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Febrero, 1951.

Myungjin le dijo una vez que solía ser tan inseguro que en el momento en que cualquier persona le entregase afecto o algo remotamente similar, él lo comenzaría a ver como el dueño de su vida.

—Siempre terminas queriendo más —añadió.

Él sólo quería creer que Hoseok era especial. Algo más allá de su particular y lindo aspecto físico. Más que su cabello blanco, sus ojos preciosos y su nariz respingada. Acababa de conocer su sonrisa y... mierda santa, pensó. Se sintió tan frágil al tomar su mano que, de no permitirse el autocontrol, se hubiese quedado sólo para admirarlo e intentar tocarlo un poco más. Por eso huyó. Por terror a sí mismo. Por lo sencillo que fue para Hoseok doblegarlo. Sintió tantas emociones en tan poco tiempo, incluso se atrevió a decirle lo lindo que le parecía, ni siquiera le importaba que lo hubiese reprendido por ello.

Que grande era su anhelo de vivir como una persona corriente, sin las emociones a flote, sin sus impulsos erráticos, sin la careta que creó. Eso era lo que Hoseok le inspiraba. Y el sólo caer en cuenta de que estaba cuestionando lo que sentía nuevamente en más de dos años, le dieron ganas de tranquilizarse la piel.

 Y el sólo caer en cuenta de que estaba cuestionando lo que sentía nuevamente en más de dos años, le dieron ganas de tranquilizarse la piel

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora