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Septiembre, 1950.

Las entradas de Yoongi a casa no eran triunfales en lo absoluto. Prefería quedarse en el salón de clases junto a la directora Resee, que estar dentro de su dormitorio sabiendo que Judith se encontraba custodiando la entrada.

Judith Barra era una viuda de unos cincuenta años. Fue cocinera de la mansión Min hasta poco más allá del cuarenta y ocho. Hasta que los Min (al no tener a nadie más de confianza) optaron por transformarla en la cuidadora personal de Yoongi. Algo así como su niñera. Bueno, más bien, criada de cuarto. Todo bajo la expresa orden de Kim.

La idea era verificar que Yoongi no atentara contra su vida con demasiada frecuencia. Al menos poder detener una muerte inminente a tiempo. La mujer poseía la responsabilidad de ello. Ya había fallado una tres veces el último año.

A pesar de su personalidad fuerte, que chocaba con la de Yoongi desde que este comenzó a crecer, hacía bien su trabajo luciendo como alguien dulce y torpe, mas siempre atenta a los detalles de su vida. Los padres de Yoongi estaban de acuerdo con seguirle los pasos a diario. De todos modos, debían cuidar a su heredero. Aun si no les iba muy bien, porque él casi siempre lograba salirse con la suya. Y, aunque Judith sí podía ser muy demandante en ocasiones, lograba doblegarla para hacer lo que le placía.

Junto a ella, Yoongi caminaba hacia el despacho de su padre aquella tarde. La mujer lo obligó a arreglarse un poco para evitar que su madre, lo regañase por ello. Una situación que siempre terminaba en discusión.

—¿Luzco como un Min? —preguntó con inocencia.

—Usted es un Min —afirmo Judith.

Dio dos golpes a la puerta y la voz fuerte de su madre resonó para darles el paso. Su madre no solía estar dentro del despacho de su padre con mucha frecuencia, por lo que el asunto debía ser muy importante.

—Retírate —ordenó su madre a Judith. La mujer así lo hizo.

Tras un pequeño, pero determinado, suspiro, Yoongi giró sobre sus talones en dirección hacia las dos personas que osaron fornicar para darle la vida. Se sentó donde la mano de su padre le indicaba y, sin preocupación, se acomodó colocando su bolso encima de sus piernas, con la espalda recta y el mentón en alto.

—Ustedes dirán —dijo.

Su madre tomó un archivador (enorme) y lo colocó frente a él sobre el escritorio. Parecía ensayado. El archivador fue abierto para mostrarle una cantidad innumerable de papeles. La primera página escribía lo que ya esperaba.

—¿Sabes qué es esto? —preguntó ella.

Yoongi ya no sabía disimular sus emociones como cuando era un niño. Apenas podía respirar sin querer morirse. Sólo era capaz de esconder parte de su inmundicia y gastaba cada mínima energía diaria en ello. Por ende, se mostró claramente irritado, aun si estaba irguiendo el cuerpo y alcanzando la hoja que su madre le mostraba.

—No —contestó—. ¿Qué es?

—Bueno, Yoongi, si no lo sabes, te lo explico —dijo tajante—: Es nuestro futuro. La estabilidad de tu familia.

Había llegado el momento. Oyó sobre aquellos documentos los últimos seis años de su vida. Al parecer, la idea de sus padres iba en serio. Si Yoongi lograba obtener la (des)dicha de ser elegido como el próximo jefe de la empresa de su familia, debería estar firmando los papeles pocas semanas posteriores a su cumpleaños número veintiuno. Era el último de los nietos Min, y como las mujeres no eran tomadas en cuenta, eran cinco hombres peleando por el trono. Sin duda esperaba ser uno de los perdedores.

No comprendía la obsesión enfermiza de sus padres por el poder. Incluso si él no obtenía aquel título, continuarían viviendo como hasta entonces. Parte de la empresa siempre iba a corresponderles. Podría hasta obtener un puesto como subgerente o algo similar. No obtendría toda la fortuna que sus padres ansiaban, pero una familia de tres personas y cinco empleados no necesitaba tanto para vivir en paz.

—Quiero que leas, analices y mentalices bien cada uno de estos documentos —continuó su madre ante su silencio—. Dentro de poco tendrás la dicha de firmarlos para tu nueva vida. Nuestro destino.

La voz de su madre sonaba suave, pero de aquella suavidad que ponía los vellos de punta. Los nervios de Yoongi no tardaron en reaccionar. La amaba. Era su madre, después de todo. La mujer que lo parió. La mujer que lo crio. Sin embargo, en situaciones como aquella, la desconocía y le temía, más de una bofetada había recibido en la vida como para entender de qué se trataba una madre molesta.

—¿Y qué sucederá si...?

—Ni siquiera lo menciones —interrumpió ella.

Yoongi enfocó su mirada incrédula sobre su silencioso padre. Su padre tan sólo respondió con un leve asentimiento. La resignación era la mejor escapatoria. No tenía ánimo de discutir.

—Está bien —aceptó—. Me los llevaré. —Tomó cada hoja entre sus manos—. Leeré todo.

—Estoy muy orgullosa de ti —afirmo su madre, sonriendo.

Una de sus delgadas manos lo tomó por la barbilla y se acerco a él para dejar un beso en su mejilla, que no era más que un simple sonido incómodo en su oído.

Su padre, por su parte, incapaz de dejar su semblante impasible, se levantó de su asiento y le dio un rápido abrazo.

—Confiamos en ti —susurró.

No es que les quedase otra opción. Les pasaba por no tener más hijos.

—No lo hagan tanto —comentó Yoongi. Y se alejaron—. ¿Me puedo retirar, madre?

—Ve tranquilo. Puedes comer en tu habitación, si así lo deseas.

Agotado y dando las gracias en su interior, dio media vuelta y salió. Era una escena patética. Todos sabían que lo último que Yoongi quería en su vida era continuar con el legado de su familia. No tenía idea de negocios por más que estudiase cosas similares en la escuela. Apenas pasaba los cursos por darle una satisfacción a sus padres.

Y es que, por una clara razón estudiaba música con ahínco. Era bueno en ello. Adoraba tocar. Tenía el talento. Anhelaba recorrer el mundo para demostrarlo.

Judith lo esperaba en el pasillo, y le regaló una sonrisa cargada de lástima al verlo con un montón de hojas entre las manos. Él, con una sonrisa ladina, intentó expresar que todo estaba bien.

Silencioso pasó por su lado en dirección a su dormitorio. Fue rápido subiendo las escaleras de dos en dos y corriendo por el pasillo para terminar encerrado. Esperaba que Judith entendiese su referencia a soledad. Se lanzó sobre la cama boca abajo, aún con los papeles en las manos, exhalando un exasperado gemido.

 Se lanzó sobre la cama boca abajo, aún con los papeles en las manos, exhalando un exasperado gemido

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora