—¡Padre! —expresó lleno de risa.

Estrechó la mano del sacerdote por un segundo, pues con rapidez se encontró entre sus brazos. Correspondió sin decir nada a aquella sorpresiva muestra de afecto, sonriente. Al alejarse, el hombre palmeó su espalda para pedirle que entrase a la Iglesia junto a él.

El templo lucía diferente por fuera. Y Hoseok amaba las cosas diferentes. Lo nuevo. Se acostumbraba con facilidad. Por dentro estaba exactamente igual, sólo reluciente y recién pintada.

—¿Y? ¿Qué tal la vida en el seminario?

Se fijó en él, pensando en una respuesta que no lo dejase en ridículo.

—Feliz —aseguró, y se le abrigaron las mejillas por la tontería que acababa de decir, aunque era tan sincero como la curva dibujada en sus labios.

—Me alegro. —El sacerdote dio un asentimiento—. Aquí será feliz también. Cuide su futuro. No tendrá otro.

Inconforme con tanta formalidad, Hoseok chasqueó la lengua.

—Los años no le pasan por encima, padre —dijo. El aludido respondió con un pequeño gesto desconcertado—. Puede tutearme —aclaró—, no me molesta. Y creo que es correcto que nos llevemos así desde hoy.

Las cejas del sacerdote se alzaron y negó con su cabeza.

—Vaya forma de hablar —se burló—. Pero está bien, hijo.

—Bien —susurró Hoseok.

—Lamento decir que por ti han pasado los ocho años. Has dejado de ser el enclenque que se fue al seminario lleno de miedo. Eres todo un hombre, Jung Hoseok. Estoy orgulloso de ti.

Halagado y con ganas de echarse a llorar, Hoseok presionó sus labios y alzó la mirada hacia la imagen de Jesucristo que se encontraba a un par de pasos tras el altar. Le dio las gracias por permitirle ser el hombre que siempre soñó ser, y que todos pudiesen notarlo.

Con una mano empuñada sobre sus labios, el sacerdote tosió con fuerza. Hoseok se dio la autoridad de sobar su espalda para apaciguar el escándalo dentro de la Iglesia que no se ausentaba de personas jamás. Carraspearon al mismo tiempo.

—Dime, Hoseok, ¿has sabido de tu madre? Hace muchos años que no la veo por acá.

En su largo trayecto parecía listo para enfrentar esa cuestión. Sin embargo, no. La respuesta fue el escalofrío que lo recorrió de pies a cabeza.

—Está de maravilla —mintió con una sonrisa casi ahogándose—. Mis hermanos dicen que han cambiado de Iglesia, fuera del pueblo. —Se disculpó con la mirada—. Tal vez regresen ahora que estoy de vuelta.

Sabía que mentir era un mal comienzo. Fingir que tenía una familia feliz le escocía. El padre Jongsu no era merecedor de las mentiras de nadie, y hacerlo por salvarle la espalda a su familia, lo ponía fatal.

—La invitaremos a tomar el té uno de estos días —dijo el sacerdote—. ¿Te parece?

Con un leve movimiento de su cabeza, Hoseok manifestó estar de acuerdo, por más que no fuese así. Intentando pasar del tema, desvió la mirada hacia un costado de la Iglesia, fingiendo interés por la pulcra estructura e ideando algo poco convencional a cambio, sin que resultara demasiado obvia la evasión.

—Dígame, padre, ¿la Iglesia continúa siendo tan concurrida como antes?

Era momento de admitir que Hoseok era el peor cambiando los temas de conversación para su propio beneficio.

Pero el sacerdote terminó tomándolo.

Pero el sacerdote terminó tomándolo

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora