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Febrero, 1951.

Era consciente de su trayecto de vuelta al patio sacerdotal. No había tenido el mejor de los días, y luego de la visita a su madre hacían tan sólo dos semanas atrás, no era como si las cosas fuesen a mejor. La extrañaba más que antes. Aquel día lo había intentado otra vez, porque necesitaba hacerlo, la necesitaba a ella.

—¿Cuál es su verdadero problema, madre?

—Tú —respondió ella, tajante— y todo lo que te rodea.

Se limpió las mejillas y la nariz. Apenas se sintió lo suficientemente valiente, alzó la mirada, formó una expresión impasible y atravesó la plaza del pueblo. Estaba listo para volver a ser él. Odiaba que lo viesen llorar.

Todo era tranquilidad hasta que se le contrajo el pecho una vez más, viendo una figura masculina familiar sobre uno de los bancos más centrales. Hoseok observó con detenimiento la figura de Min Yoongi sentando de manera encorvada y con el rostro escondido entre las manos. Sabía que era Min Yoongi sólo por el bolso, ese tipo de cosas no las utilizaba nadie más que conociese. El chico era extraño.

Fingió estar pulcro con la espalda recta, las manos detrás de esta... y las piernas temblando de anticipación. Le era difícil acercarse y mencionar una palabra para llamar su atención sin que fuese delatado como un entrometido.

Que lo era.

—¿Min Yoongi?

El chico levantó la cabeza de golpe, sus ojos oscuros estaban tan enrojecidos e irritados como su nariz, sus mejillas empapadas. Una imagen que no había visto de él, mucho menos después de la arrogancia con la que se dirigió a él la última vez que se vieron en la Iglesia. Esa vulnerabilidad le hizo sentir extraño, por lo que se quedó esperando a que Yoongi diese el primer paso, sin presionar.

Por orden que sólo podía ser divina, antes de que se atreviese a volver a hablar, el chico se puso de pie y se acercó a él para rodearlo con sus brazos, deslizando estos por su cintura y escondiéndose en su pecho. Hoseok se quedó estático, mirando a su alrededor que no se ausentaba de personas, cuyas miradas cayeron sobre ambos al instante. Era de esperarse. Una distancia tan impropia para dos hombres desconocidos, para Min Yoongi con su historial. Es por ello por lo que Hoseok tampoco ejerció ningún movimiento para no dar cabida a malas interpretaciones.

Permanecieron unidos durante un buen momento, con Hoseok más tenso que nunca y con Yoongi sollozando en un esfuerzo por mantenerse en silencio. Se alejó de él apenas se relajó, pero Hoseok no podía dejar de sentirse extraño con la cercanía.

—Lo siento —dijo Yoongi.

—No pasa nada —mintió.

Sí pasaba. Pasaba de todo. Quería que tomase un poco más de distancia para que no se viese tan mal en el exterior como lo estaba en su interior. De verlos así, el padre Jongsu ya lo hubiese enviado de vuelta al seminario. Era la prueba más fehaciente de que no sabía mantener su postura como autoridad. De esa forma no le quedó más que mirar a Yoongi ejercer acciones silenciosas y nerviosas, incluso masculló algo que Hoseok no alcanzó a comprender por el ruido de las calles. Sus mejillas se sonrojaron y mordisqueó su labio inferior durante un momento.

—Yo... —inició— debo irme a casa, señor Jung.

—¿Necesita ayuda? —cuestionó antes de que moviese un pie.

—Claramente.

Aunque Yoongi respondió como si estuviese por marcharse, no se movió. Hoseok utilizó su derecho a silencio para idear una respuesta coherente y, al mismo tiempo, negarse a la idea que le vino a la cabeza. No entendía cuál era su objetivo principal. No era psiquiatra ni tenía idea de nada, pero se le presionaba el pecho de sólo pensar en dejar a alguien como Yoongi solo y a su suerte en ese estado, en medio de un pueblo que se desvivía hablando de él. «Empatía extrema» diría Hissuk «eres demasiado bueno».

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora