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Marzo, 1951.

Mientras Hoseok acomodaba la bodega de la sacristía por primera vez desde su llegada, el padre Jongsu limpiaba a su alrededor el polvo que iba cayendo como consecuencias de meses de desorden y abandono. Había incluso hostias agusanadas que tuvieron que tirar.

Todo estaba bien. Su relación mejoraba con el tiempo y su reciente lejanía de la familia Min era una de las principales causas, pues ninguno de los dos volvió a recibir una llamada para cenar después de su ausencia poco justificada a la última.

—Nos vendrá bien tenerlos lejos un tiempo —comentó el sacerdote. Hoseok sólo asintió.

Lo que no le gustaba de ello, es que cuando la familia Min dejaba de ser un tema de conversación, el asunto se dirigía a la suya. A cuestionar sobre sus hermanos y sobre su madre. Como ese día. En tanto Hoseok intentaba pulir un cáliz viejo que yacía en la bodega, el sacerdote lanzó la pregunta.

—¿No has visitado a tu madre? —Se quedó mudo y la sonrisa pacífica que bailaba en sus comisuras se desvaneció—. Te estoy hablando, Hoseok.

—¿Sí? —Se hizo el desentendido—. Perdón. Estaba en otro mundo.

El padre Jongsu negó con su cabeza y volvió a barrer. Unos minutos después volvió a cuestionar de otra manera.

—¿Has sabido de tu madre?

—Oh —dijo. Sus mejillas enrojecieron y se jaló el cabello de la nuca por un segundo. El sacerdote tenía claro que esa era una reacción nerviosa que venía con malas noticias, y a veces, Hoseok lo olvidaba por completo—. No, nada. Mis hermanos no llaman.

—Eso lo sé.

—Pues ya ve.

—¿No vas a verla? Creí que pasarías a diario con ella cuando volvieses. Han pasado mucho tiempo separados.

Imposible de creer, pero supuso que era el momento. No mantendría por siempre aquella duda, sabría que algo andaba mal. Si sus hermanos eran incapaces de aceptar la relación deteriorada que Hoseok tenía con su madre, sabía que para el padre Jongsu sería igual o más difícil. Solía ser el favorito de sus padres; de su padre por su aspecto y de su madre por su personalidad.

Desde que Hoseok dejó su casa hacían unos ocho años todo había iniciado. Tras la muerte de su padre, el amor a Dios que su madre tenía se volvió cenizas. Con ello, impuso a sus hijos el crudo hecho de su ausencia, de como eran pobres por su causa y de como de cruel era Dios con su familia por ello. Una vez le dijo:

—El sufrimiento y esfuerzo de ninguno de nosotros ha valido la pena, jamás recibiremos algo a cambio. Se ha ido tu padre. ¿No es eso suficiente prueba de que Dios no abandonó?

Nunca hubo resignación de su parte, hasta aquel presente. Luego llegaron los impulsos de Hoseok por convertirse en sacerdote, destruyendo los anhelos que su madre tenía hacia su vida. Él iba a ser quien buscaría una esposa que la cuidase hasta el final de sus días y los mantendría a todos felices. Su negativa a ello terminó deteriorando su lazo. Antes de su partida ella lo obligó a escoger: Hoseok eligió a Dios.

Mientras más narraba los hechos, la expresión del padre Jongsu más se horrorizaba.

—Tu madre se ha vuelto loca.

Tuvo que morderse la lengua para no reprochar.

—No sé qué hacer con ella —mencionó entonces—. ¿Cree que podamos ayudarla?

—Por mucho que te cueste creerlo, Hoseok, los herejes jamás vuelven a sus creencias.

¿Era posible que estuviese así? ¿Tan furioso? La ira es un pecado y el sacerdote parecía no caer en cuenta del daño que hacía con ella, por ende es lo que es. A él se le hacía una situación deprimente, de sólo pensar en cuánto dolor y vacío puede llegar a sentir una persona para llegar a tal punto, no podía siquiera imaginárselo. Personas como su madre, o como Yoongi parecía ser, le hacían sentir tristeza.

—Creo que todos merecemos una segunda oportunidad —reprochó.

—Pues claro que sí —afirmó el sacerdote—, pero da la casualidad de que nadie la toma. Ese es el gran problemas con los herejes.

 Ese es el gran problemas con los herejes

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora