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Junio, 1951.

Casi iniciando junio, Yoongi se perdió. Era una situación normal para su familia y amigos, pues siempre fingían que no sucedía nada. Ni siquiera mencionaban algo en el momento en que se recuperaba. Judith se encargó de llevarle la comida a diario la última semana, a pesar de que él no la tocó. Mientras que su madre sólo aparecía una vez al día para pedirle que se levantase y diese un baño, regañándolo más que intentando comprender el dolor tan grande por el Yoongi pasaba.

Para ser justos, ni él mismo lograba entender la razón la cual despertaba sin ganas de levantarse en ocasiones. La idea de no querer vivir era constante, pero en aquellos días resultaba intensa, lo angustiaba a más no poder, le hacía querer gritar y, como no podía, terminaba buscando la nueva navaja que compraba cada vez que sus padres se la quitaban. Salvo ese día, no tenía fuerza ni para eso.

—Tienes visitas —anunció su madre con voz calma, quitando la sábanas de su cabeza por segunda vez en el día.

—No quiero ver a nadie —murmuró, sintiendo las lágrimas pinchar en sus ojos.

—Tendrás que hacerlo.

Unos pasos se alejaron y otros se acercaron. La única persona que Yoongi quería ver, no estaba. Y la otra que, podría ser de ayuda sólo con verle la cara, no se acercaba a él de manera voluntaria desde hacía varios días. En su lugar, escuchaba al silencioso visitante moverse alrededor de su dormitorio, y de no haberlo visto de soslayo por mera curiosidad, su corazón no le demostraría que aún era capaz de sentir algo más que dolor. Debió cubrirse con las sábanas hasta el cuello para que el novicio no pudiese ver lo asqueroso de su estado.

Sobre pensaba demasiado, era uno de sus deportes favoritos, y entre ellos, lo que más pensó fue en que la compañía de Hoseok ya no era un solo sentirse «en paz y acompañado», era sentirse completamente bien.

Una nueva necesidad.

Eso era peligroso.

—Yoongi.

Lo siguió con la mirada hasta que estuvo sentado sobre la mecedora de Judith, desde donde lo estuvo cuidando día y noche.

—Señor Jung, ¿a qué debo su honorable visita?

Estaba sonriendo sin querer, solo por la gracia que le causaba reírse de Hoseok en su cara, pero este ni siquiera se inmutó, es más, continuó la conversación como si nada.

—Creo que es un buen momento para preguntarle si quiere salir de aquí. Lleva varios días perdido.

¿Se ha preocupado?

—Ah —respondió con desánimo.

—¿No le gustaría salir?

—Si quisiera, ya lo habría hecho. Puede volver por donde vino, señor Jung.

Hoseok no dijo nada, sólo asintió y se marchó. Sin embargo, volvió un par de días después, cuando junio inició. Yoongi se levantó como cualquier otro día de mierda para darse una ducha rápida y volver a la cama, pero al oír voces que no acostumbraba a escuchar, ese día bajó vestido de manera casual en dirección a la cocina para fingir que nada sucedía.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Sukja, corriendo a su encuentro apenas apareció en la orilla de la puerta.

—Regular.

—Es mejor que fatal. —Sonrió—. Te ves bien. El señor Jung está en la sala con tu madre.

—¿El señor Jung? —Arrugó el entrecejo, intentando convencerse hasta a sí mismo de que estaba sorprendido—. ¿Qué hace aquí?

—¿No bajaste por él?

—No —vaciló—. Sólo quería salir un segundo. —Miró hacia un costado—. Creo que ya es hora... pero solo.

—Pues sal por acá. —Apuntó hacia la puerta que daba hasta el patio trasero.

—¡Sukja! —llamó la señora Hayu con molestia—. ¡Aquí y ahora! Por favor.

—Perdón, señora.

Le guiñó antes de retornar a sus tareas. Yoongi las vio por un momento, pensando en qué hacer. Podía escapar de sus impulsos ineptos yendo en dirección al lago sin problema, pero también podía ir en búsqueda del novicio sólo para verlo un segundo. Esperaba que el padre Jongsu no se encontrase allí. Y con esa esperanza giró sobre sus talones para dirigirse a la sala.

Su madre y Hoseok tomaban el té mientras hablaban y reían de manera acalorada, impropio de la mujer que le dio la vida. Todo terminó cuando notaron su presencia inesperada. No parecía una molestia, más bien era una sorpresa. Yoongi escondió las manos en los bolsillos de su pantalón favorito, muy desgastado, y los miró con inocencia, mordiéndose el labio superior. Encontró los ojos azules del novicio y se mantuvo nadando en ellos hasta que le fue permitido.

—Hijo, te has levantado.

—Pues sí. —Avanzó un par de pasos lentos para estar un poco más cerca de Hoseok. Él alzó la cabeza para enfrentarlo, con calma—. Señor Jung.

—Yoongi.

—¿A qué debo su honorable presencia en mi casa, otra vez?

—Estamos conversando —respondió su madre—. Por si no lo notas.

Min Seohyeon era un arma cargada. Igual que él.

—Oh, bien. —Se encogió de hombros—. Saldré a dar un paseo, madre.

No esperó respuesta y volvió a girar sobre sus talones para caminar en dirección a la salida trasera de la mansión. La voz de su madre intentó detenerlo de inmediato, pero él continuó caminando a pesar de que le pidió un par de veces que permitiese al novicio acompañarlo. Entonces una mano se posó sobre su hombro, y sin saber cómo reaccionar además del enfado que le producía aquella acción, la tomó con fuerza y jaló hacia adelante, tomando al intruso desprevenido. Hoseok lo miró con un par de ojos océano bien abiertos y después dio un paso atrás, a pesar de que él mantenía la mano presionando la suya.

—No me gusta que me toquen por detrás sin decir una palabra —aclaró con calma, y lo liberó—. No pretendía asustarlo, señor Jung.

—Lo siento.

—Sí, claro. Permiso.

—¿No necesita algo de compañía?

Guardaron silencio. Yoongi entornó la mirada y lo miró suspicaz. ¿Qué quieres?

—¿Quiere acompañarme? —Hoseok asintió—. ¿Por qué? —Como no recibió respuesta, se relamió los labios y pensó menos con la cabeza y más con su estupidez infrahumana—. Bien.

Si Hoseok (o quien fuese) pensaba que no lo notaría, estaba completamente equivocado. Su madre era la peor disimulando cualquier tipo de situación, mucho más que él.

Min Yoongi estaba enfermo, pero no de idiota.

Min Yoongi estaba enfermo, pero no de idiota

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora