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Septiembre, 1950.

Con las manos unidas a su espalda, Hoseok giró para seguir al padre Jongsu. La parte que de verdad le resultaba emocionante era conocer su nuevo hogar.

Al costado de la Iglesia se encontraba una entrada. Lo primero que se vía al cruzarla, era la parroquia. Sabía que el sacerdote se desvivía allí. Era hasta donde Hoseok conocía y lugar del cual tomó su maleta. Caminó detrás del sacerdote dentro de un estrecho pasillo hasta toparse con una puerta de madera, esa que daba paso al patio sacerdotal. La puerta de madera se abría a un deslumbrante paraíso floral que rodeaba y resguardaba la imagen de Nuestra Señora, cuya presencia se alzaba sobre una fuente empedrada. El pasillo formaba una media luna numerosa de otras puertas. La que escribía el número cinco era su destinada.

—Este es tu lugar —anunció el sacerdote—. Está limpio. Cada sábado viene una persona a hacer la limpieza, espero que no seas un marrano y no me dejes en vergüenza. —Movió su dedo índice en advertencia.

Hoseok dejó su maleta sobre una mesa pequeña que había en un rincón.

—Gracias —murmuró.

—¿Te parece si ordenas después? Podríamos salir para que te familiarices un poco.

—Eso estaría bien. —Sonrió con amplitud.

Su estómago se retorció de emoción por enésima vez en menos de una hora. Mientras, el padre Jongsu lo guiaba a paso lento, narraba una larga historia de guerra política y moral acerca de una nueva institución que impartía solamente clases de todo tipo de arte. Danza, música, interpretación, teatro, pintura, escritura. Todo lo que se enseñaba únicamente en Byeol, Hoseok lo vio con frecuencia. Sin embargo, el pueblo no era un amante del libertinaje que la expresión artística ha demostrado tener durante la historia humana. Desde esculturas hasta pinturas íntimas. Libros escritos por mujeres, cuyas historias de amor e inmoralidad vacilaban de una libertad que no les pertenecía.

Uno de esos anhelos que jamás comentó era la música. La interpretación le resultaba atractiva y adictiva. Adoraba las manos de un pianista o las cuerdas vocales de un cantante. Lástima que no era su fuerte. Resulta que, como cantante, a Hoseok le salía más fácil ser sacerdote y orar las misas en lugar de cantar en ellas. Lo intentó una vez en el coro de voces blancas, pero su voz no alcanzaba. De algún modo, su vida estaba dentro de la Iglesia, pero no junto al órgano ni la guitarra.

—¿Dónde es la visita? —preguntó con entusiasmo. Su expresión decayó cuando el padre Jongsu desvió su camino.

—Oh, vamos a la escuela de administración. ¿La recuerdas?

—Claro. —Se encogió de hombros—. Mi padre estudió allí.

La desgastada edificación de la escuela de administración estaba a unas pocas cuadras de la antigua escuela primaria y un par de calles más debajo de la escuela de artes. Aunque la desgastada edificación que recordaba también había sido completamente renovada. Lucía casi irreconocible. Sus pies siguieron al padre Jongsu, poniendo toda su atención a los relatos sobre los últimos años de la escuela.

Dentro, se presentó a una mujer que no conocía, Gemma Resee, amiga de toda la vida del sacerdote, con un semblante del que hubiese temido si fuese un alumno. Como directora y maestra los invitó a visitar las aulas y familiarizar a Hoseok con los estudiantes. La mujer lucía feliz de tenerlo allí, pues suponía una gran ayuda para mantener el orden. Aunque no entendía qué tantos problemas podía dar un ordenado estudiante de contaduría y administración.

El aula era mucho más amigable a la vista de lo que imaginó. Relucía de rostros sonrientes y ojos curiosos por su presencia. Dentro había tanto hombres como mujeres. La mayoría de ellas comenzaron a cuchichear al verlo, como si fuese algún tipo de bufón. Hoseok se aclaró la garganta un poco incómodo, mientras se peinaba el cabello hacia atrás. Sabía que a ello iban aquellas miradas.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora