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Agosto, 1951.

Se levantó pensando en sus abrazos.

Hoseok no solía abrazar a muchas personas.

Yoongi tampoco sentía ese impulso innato dentro de él.

Sin embargo, cuando se encontraban cerca o alcanzaban a rozarse, ambos se fundían en tranquilidad. No se tocaban demasiado, pero se sentían una sola persona. A Hoseok le producía paz. Demasiada paz. Sobre todo cuando Yoongi se alejaba de él y sonreía, casi dándole las gracias por existir.

Ese día no tenía sus abrazos. Ni su cercanía. Hoseok, viéndose al espejo dentro del baño en su dormitorio antes de partir a casa de su madre, sólo tenía una expresión avergonzada y el temor de que en algún momento su relación con Yoongi fuese mal vista desde afuera y que, por consiguiente, lo alejasen de él. No quería tenerlo lejos. Tampoco necesitaba demasiado. Sólo con tener a Yoongi cerca era más que suficiente. Incluso con mirarlo desde una distancia prudente le otorgaba una buena sensación. Aunque claro, debía admitir que tenerlo más cerca era placentero y abrigador.

Había ocasiones en que Hoseok pensaba en cómo se sentirían los labios de Min Yoongi sobre los suyos. O sus manos alrededor de su cintura mientras lo aferraba a él. Y luego venía la vergüenza, y se alejaba, como lo que sucedió en la sacristía hacía una semana o aquel impulso que demostró en palabras hacía apenas dos días. No dejaba de pensar en ello.

Entonces Hoseok pensó: basta. Sin embargo, no bastaba. Ni con quererlo, ni con expresarlo. No bastaba con nada. Min Yoongi estaba allí, presente al despertar y al dormir, en cada cosa que él hacía. Y sí, Hoseok podía regular sus emociones, mas no su mente, y su mente deseaba tantas cosas que obligaba a su cuerpo a anhelar con más ansias.

Al día siguiente era el cumpleaños de Min Yoongi.

Hoseok sabía lo que iba a suceder.

Aunque para eso estaba él, ¿no? Ese siempre fue su objetivo.

¿Cómo es que debía doler tanto entonces?

¿Cómo permitió que sucediese?

—Hoseok —llamó su madre—. Estás derramando el té.

Se sobresaltó, volviendo a poner la pequeña taza en su posición correcta y dejándola sobre la mesa frente a él para dejar de tirarlo todo. Pidiendo disculpas tomó unas servilletas y limpió.

—¿Qué te sucede? Hoy andas raro, hijo.

—Sólo estoy cansado —se mal excusó—. Creo que hay muchas cosas que debo arreglar aquí dentro también. —Se golpeó la cabeza con suavidad.

Su madre entornó la mirada, pensativa.

—¿Qué es lo que no me cuentas? —inquirió con suspicacia—. Además de que visitas la mansión de los Min casi todos los días.

—Eso es trabajo, madre. —Suspiró, relamiéndose los labios—. Ya sabes de qué se trata, te lo acabo de comentar.

—Sí, pero después te has ido. Y ahora lo evitas.

—No lo evito. —Volvió a tomar la taza de té, ya frío, y la colocó en sus labios para pensar en una excusa—. Creo que estoy nervioso por el asunto del cumpleaños. El chico es algo... volátil.

—Volátil —repitió su madre con burla—. Loco, querrás decir.

—No está loco —murmuró, bajando la mirada—. Sólo tiene problemas.

—Porque está loco.

—Madre, por Dios.

—Bien, lo siento. —Sacudió las manos como si así fuese a limpiar sus malas palabras—. Sé que no debo desquitarme con él, por causa de sus padres —repitió de memoria, como si fuese un niño regañado.

—Exacto —afirmó Hoseok con cansancio—. Que mi padre y el suyo hayan tenido sus diferencias, no es culpa de él.

 Que mi padre y el suyo hayan tenido sus diferencias, no es culpa de él

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora