40

133 52 0
                                    

40

Septiembre, 1952.

—Estás cometiendo un grave error —advirtió el padre Jongsu.

Lo observó con detenimiento por varios segundos, podía asegurar que lo puso bastante incómodo. Era lo que más hacía en el último tiempo: buscar las facciones que heredó de él, de las cuales jamás se percató. ¿Cómo fue que no lo notó antes? A pesar de que sus ojos eran azules, tenían la misma forma. La misma nariz. La misma complexión física. De no ser por su sonrisa, hubiesen sido un retrato del otro. Sólo heredó la sonrisa de su madre.

Su madre a quién decidió no volver a ver.

—Estoy seguro de que no es así —respondió con seguridad.

El sacerdote observó la carta de renuncia que llevaba dos meses intentando escribir. Tenía tanto miedo de abandonar, pero ya no soportaba estar tras esas paredes rodeando de tanta mentira. Lo peor de todo es que estaba seguro de que si sus hermanos no lo hubiesen visto en ese estado deplorable, todos se hubiesen ido a la tumba en silencio. Detestó a su familia como nunca creyó que lo haría.

—¿Estás seguro, Hoseok?

—Sólo quiero salir de aquí.

—¿Dónde piensas irte?

—No lo sé. Veré qué hacer.

—Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. No importa si ya no cumples tu papel. ¿Está bien? No tienes que irte con las manos vacías.

—Siempre he tenido las manos vacías. —Sonrió apenado—. Y no quiero estar cerca de usted, por eso es mejor para mí marcharme ahora.

—Hoseok...

—Padre... —Se detuvo un segundo—. Ahora tiene más sentido —murmuró. Siempre lo llamó por lo que era de todos modos. Desde que nació—. ¿Puede creerlo? Padre.

Cuando era un adolescente y Jung Soojin lo golpeaba por no ser suficiente, Hoseok llegaba a cobijarse en los brazos del sacerdote imaginando que era su padre y deseándolo con todas sus fuerzas. El sacerdote lo protegía, y lo amaba. En ese momento comprendió sus razones. Jamás lo hubiese hecho de no ser por aquella verdad que ocultaban junto a su madre.

—Perdóname, hijo —pidió el padre Jongsu—. Mi intención siempre fue protegerte y darte lo mejor. No soy perfecto como sacerdote, mucho menos como un padre, pero te suplico perdón por haber callado todos estos años.

—Hacer daño a propósito no es proteger —aclaró con voz suave—. Me destrozaron la vida desde que nací. Y cuando creí que sería feliz, volvieron a hacerlo por puro egoísmo. —Se sentó frente al sacerdote como de costumbre—. Espero que sus acciones no los condenen para siempre. A pesar de que no pretendo volver a verles la cara, deseo que sus almas sean perdonadas por todo el daño que han hecho, padre, sobre todo, a Min Yoongi.

—¿Qué tiene que ver él en esto?

—Todo. Todas sus acciones fueron en pro de mantenerlo lejos de mí, ¿no? Dañarlo es lo mismo que dañarme. Incluso peor.

—Hijo, por favor.

Negó.

—Como se lo dije a mi madre: te amo y jamás dejaré de hacerlo, pero prefiero tenerte lejos.

Se levantó y tomó su maleta.

—Hoseok...

—¿Te digo algo, padre? Cuando tomamos decisiones que sabemos que podrían cambiar nuestra vida para siempre, debemos aceptar que perderemos algo en el camino. Y tú tomaste una decisión.

Ignoró los balbuceos del hombre y caminó en dirección a la salida.

Se despidió de Seokjin y le pidió una disculpa por dejarlo ahí sólo con promesas sin cumplir.

—Sé feliz, Jung Hoseok —le dijo sonriente—. De todos modos, siempre podrás contar conmigo. Somos amigos.

—Gracias, Seokjin. —Se aferró a él—. Te quiero.

—Yo a ti. —Recibió palmadas en la espalda—. Escríbeme, ¿sí?

Asintió.

—Lo haré.

Estuvo un par de minutos de pie frente a la entrada de la Iglesia, murmurando disculpas y despedidas para el único que lo merecía. Sólo no me abandones, Señor, como yo te abandono a ti. Dejó la cruz que colgaba de su cuello justo en la escalerilla y dio media vuelta.

Se encaminó con un destino específico. Tenía claro dónde ir antes de partir. Así que, de pie fuera de la mansión blanca con detalles en negro golpeó la puerta. Fue recibido por Sukja.

—Señor Jung.

—Buenas tardes. ¿Min Yoongi se encuentra en casa?

Ella asintió y abrió más la puerta, dándole paso.

—Adelante. Lo llamo de inmediato.

Se encontraba sentado en la sala cuando sintió el aroma del perfume de Yoongi segundos antes de que apareciese. Su corazón se aceleró, a pesar de que recibió una mirada de desconcierto.

Sonrió de todos modos. Fue impensable para cualquier ser humano corriente, comprender cuanto lo amó.

—Jung Hoseok.

—Hola, Yoongi —habló con familiaridad—. ¿Tienes tiempo?

—Para ti siempre tendré tiempo.

—Para ti siempre tendré tiempo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora