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Febrero, 1951.

—¡Cualquier día me matarás de un disgusto! —bramó su madre apenas puso un pie dentro de la mansión.

La miró con extrañeza. Su madre tenía las manos hechas puños temblorosos, y las mejillas y nariz enrojecidas por haber llorado quien sabe por cuánto tiempo.

—Hola, madre. —Pasó por su lado sin volver a mirarla.

Escuchó sus gritos mientras subía la escalera, pero decidió que ya había sido suficiente por aquel día, continuaba dolido por sus palabras en la mañana. Y sabía que ella lo sabía. Por algo desapareció todo el día sin dar una señal de vida.

—Su madre no va a permitirle comer en su dormitorio hoy, Yoongi —dijo Judith, sentada en su mecedora mientras tejía.

—No voy a cenar, no te preocupes. —De inmediato la mirada de la mujer se alzó—. Dile a Sukja que me prepare un baño, por favor.

Sukja no tardó en aparecer fuera de la puerta del cuarto de baño con sus particulares herramientas para preparar los baños más relajantes que Yoongi había experimentado. De lo agotado que sentía, permitió que le besase la frente y sonrió mientras se marchaba.

Pronto fue abrazado por el agua, y ese momento de absoluta tranquilidad Hoseok vino a su mente y terminó dibujándolos en la misma área. Por lo general, Yoongi era una persona confianzuda, más cuando le entregaban cierta libertad. Podría tocarlo si su posición social no lo pusiese en aprietos. Cada vez que Yoongi imaginaba alguna situación indecorosa, se recordaba que Hoseok llevaba una cruz colgando del cuello y que en unos meses también tendría un alzacuellos como adorno de su autoridad.

Abrió los ojos y se sumergió por completo en la tina, luchando contra el anhelo creciente que parecía ignorar todos los obstáculos, pero con muchas ganas de acceder a él. Era una contradicción andante. Y claro que terminó por sumirse en esa embriagadora sensación que jamás fue tan intensa en soledad. Salió a la superficie para respirar y dejó a su mano envolverlo en el placer. Hoseok, pensó, y también, mierda. En sus ojos azules cuando lo miraban. La extraña inocencia que emanaba. Su nariz respingada. El cabello blanco. Y, mierda, su sonrisa. Hoseok. Con agitación, tomó profundos respiros y mordió el interior de sus mejillas para evitar soltar un gemido que Judith pudiese escuchar del otro lado. Salió rápido para no nadar en su inmundicia y se vistió con su suéter favorito.

A pesar de los gritos de su madre, pasó por alto todo y caminó hacia la cocina para pedirle a Sukja que lo acompañase. Caminaron juntos hasta el patio trasero. Hacia el final se extendía una pequeño bosque, propiedad del terreno familiar en cuya salida se abría un pequeño riachuelo que se encaminaba hacia una profunda laguna, lugar donde Yoongi se escondía la mayor parte de su adolescencia y también en su reciente adultez. Conoció aquel lugar junto a él, cuando buscaban un sitio específico donde encontrarse sin que nadie se percatase de ello. Jamás nadie, además de Sukja, llegaba a buscarlo allí. Contenía tantos recuerdos que le hacía sentir como en casa. Se sentó sobre el césped y observó la luna reflejada en el agua durante unos segundos. Sukja permanecía a su lado apoyando la cabeza sobre su hombro.

—¿Qué sucede?

—Larga historia —suspiró Yoongi.

—¿Por qué estás tan extraño?

Ahogó una risa y, a pesar de Sukja no podía verlo, sonrió con la ironía más expresiva. Estaba hecho un lío. Tenía ilusiones ridículas otra vez, y lo peor es que ahora sí eran parte de su imaginación retorcida, porque a diferencia de él, Hoseok jamás lo miraría con otros ojos.

—No estoy extraño —atacó.

—Lo estás —aseguró Sukja—. Te noto distraído, y lo digo por tu mirada, algo te incomoda.

Yoongi bufó. Por más que ella fuese el ápice de su confianza y podía ser cien por ciento sincero, a diferencia de Taehyung, le avergonzaba demasiado contarle lo que estaba en su cabeza en ese momento. Sobre todo, porque su mejor amiga era una mujer devota.

—Son mis padres. —Así que prefirió mentir—. ¿Te das cuenta de lo mucho que me odian?

—No digas esas cosas, cariño. Ya lo hablamos.

Inició una ronda de caricia contra su mano, provocando que sus lágrimas luchasen por acumularse en sus ojos.

—¿Qué voy a hacer con esto, Sukja?

«Esto», Yoongi se cuestionaba a diario con «esto». Lo que sentía al ver a un hombre atractivo. Lo que comenzaba a sentir cuando le daba su atención. Con aquellas manías suyas que su madre consideraba afeminadas. Todo lo que él era, en su pura esencia. Con aquello que había nacido. Todo le producía inseguridad, miedo y asco.

—Eres maravilloso, Yoongi. El hecho de que te enamores de otros hombres no hace de ti una mala persona, deja de pensar lo contrario.

—Me doy asco —murmuró—. Odio no poder ser normal.

—Eres normal.

Silencio. ¿Soy normal? No, no lo soy. Todos le dijeron siempre lo contrario. Él mismo pensaba lo contrario. Sukja y él eran los únicos que pensaban algo diferente.

—Hay algo más —aseguró Sukja sin un atisbo de duda.

Yoongi gruñó por lo bajo, desviando la mirada hacia la luna para pedirle un favor: piedad. Ser el único hereje rodeado de creyentes era de por sí algo muy difícil, pero ya expresar las fantasías que estaba teniendo con el novicio era un tanto aberrante hasta para sí mismo. ¿A quién podría atraerle un hombre de la Iglesia? Sólo a Min Yoongi.

—No hay nada, Sukja.

Sus ojos se dirigieron otra vez a la laguna, pensando de repente en él. Él. ¿Sería que alguna vez se iría de su cabeza? Porque cada vez que pensaba en Hoseok de alguna forma diferente, él aparecía. Y le fastidiaba. Porque también vivía con el miedo de olvidarlo. Aún recordaba su voz y su mirada. Sus caricias. La forma en que su corazón enloquecía al tenerlo cerca. Su sonrisa que le retorcía el estómago. Sus besos. Lo extrañaba con locura. Extrañaba su aroma. El anhelo.

Regresa, por favor. Sácame de aquí.

Yoongi sólo no quería volver a sufrir.

Yoongi sólo no quería volver a sufrir

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora