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Febrero, 1951.

En el mundo de los sueños todo era tranquilidad, siempre lo fue. Cuando Yoongi lograba dormir sólo sentía paz. Aquella vez no era una excepción. Sólo que en los planes del mundo exterior no estaba dejarle descansar. Se sobresaltó con los dos golpes que recibió su puerta, era ignorante de la hora, pero quería continuar haciéndolo, así que no se molestó en atender, por más que las aves del amanecer llamasen tanto la atención como los golpes en su puerta. Le pesaban los párpados por toneladas.

—¡Niño, por favor! —gritó Judith del otro lado.

Yoongi se frotó el rostro con ambas manos y lanzó un pesado suspiro. Según el reloj colgando en una esquina de su dormitorio, estaban por ser las siete. Tomó lo necesario para cruzar hasta el cuarto de baño y darse uno de agua fría para renacer. Los pies de Judith se escuchaban por el pasillo y encontró sus prendas listas sobre la cama cuando retornó. De forma usual hubiese pasado del atuendo, pero se sentía algo volátil.

—Debería dejar de ducharse con agua fría —lo reprendió la mujer cuando salió bien vestido y peinado—. Puede enfermar.

—No importa, Judith.

—A mí me importa.

—Deberías preocuparte por tu propia vida. —Se acomodó el cuello de la camisa y pasó por su lado añadiendo—. Yo puedo con la mía.

Sus presentimientos al amanecer solían ser verificados con el pasar del día. Aquel nada se sentía demasiado bien, era muy probable que un episodio de melancolía estuviese cerca, ya sabía reconocerlos casi a la perfección, pero no cómo detenerlos. Simplemente todo comenzaba a perder el sentido, incluida su vida.

—Tendrás que entenderlo alguna vez, Seohyeon.

Aquellas palabras pronunciadas por su padre lo detuvieron de golpe al pasar por fuera del despacho. Retomar la mala costumbre de escuchar conversaciones ajenas detrás de las puertas era una mala idea de esas atrayentes que nadie podía detener. Más si sus padres hablaban sobre él.

—¿Entender qué? —atacó su madre.

—Baja la voz, mujer.

—Me estás pidiendo que desistamos de esto —bramó esta vez—. No quiero desistir. No podemos permitirnos algo así. Yoongi es quien debe aceptar la vida que le tocó.

—Obligar a nuestro a hijo a tener una vida que nosotros deseamos, cuando él no, está mal —increpó su padre—. Eso es algo que yo no puedo permitir. Es momento de aceptar lo que nos tocó, Seohyeon, sobre todo.

Su madre se burló de manera exasperada, era probable que estuviese jalándose el cabello, Yoongi la recordaba así desde pequeño. Él lo había heredado.

—¿Acaso crees que dejarlo con ese enfermo sería mejor? Ya todo el mundo nos apunta con el dedo por su culpa. Hablan sobre mi hijo en todos sitios. Por Dios, ¿no te das cuenta?

—En este patético pueblo no hay nadie que me importe más que la felicidad de mi hijo —aseguró su padre.

—¡Es lo que dices porque no los viste! —¿Nos viste?—. Es... ¡repulsivo! La única forma de arreglarlo es esta.

¿Cuándo nos viste? Los dientes de Yoongi fueron a parar a su labio inferior.

—Baja la voz, Choe Seohyeon.

Cuando su padre se molestaba, llamaba a su mujer por su apellido de soltera. Sabía que eso la lastimaba, era como despojarla de todo lo que amaba: su estatus.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora