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Noviembre, 1950.

Observaba al padre Jongsu desde la ventana de la parroquia, un poco inquieto e inseguro. Por alguna razón, el sacerdote había despertado molesto. Ya todos habían recibido sus gritos correspondientes del día. Parecía ofuscado. Hoseok sólo esperaba que no continuase molesto por su imprudencia en la cena con los Min.

Lanzó un pesado suspiro y negó con la cabeza. Se tomaría su tiempo, tal vez recibiría una disculpa al final del día. Mordisqueando su labio inferior, desvió su camino en dirección a la Iglesia. Se encontró con un par de feligreses, quienes le saludaron de manera amable mientras salían junto a él. Podría pasar toda una vida, pero jamás se acostumbraría a las miradas de la gente, por más que todos fingiesen que era normal y evitasen mirar su apariencia física con atención.

A veces, se sentía solo. Aquel día era uno de esos a veces. Hoseok sentía que perdía su voluntad y sus ganas de hacer cualquier cosa.

Estaba sumido en su voluta de inestabilidad, cuando fue arrancado de ella de manera abrupta con una voz grave y en exceso familiar que hizo a su corazón acelerarse. Si era verdad y no una alucinación, había llegado justo a tiempo para salvar el día.

—Te dije que estaría aquí —escuchó, pero no volteó. Quería otra señal.

—Me parece que veo a un pequeño cura —dijo otra voz. Igual de conocida.

Hoseok miró hacia arriba y sonrió con amplitud. Eran ellos, no cabía duda. Después de ocho años, Jung Hissuk y Jung Omai aún lo recordaban, y estaban allí. Los hermanos mayores de Hoseok sonrieron para cuando dio la vuelta. Él sólo sintió ganas de llorar.

—Dios mío —balbuceó.

Sin escrúpulos, se lanzó sobre ellos, ansiando el calor humano y la familiaridad irremplazable que significaban para él.

—Estás enorme —dijo Hissuk entre risas—. Cuando te dejamos en la capital, eras un escuincle.

Hoseok se colgó de sus cuellos unos segundos más. Esperaba de corazón que el padre Jongsu no lo atrapase en aquella postura tan impropia.

—¿Qué te sorprende? —cuestionó—. Ustedes están viejos.

—Qué irrespetuoso —alegó Omai, llevando una mano a su pecho—. Serás el peor cura.

—Peor que tu jefe —recalcó Hissuk.

—No es mi jefe —aclaró Hoseok—. Es mi mentor.

—Es un viejo gruñón de cualquier manera. —Hissuk se encogió de hombros y miró a Omai, quien estaba de acuerdo con sus palabras.

—Puede ser —susurró Hoseok.

Un ruido casi ensordecedor de parte de la puerta de entrada de la Iglesia se escuchó, seguido del nombre de Hoseok siendo pronunciado por un exaltado padre Jongsu. Los hermanos Jung alzaron el cuello de forma instantánea para entregar su atención al sacerdote. Hoseok esperaba que aquello no terminase en una discusión que le prohibiese verlos otra vez.

—¿No te he dicho que me avises cuando sales? —cuestionó con molestia, tomando a Hoseok por el brazo con algo de fuerza.

—Padre Moon Jongsu —habló Omai—, al parecer se ha vuelto más ciego y sordo con el paso de los años.

A Hoseok le molestaba que sus hermanos fuesen de aquella forma con el sacerdote, pero el hombre parecía más que habituado, pues ni siquiera se inmutó. Con unos segundos de retraso, logró reaccionar del todo y liberó el brazo de Hoseok, quien lo sintió latir por el abandono de la presión que tenía sobre él. Escuchó al sacerdote carraspear y cambiar su semblante en un dos por tres.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora