7
Noviembre, 1951.
Durante los siguientes días a la intromisión de Yoongi en el patio sacerdotal, el padre Jongsu se vio más irritable que antes. Hoseok apenas pudo mencionar palabra y siempre que lo hizo, estas fueron mal respondidas. La relación con el sacerdote iba evidentemente en picada y sin remedio, pues ya ninguno confiaba en el otro. Hoseok no era un mal mentiroso, pero sabía que las mentiras tienen las patas muy cortas.
—Se ha tardado —dijo con altanería y burla.
Con esa parte de su carácter que acababa de descubrir. Algo que logró gracias a su constante interacción con el irreverente de Min Yoongi. El sacerdote levantó su mano como aquel jueves en que lo golpeó por primera vez, pero le hizo nada, pareció resignado de pronto, como si acabasen de darle un discurso sobre sus malas actitudes.
O quizá fue porque Hoseok ni siquiera pestañeó frente a su mano.
—No terminará bien, hijo —mencionó con la voz suave—. Los hombres como nosotros no podemos vivir una historia de amor. Estamos hechos para entregarnos a Dios tarde o temprano.
Hoseok amaba a Dios, eso no cambiaba. Era la razón por la que no podía dejar el camino al sacerdocio todavía, como tantas veces lo pensó, pues tenía miedo de arrepentirse, o de que Dios lo abandonase por abandonarlo a él. No obstante, tampoco quiso abandonar a Yoongi, justo cuando había aprendido a sentir y agradecer su compañía. Algo que lo hizo plenamente feliz.
La mañana del jueves, el padre Jongsu le dio los «buenos días» por mera cortesía. Pronto ambos estuvieron vestidos. Hoseok podía oler el incienso dentro de la sacristía. Con su sotana litúrgica puesta, ambos salieron a la multitud para iniciar la misa matutina. Y el resto de la mañana posterior se la pasó en su habitación mejorando su aspecto, pues por la tarde vería a Yoongi.
Se dirigió a la mansión de los Min a eso de las siete, anunciando su ausencia a la eucaristía de las ocho, sabiendo perfectamente que ni los padres del chico, ni Judith, ni el chófer, estarían por la casa hasta al menos las diez o más tarde.
El otoño llevaba su tiempo, no faltaba demasiado para iniciar el invierno y ese frío durante las tardes se notaba en exceso. Las manos de Hoseok dolían a pesar de que Yoongi las mantenía entre las suyas y se encontraban a un par de pasos de la chimenea.
—¿Cómo es que puedes estar tan frío? —preguntó Yoongi.
—Te recuerdo que vengo caminando desde abajo y aquí es mucho más frío que en la Iglesia. —El cuerpo de Hoseok tembló, y por inercia dio un par de pasos hacia enfrente, acercándose a Yoongi—. Tú llevas todo el día aquí abrigado.
—Sí. Lo sé. —Yoongi dio un paso más hacia adelante, acortando un tanto más la distancia entre ambos—. ¿No quieres ir a la cama? Te llevaré un té.
Hoseok negó con su cabeza. Terminó por cortar toda distancia dando un último paso y pegando sus frentes con los ojos cerrados.
—Estoy bien —murmuró.
—Aquí nos van a atrapar.
—Sukja lo sabe, ¿no? —rio por el silencio sorprendido de Yoongi—. No me preocupa. Si confías en ella, también yo. Todo está bien.
—Sólo busco una jodida excusa para meterte en mi cama y abrazarte. Lo necesito.
—A su tiempo.
—No hay tiempo.
Hoseok abrió los ojos y buscó los de Yoongi, intentando demostrar la incomodidad que le producían sus palabras.
—¿Al menos puedes besarme? —inquirió Yoongi.
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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.
Fanfiction✄ : ❝ Cuando una cinta se corta puedes hacerle un nudo. Min Yoongi no conocía mandamientos más allá que los de su propia historia. Jung Hoseok se sabía los diez de memoria. Se pisaban los talones desde el punto de inicio. Con remiendos en el pecho...