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Septiembre, 1952.

Namjoon regresó en la mañana siguiente. Lo esperó durante toda la noche en el sofá de la sala de su casa. Sukja se sentó a su lado durante unos segundos en la madrugada, cuestionando lo que sucedía sin insistir demasiado debido a su silencio. Estaba perdido, mirando un vacío inexistente e intentando asimilar lo sucedido con Hoseok durante la tarde del día anterior.

—¿Namjoon regresó?

—Sí —respondió Sukja—. ¿Le digo que venga?

—No. —Se levantó con pereza—. Yo iré.

Siempre podía encontrarlo en el jardín, podando de manera reiterada el césped o acomodando tablas que ni siquiera estaban mal puestas. Le pagaban por hacer acto de presencia.

Era la misma rutina: Yoongi supervisaba su trabajo por la mañana y luego iba al suyo. Momento en que llegaban casi al mismo tiempo para pasar la tarde en el lago.

Y nuevamente.

Ir y venir.

De pronto todo le pareció un sinsentido. Porque no importó cuánto Namjoon se esforzase, él siempre pensó en Hoseok cuando estuvieron juntos.

—Mi amor —dijo Namjoon apenas lo vio, pero su sonrisa se desvaneció apenas notó su expresión agotada—. ¿Qué sucede?

—Seré breve, Namjoon —murmuró. Namjoon asintió—. Necesito que renuncies antes de que deba echarte.

—¿Q-Qué?

—Lo siento.

—Yoongi, ¿qué pasa? ¿Hana te ha dicho algo? Si hay problemas con eso, renunciaré, no te preocupes.

—No es por ella.

Namjoon dio un paso hacia atrás, y pareció comprender todo antes de que hablase.

—Debemos terminar con esto. Con todo.

 Con todo

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora