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Enero, 1951.

Si algo aborrecía Yoongi era que alguien se atreviese a bajarlo de su nube de manera abrupta y que encima lo tocase por la espalda. Un imbécil acababa de hacer ambas cosas. Su sobresalto le produjo carcajadas, por lo demás, así que no tuvo que pensarlo demasiado para saber de quién se trataba. Ningún idiota, además de él, se reiría por ello a sabiendas de lo que el gesto le provocaba.

—Imbécil —masculló Yoongi a modo de saludo y giró para mirarlo.

—Hola —dijo el chico. Su expresión se mostraba algo confusa y su entrecejo más arrugado que de costumbre, algo que unía sus pobladas cejas en una sola.

Kim Tae-hyung fue la primera y única persona que habló con él la escuela, a pesar de su cara de pocos amigos. Continuó a su lado desde el día en que lo trató mal sólo por no querer dejarlo en paz. Con casi metro ochenta de altura, ojos y cabello marrones, y una sonrisa cuadrada que Yoongi le parecía preciosa. Kim Taehyung se convirtió en su más grande amigo con el paso del último año. Se podía decir que lo sabía casi todo sobre él. Excepto detalles sobre su vida íntima y personal que, por más que se hablase de ello por todos los rincones del pueblo, parecía ignorarlo. Y él estaba bien con eso.

Los castaños ojos de su amigo lo examinaron. Yoongi buscó una buena excusa para todas las dudas que tendría sobre su paradero. Él le recordaba, cuando no estaba pendiente de nada, que tenía que dejar de tan impulsivo. Llegó a pensar en utilizar aquella palabra como estrategia de escape.

Sucedía que llevaba unos días visitando las afueras de la Iglesia, con obvias intenciones de encontrarse con el novicio y fallando en sus intentos la mayor parte del tiempo. Hoseok no solía percatarse de su presencia a menos que se encontrase demasiado cerca, algo que claramente no hacía. Sólo quería verlo. Era lindo verlo. Hoseok era llamativo. Y atractivo. Era imposible negárselo a sí mismo. No era el mejor reprimiendo sus ideas, ni lo que sentía, por más que quisiese en ocasiones. Sin embargo, considerando sus posiciones sociales, se podía limitar sólo a eso: observarlo. No había pecado en ello ¿no?

Claro que para Taehyung no parecía siquiera algo que estuviese sucediendo, por lo que verlo allí, frente a la sagrada casa de Dios, donde habitaba su peor enemigo (que no era ninguno de los santos en madera ni el divino invisible), era como ponerse la soga alrededor del cuello.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Taehyung con la cabeza ladeada.

—Observo.

Se encogió de hombros y los sacudió un poco, pidiéndole con aquella acción que quitase su mano de él. Taehyung alzó ambas.

—Lo siento.

—Si fuese irrespetuoso, te insultaba a gritos.

—Tú no puedes ser más irrespetuoso de lo que ya eres. Traspasarías una barrera importante. —Como de costumbre, le golpeó la cabeza—. ¡Uch! Perdone, su alteza —protestó, sobando la zona golpeada con exageración.

Yoongi chasqueó la lengua. Aferró el agarre al mago de su bolso, introdujo su mano libre dentro de un bolsillo de su pantalón e hizo un gesto con la cabeza para indicarle a Taehyung que caminase con él. Su idea era alejarse del lugar y pasar por alto sus retorcidas intenciones. La situación comenzaba a saberle más compleja de explicar de lo que pudo ser en un principio. Taehyung lo sabía, aunque el silencio oportuno no era una de sus virtudes y nunca estaba dispuesto a quedar con una duda.

—Y entonces —vaciló—, ¿qué hacías allí?

—¿Por qué te importa tanto? —atacó Yoongi en respuesta, sin atreverse a mirarlo—. Sólo entré un momento —mintió.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora