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Enero, 1952.

El sol comenzó a esconderse una hora exacta después de que Hoseok despertó por quinta vez aquel día. Aguardando a que Yoongi lo hiciese. La realidad continuaba siendo la misma. A pesar de que tuvo más tiempo para asimilarla, fue incapaz de aceptarla sin importar cuánto transcurriese.

—Todo mejorará —susurró y dejó un pequeño beso en su cabeza.

El chico entre sus brazos se removió, lo oyó murmurar palabras que no alcanzó a comprender y luego alzó la cabeza, topándose con su rostro de golpe. Pestañeó un par de veces, hasta que Hoseok pensó que verdaderamente se encontraba lúcido. Y a diferencia de lo que creyó, Yoongi sonrió, arrebatándole una sonrisa a él.

—Hola, Hoseok. —Su voz sonó natural y ronca.

—Hola. —Descubrió que la suya también, por lo que debió aclarar su garganta.

No se atrevió a preguntar si se encontraba bien o si logró descansar. Ni siquiera él lo hizo. El estado emocional de Yoongi era tan frágil como una pequeña florecilla.

—¿Mis padres no han llamado? —inquirió sin ganas. Hoseok negó con su cabeza, recordando por primera vez a los Min—. Qué raro —se mofó, volviendo a ser él mismo por un instante—. En situaciones comunes, estaría aquí la policía, pero ni siquiera se han molestado en llamar. Seguro saben que estás aquí.

De repente, Hoseok recordó que el padre Jongsu llevaba todo el día sólo en el patio sacerdotal. Extraño. Todo durante aquellas últimas semanas fue demasiado extraño.

Se mantuvieron en silencio un lapso de tiempo indefinido. Hoseok continuaba siendo un cobarde para retomar el tema, pues temía desatar otra vez el llanto. Los párpados de Yoongi estaban demasiado inflamados.

—La vida es tan injusta —murmuró el chico—, ¿no crees? Deciden contarnos la verdad cuando menos la hubiésemos querido saber. —Cerró los ojos y esperó. Hoseok vio como le temblaba el labio—. Tengo muy claro lo que haré, ¿qué harás tú? —Y abrió los ojos.

La pregunta lo tomó por sorpresa, y a la vez lo puso en alerta. El hecho de intuir qué haría una vez él abandonase la casa, no le dio buena espina.

Yoongi se incorporó, las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas otra vez, mas parecía no importarle. Se colocó al lado de Hoseok con las piernas cruzadas y lo miró fijamente con una pequeña sonrisa en los labios, a pesar de que no dejaba de llorar. Decidió incorporarse también, indignado con sus lagrimales, pues estos no se activaron.

—¿Q-qué piensas hacer? —balbuceó más alerta que nunca.

Yoongi chasqueó la lengua, relamió sus labios y secó un poco sus mejillas.

—Debo hablar con mis padres primero sobre esto. Te juro que si el cura ha mentido, iré yo mismo a quemar ese puto templo.

—¿Qué harás después? —cuestionó entonces, evitando el tema del sacerdote.

—Después —masculló Yoongi y aguardó un momento—. No lo sé, quizá no haya un después.

Masticó las palabras que tenía pensadas, un poco temeroso por su reacción.

—Considera casarte —murmuró.

Recibió una mirada de incredulidad, de ambas cejas alzadas.

—No puedo hacer eso —titubeó.

Notó como sus manos se ponían inquietas. Tan inquietas. Demasiado. El llanto no tardó en aparecer. Yoongi se tomó la cabeza con ambas manos y comenzó a temblar. Hoseok no supo qué hacer. Sólo aferró las manos a sus muñecas para evitar que se hiciese daño.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora