28
Abril, 1952.
A las seis de la tarde Hoseok se encontraba esperando el taxi que lo llevaría hacia Dwaen, con Kim Seokjin a su lado, un tanto ansioso por regresar al pueblo que apenas conoció hacía dos meses.
—¿No estás agotado? —cuestionó con diversión.
—¿Por? —Seokjin detuvo sus pasos y lo miró con las cejas alzadas.
—Llevas moviéndote de un lado a otro desde que llegamos.
—Ah. —Volvió a detenerse—. Lo siento.
—Da igual. —Se encogió de hombros.
—¿Tú no estás ansioso?
Se lo pensó en verdad.
—No —afirmó—. Ya es costumbre.
—Pero no vas desde hace dos meses.
—Estuve fuera ocho años, Seokjin, ya no me provoca ninguna emoción ir a mi pueblo. —Desvió la mirada de inmediato cuando un taxi llamó su atención con la bocina desde la esquina a su derecha—. Ven, es hora.
El viaje a Dwaen fue corto. Demasiado corto para su gusto. No tenía ni las más mínimas ganas de llegar. De hecho, de no haber tenido aquel compromiso con Kim Seokjin desde hacían años, quizá nunca hubiese regresado.
El clima primaveral era el mismo, el calor y el aroma a flores, el polen que le hacía estornudar. Todo siempre era igual. Quien cambiaba cada vez que regresaba era él. Hoseok se sentía de otra forma, una vez más, sólo que aquella no le agradaba para nada, pues lo único que deseaba era volver corriendo a refugiarse al seminario los últimos meses que le quedaban a su diaconado antes de la ceremonia para convertirse en presbítero de una vez por todas.
Se sentía agotado y agobiado.
—Hoseok.
—¿Sí? —murmuró con la vista puesta en la ventanilla del vehículo.
—¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes.
El silencio reinó hasta que el taxi se detuvo fuera de la Iglesia, donde nadie lo esperaba esta vez, pero sí sabía que el sacerdote ansiaba su llegada desde hacía días.
Bajó sus cosas con ayuda de Kim Seokjin y juntos caminaron hacia la parroquia para buscar a su superior. Aunque él era parte de esa jerarquía desde que pisó la tierra de Dwaen por primera vez en el año. Para su mala sorpresa, el padre Jongsu no se encontraba en la parroquia, tampoco en el patio sacerdotal. Luego de dejar a un silencioso Seokjin en su habitación, lo buscaron en el sacristía y la Iglesia, pero no encontraron nada. Situación extraña.
—¿No te explicó que saldría justo cuando llegásemos? —cuestionó Seokjin, sentándose dentro de la sacristía para mirar a su alrededor.
—Tal vez surgió algo —comentó Hoseok con la atención desviada hacia el desorden que reinaba dentro—. Podríamos ordenar un poco, así te familiarizas con esto y te explico cómo es el ritmo de las cosas en este lugar.
Kim Seokjin asintió emocionado. No le llevaba muchos años Aun si parecía mayor que él, actuaba como una persona menor. Y eso le agradaba. La jovialidad de Hoseok se desvaneció poco a poco de una forma que ni él mismo comprendía, así que verle desde fuera le resultaba agradable y tranquilizador.
Eran las ocho cuando se encontraban aún dentro de la sacristía muriendo de risa, como dos amigos cualquiera, y el sacerdote apareció por la puerta que conectaba hacia la Iglesia con una expresión malhumorada.
—Ah, son ustedes —habló. Su expresión cambió se manera abrupta a una sonrisa deslumbrante—. Que bien que han llegado. Bienvenidos.
Hoseok se levantó de su asiento y caminó para abrazarlo con fuerza. Mal que mal, lo había extrañado. Le presentó a Seokjin nuevamente y juntos se pusieron en marcha para acomodar el templo para la misa de las nueve. Las personas comenzaban a llegar.
—Creo que participaré desde afuera —dijo Hoseok—. Seokjin puede ayudarle con ello. ¿Te parece bien? —Se enfocó en su amigo.
—Sí, sí, no hay problema. Estoy emocionado.
—Genial. Permiso.
—Hoseok. —Lo detuvo el sacerdote.
—¿Sí, padre?
—Debemos hablar después de la misa.
—Claro, como guste.
A diferencia de lo que expresó, Hoseok abandonó la sacristía por la puerta de atrás. La presión en su pecho era tanta, que necesitaba tomar un respiro extenso con la intención de recuperarse lo antes posible. Salió a la calle. Un par de personas le saludaron en bienvenida y se alejó a paso vacilante hasta que hubo cruzado la calle. Agobiado. Con el aire faltando.
Inhaló.
—¡Señor Jung!
Exhaló.
—Que bueno volver a verlo.
Pestañeó un par de veces hasta enfocarse de manera correcta en la persona que le hablaba un par de centímetros hacia abajo.
—Amelie. —Sonrió. Al menos, de la mejor manera—. Lo mismo digo. ¿Va a la misa?
—No. Voy a ver a Hana, no se siente muy bien. —El estómago se le revolvió con fuerza. No respondió nada, sólo asintió—. Desde que se casó anda muy extraña —prosiguió—. A veces no la entiendo muy bien, pero supongo que así están las cosas ahora.
—Ya veo.
—¿Tiene prisa?
—No, realmente. —Se arrepintió de inmediato—. Sólo salí a caminar.
—Oh, pues vamos juntos. Lo acompaño hasta que deba tomar mi camino hacia la casa de Hana.
Lo aceptó. Y nunca se arrepintió tanto de haber mentido hasta ese día. No sabía que sería tan complejo mantener una mentira y una sonrisa que no sentía suya. Tampoco entendía qué estaba haciendo allí. Su cabeza vagaba en otro sitio, mientras Amelie llenaba sus oídos de palabras vacías.
—No puedo creerlo —masculló la chica.
Él se detuvo junto a ella.
Entonces fue que lo vio. En la vereda frente a aquella en la cual se encontraba la entrada al bosque, con la mano que alguna vez tomó la suya entrelazada a la de otra persona, y una sonrisa enorme en su rostro.
Min Yoongi terminó de destrozar su corazón, perdiéndose entre los árboles.
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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.
Fanfiction✄ : ❝ Cuando una cinta se corta puedes hacerle un nudo. Min Yoongi no conocía mandamientos más allá que los de su propia historia. Jung Hoseok se sabía los diez de memoria. Se pisaban los talones desde el punto de inicio. Con remiendos en el pecho...