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Mayo, 1952.

Iba a encontrarse con él otra vez, como cada viernes por la tarde desde que se comprometieron a mantenerse al margen para evitar que Hana Yi se molestase más de lo que estaba y los terminase delatando.

Si de algo Yoongi estaba seguro es de que no volvería a soportar otra separación sólo por el egoísmo de los demás. Ni de ninguna otra manera.

Aquel viernes por la tarde hizo bastante calor. El verano les pisaba los talones y su pueblo viejo, lejos de la costa, no era de las mejores opciones para pasar el día. Lo único positivo que podía sacar de aquello era que Namjoon siempre lo obligaba a entrar al lago, y eso significaba verlo desnudo. Siempre era un gusto. Sobre todo desde que había crecido tanto.

Cruzó la plaza a paso apresurado, esperando que nadie lo viese perderse de camino al bosque para evitar dilemas en casa. Los Yi estaban atentos a cualquier problema que tuviese con Hana, indispuestos a soportar continuar viéndola mal. Irónico, pensando que ellos fueron quienes la pusieron en aquella posición en primer lugar.

Se dirigió hacia un almacén de esquina para comprar una botella de agua, pero no alcanzó a ingresar. En la misma puerta se topó de frente con Hoseok. Sus ojos se esquivaron en la primera instancia. Sintió como el corazón se le salía por la garganta.

—Lo siento —murmuró Hoseok, pasando por su lado.

Ni siquiera lo pensó. Su mano actuó antes y tomó al diácono por el antebrazo para detener sus pasos.

—Espera —pidió sin mirarlo, luego lo liberó.

Compró dos botellas de agua y al girar Hoseok ya no estaba.

—Estoy aquí —escuchó. Volteó a su derecha. El hombre permanecía apoyado contra la muralla con la mirada en el suelo—. ¿Qué necesita?

La formalidad le pateó por lo bajo con más fuerza de lo que creyó. Dolía demasiado. Cuando apenas hace unos meses lo único que existía entre ellos cuando se veían eran mariposas en el estómago. No temor, ni vergüenza, ni angustia. Sólo amor y sonrisas.

—Ven conmigo. —Pero se hizo el valiente.

No esperaba que lo siguiese. Sin embargo, apenas escuchó los pasos de Hoseok contra el pavimento que cruzaba la calle en dirección al viejo parque, su corazón volvió a subir hasta su garganta.

Desde que Namjoon apareció para salvarle la vida aquel día, ya no veía aquel banco roto como antes. Había logrado que todos los recuerdos tristes se fuesen por un momento. Pero regresar con Hoseok lo cambiaba todo una vez más. Era como si su mera presencia lo hiciese retroceder cada paso que daba.

Allí estaba extendiéndole una botella de agua que dudó en recibirle, y en absoluto silencio.

—¿Cómo estás? —cuestionó con suavidad—. ¿Puedo tutearte? Porque ahora eres... ¿diácono? Tienes más autoridad y todo eso.

—Sí —habló Hoseok con suavidad—. No hay problema.

—Bien.

Silencio.

Alzó la mirada hacia el vacío, eran ya las seis de la tarde y el sol le quemaba la nuca. O quizás era la mirada de Hoseok sobre él. La notaba. La sentía y ardía, eso no había cambiado.

—Tengo que irme —murmuró Hoseok—. Se me hace tarde para la misa.

—No me mientas. Sé que participas en nada desde que llegaste. —Suspira—. También sé que me viste con él el otro día, Hana me lo contó —confiesa—. No tienes que fingir que no lo sabes.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora