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Enero, 1951.

Terminar un largo día era una sensación gloriosa y alentadora. Yoongi sabía que la sala de música en casa lo estaba esperando con ansias, tanto como él a ella. Pero esa sensación no pudo sentirla aquel día.

De manera usual era muy distraído, a quien le preguntaras te lo diría. Se la pasaba gran parte de su vida en las nubes pensando otro tipo de cosas y sin excepción alguna.

Cerró sus libros y guardó todo dentro de su bolso. «Ese bolso de mujer», decía su madre. Y en efecto lo era. Lo compró con la excusa de que era un regalo para ella, porque soñaba con él desde que lo vio en la vitrina. Cuando Min Yoongi quería obtener algo, siempre lo hacía. Desde entonces no lo soltaba. Como sus ideas. Y aquel día tenía una idea muy interesante.

Sus pies lo guiaron en dirección a la Iglesia. Volviendo a pisar esta después de dos largos años. Jamás creyó que volvería. La sintió fría y poco acogedora para sus sentidos más sensibles, con aquel olor a cera de vela tan desagradable. Se relamió los labios en un gesto nervioso, divisando la viva imagen de quien buscaba desde hacía semanas.

El novicio se encontraba de rodillas, sumido en sus oraciones. Sabía que era un mal momento para irrumpir, pero le daba igual. El imán que movió sus pies hasta la Iglesia, lo movió hasta él, dejándolo a una corta distancia, justo en el banco donde permanecía en silencio. Le brillaba cabello blanco que le caía encima de los ojos. Sus hombros delgados y tensos. Sus manos blancas y bonitas entrelazadas.

—¿Sabe? —inició en un murmullo—. Llevo años preguntándome si eso realmente funciona. —No era una duda que quisiese plantear en realidad, pero salió disparada por la necesidad de llamar su atención. No recibió respuesta—. ¿Usted cree que Él nos escucha?

Todos decían que en algún momento de sus vidas, recibirían una recompensa por aquello que entregasen de manera humilde. O que rogasen por un bien común. O por un bien propio que fuese de ayuda. O lo que fuese. Sí, Dios daba lo que fuese, mientras no dañase a los demás. Sin embargo, Yoongi jamás vio a un enfermo salir del hospital después de orar por su vida. Nunca vio a nadie salir de su desdicha en un instante. Nunca vio un milagro y eso era lo que él necesitaba.

Un bendito milagro.

—Estoy seguro —contestó Hoseok. Su voz era tan dulce que Yoongi podía saborearla—. ¿Le enseñaron alguna vez que jamás debe interrumpir a una persona cuando está orando?

Con una sonrisa dibujada desde la sorna, Yoongi tomó valor para girar su cabeza en dirección a Hoseok, mirándolo directo a los ojos. Azul profundo. Azul. Tan azul. Tan hermoso. Aun cuando por fuera siempre parecía que se burlaba de él, por dentro luchaba por salir del trance en que lo sumía su mirada. Hoseok eran tan atractivo.

—¿Por qué está tan seguro de ello? —preguntó, casi escupiendo sus palabras.

El novicio pareció tomarse un tiempo para pensarlo. Más de lo que Yoongi hubiese esperado. Le causaba gracia ese hecho. Cuestionar sus creencias sin tener que discutir le agradaba, sobre todo si lo detenía a ello.

—Me ha salvado del dolor —respondió Hoseok—. Me ha consolado sin siquiera una palabras más que el propio sentimiento de fe que me entrega su divina existencia.

Yoongi sonrió. No le causaba diversión su sinceridad, era adorable. Sólo notaba la inquietud ante sus cuestiones. Era un placer.

—Habla de él de un modo muy romántico —comentó, ahogando una risa y desviando la mirada hacia el suelo al no poder soportar el baile de sus pupilas sumidas en el océano.

—Tal vez.

Lo tomó por sorpresa. Así que se obligó a mirarlo nuevamente para cuestionar con una ceja alzada.

—¿No es de maricones?

Como dolía esa palabra. Todos solían usarla contra él.

—Eso es muy irrespetuoso —atacó Hoseok, arrugando el entrecejo—. ¿Cómo es capaz de hablar así dentro de un templo?

—¿Y es que alguien más que usted me está escuchando? —Miró hacia atrás sin disimulo alguno, extendiendo el cuello. No había más que un par de mujeres, las mismas desde su entrada, ambas atentas a ellos—. Lo siento, no-cura. —Cambió el foco hacia la imagen de Jesucristo—. Perdona, flaco. —Y retornó a Hoseok.

El novicio tenía los ojos cerrados, respirando en profundidad antes de exhalar y demostrar su enfado. Sí, eso era lo que Yoongi quería. Hoseok saliendo de sus casillas. Era imposible que fuese tan correcto. Inhumano.

—Se supone que está aquí para orar —casi bramó.

—Tal vez —murmuró Yoongi—. Quise hacer el intento, pero no dejo de sentirme ridículo.

La expresión de Hoseok dio un giro completo hacia la compasión, provocándole un rechazo instantáneo. No podía ser posible. Lo estaba logrando. Hoseok no podía sentir lástima por él otra vez, mucho menos viendo como le faltaba el respeto con gusto.

—¿Qué es lo que le hace sentir así? —cuestionó, tranquilizando su voz. Otra vez sabía a miel.

Se levantó de su sitio para sentarse al lado de Yoongi a una distancia casi infinita que les impedía sentir el calor humano.

¿Podría?, pensó, ¿me lo permites? Su imagen apareció. Él siempre aparecía cuando era necesario. Yoongi supuso que era la señal de que jamás podría caer otra vez en semejante basura.

—No es de su incumbencia, no-cura. —Fue su respuesta.

—Pero —se detuvo un momento— no debe preocuparse por nada. Tómelo como un secreto de confesión.

—¿No que no es cura?

No era un experto en sacerdotes, pero la falta del alzacuellos en las prendas de Hoseok le explicaban claramente que no era uno de ellos aún. Tomó el silencio del novicio como respuesta a sus palabras.

Ambos se apoyaron contra el respaldo del banco. Ninguno parecía querer moverse de su lugar, a pesar de que la inquietud se respiraba y bailaba a su alrededor. Yoongi miraba a Hoseok de reojo. No sabía cuánto tiempo había pasado, tampoco qué hora exacta era. La puerta de la Iglesia anunciaba sin parar la entrada y salida de personas. En tanto, él y Hoseok continuaban en el mismo sitio.

Desde que su vida dio un vuelco abrupto dos años atrás, la paciencia ya no era parte de sus virtudes. Dentro de una Iglesia solía sentirse oprimido y ver que a un hombre que pertenecía a ella le daba exactamente igual su situación abiertamente hereje, lo puso de malas. Se mordió el interior de la mejilla y decidió contar hasta diez, aguardando por unas palabras que no llegaron.

—Lo sabía —afirmó—. La incompetencia de los curas es cada vez más evidente. —Se levantó sin mirarlo—. Permiso.

 Permiso

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora