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Noviembre, 1950.

El vehículo se detuvo en la entrada de la mansión Min, hogar al que tan poco cariño tenía. Bajó por su cuenta y le extendió una mano a Hana Yi, tomando juntos el camino hasta la entrada principal, cuyas puertas abrió el mismo. Judith, quien parecía oler su presencia, apareció de la nada corriendo hacia él, mostrándose desconcertada por la presencia de la chica a su lado.

—Yoongi —saludó con una sonrisa que le supo a falsa.

—Judith. —Yoongi caminó hasta su lado y le besó la mejilla, apoyando su actuación.

—Hola, señora Barra —dijo Hana Yi.

—Señorita Hana, no la esperábamos tan temprano.

—He topado con Yoongi saliendo de la escuela y se ha ofrecido a llevarme a casa, pero por los informes del chofer decidí venir de inmediato y esperar a mis padres aquí. —Puso una mirada un tanto afligida y Yoongi sintió ganas de golpearle el rostro—. Espero no ser una molestia.

—No lo eres, estúpida —reprendió.

—Yoongi, qué son esas palabras hacia una señorita —regañó Judith.

A veces olvidaba que la mujer no estaba familiarizada con el trato que ambos mantenían cuando se encontraban lejos de sus padres dementes. Sólo eran dos amigos.

—¿Qué? —preguntó con inocencia.

—¡Hana Yi! —escuchó la voz de su madre a sus espaldas.

Giró un poco la cabeza para mirarla, detrás de Seohyeon se acercaba también su padre, quién le dedicó una sonrisa a él. Hana Yi y su madre se abrazaron y besaron las mejillas. Él optó por tomar un poco de distancia. Le resultaba incómoda esa cercanía y las sonrisas, sobre todo porque para su madre él era invisible la mayor parte del tiempo.

Pasó de la charla que se fue esfumando de a poco, mientras se distraía con su alrededor, buscando (como cada día) el toque hogareño que le hacía falta a su ostentosa casa. Entre el montón de pinturas y retratos (en mayoría suyos), lo único que le llevaba recuerdos era el sofá, donde osaba tener largas charlas con él cuando aparecía a trabajar y sus padres no se encontraban en casa. O aquella alfombra que reemplazaba la que solía ser su lugar de juegos juntos a Sukja, también escondidos de sus padres. A veces, la cama de la habitación vacía en el segundo piso. Hasta la bodega le sabía más a buenos recuerdos que todo lo demás. Sin dejar de contar su lugar seguro: la sala donde yacían sus instrumentos.

A Yoongi le encantaba estar «fuera de sí», porque imaginar un mundo perfecto era mucho mejor que repudiar su realidad. Pero en su vuelo que ya resultaba algo deprimente, terminó yendo más lejos, directo a un sitio de colores brillantes y lleno de sonrisas. Esas sonrisas brillantes. Unos labios con forma de corazón. Un par de ojos azules, cuya mirada era tan preciosa como melancólica y que eran cubiertos por aquel cabello blanco, brillante y bien recortado.

—Yoongi.

Tras un rápido pestañear, enfocó la mirada en su madre.

—¿Sí?

—Ve a bañarte para la cena, por favor.

Todos estaban tan acostumbrados a su constante desorientación que ni siquiera inmutaban.

—Claro —susurró.

Giró sobre sus talones y subió las escaleras con Judith detrás de él, cual perro guardián.

—Prepararé su ropa —anunció.

Entre sus acciones correspondientes dentro del cuarto de baño, Yoongi anticipaba la desgastante y fatídica noche que le esperaba junto a la deslumbrante familia de Hana Yi. Se sabía de memoria sus conversaciones que iban desde intentos por motivarlos a continuar estudiando, dinero y la Iglesia.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora