35

145 49 2
                                    

35

Julio, 1952.

Sus zapatos rechinaban con dureza sobre el asfalto. De alguna forma estaba concentrado en ello. Era la única manera de no pensar en Yoongi.

Llevaba varias semanas así. Su diagnóstico propio era «cada día peor». Más agotado. Más triste. Más solitario. Las emociones negativas se apoderaban de él.

No salía desde el día posterior a la inauguración de la nueva mansión Min-Yi. Hasta ese día. Por alguna razón, Omai y Hissuk lo arrastraron de su habitación en el patio sacerdotal en dirección a la plaza que estaba a pocos pasos de la salida de la Iglesia. Iban a llevarlo más lejos, pero él se negó a abandonar sus metros cuadrados de seguridad, cuyos lo alejaban de Min Yoongi a como diese lugar, pues este jamás iba hacia allá.

—¿Qué quieren? —preguntó con molestia, mirando sus manos.

Parecía un niño regañado. En efecto, lo era.

Sus hermanos se miraron entre sí y negaron con la cabeza antes de hablar.

—El padre Jongsu nos llamó —comenzó Omai—. Dijo que no sales de tu habitación desde hace tres semanas y que está preocupado, porque tampoco te alimentas.

—Sí me alimento.

—Una vez cada dos o tres días, no cuenta como alimentarse, Jung Hoseok.

—No te entrometas.

—Bájale un poco a ese tono —regañó Hissuk—. No queremos discutir contigo. Vinimos porque estamos preocupados por tu salud. —Hoseok abultó los labios, cerrando los ojos con fuerza para aguantar el llanto—. Por favor, dinos qué te pasa. Podemos ayudarte en la medida de lo posible, con lo que esté en nuestras manos.

Hubo silencio. Sintió unos brazos aferrarse a su cuerpo, mientras temblaba y dejaba escapar la tristeza que llevaba conteniendo. En sus veintisiete años, jamás se sintió tan miserable.

—Estamos aquí contigo —murmuró Hissuk—. Déjalo salir.

Pasaron varios minutos hasta que realmente pudo detenerse. La cabeza le latía por la evidente deshidratación a la que se sometía a diario, cuyo llanto reforzó.

No sabía por dónde comenzar. Ni siquiera sabía si era correcto comentar a sus hermanos las razones de su dolor. No serían capaces de comprender el pecado que cometió y continuaba cometiendo a pocos pasos de entregar su vida por completo a Jesucristo.

—Sólo... yo... —balbuceó, pero se tragó las palabras.

—¿Tú? —insistió Omai con suavidad, acariciando su nuca—. Puedes contarnos lo que sea, Hoseok, de verdad, lo que sea.

—No creo que sean capaces de soportarlo.

—Hemos visto muchas cosas en nuestra vida, hermanito. ¿Qué puede ser tan malo para que estés así?

Guardó silencio. Se limpió la nariz con algo de fuerza, cuya debía estar al rojo vivo por el millar de veces que repitió tal acción, y se levantó. Sus hermanos lo miraron con curiosidad.

—Caminemos —pidió.

Aceptaron sin rechistar. Hissuk le palmeó la espalda y Omai sonrió. Esperaba que continuasen queriéndolo de la misma forma al final del día.

Avanzaron por los alrededores del pueblo durante al menos media hora. Se sintió agitado y agotado. Su estado físico no era el mejor, y el sudor de sus manos no ayudaba. Estaba sumamente angustiado. Temía explotar otra vez.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora