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Enero, 1951.

Se quedó de pie viendo la silueta del chico desaparecer por la entrada de la Iglesia, con ansias de correr detrás de él, pero no lo hizo. No porque se estuviese conteniendo, sino porque el sacerdote había aparecido en el momento exacto en que intentó avanzar.

—¿Ese chiquillo en la Iglesia? —preguntó detrás de él, obligándolo a girar sobre sus talones—. Vaya novedad.

Si algo había aprendido durante los últimos meses, era la evidente enemistad que el padre Jongsu mantenía con Min Yoongi. La última cena no había salido tan mal como la primera, pero había surgido una discusión tan extraña entre ambos que al parecer los Min habían decidido tomar distancia un tiempo.

Había escuchado tantas cosas. Sobre la familia. Sobre el mismo Yoongi. Sólo escuchar claro está, como una vieja chismosa. En su último paseo había tenido que aguzar el oído y caminar un poco más deprisa detrás de un par de mujeres, sólo porque el nombre del chico había salido de sus labios. Siempre fue difícil con los chismes, no tener información exacta y certera era agobiante, pero los rumores que rondaban a la familia Min aumentaban su incapacidad para soportar la presión. Desde amoríos secretos hasta hijos ilegítimos. «El muchacho es un hereje. Un desviado». Esa última palabra le daba vueltas. Acababa de asegurarse de que Yoongi sí era un hereje y un sinvergüenza, pero desviado era una palabra algo más fuerte y no estaba seguro de que encajase del todo con él. Es decir, Min Yoongi no le parecía un hombre de bien, no del todo, pero aquella palabra le sonaba a calumnia.

A Hoseok le gustaría saberlo de su propia boca.

—¿Novedad? —preguntó.

—Es un hereje —sentenció el padre Jongsu—. Lo sabes.

—No, en realidad.

—Pues ahora lo sabes. Por ello, prefiero que te mantengas al margen, por favor.

—Lo hago —vaciló Hoseok—. Digo, no viene mucho por aquí, y yo estoy siempre aquí.

El sacerdote entornó la mirada.

—¿Qué hacía exactamente?

—Nada en particular. Sólo me ha interrumpido mientras oraba. —La ofensa desdibujó las facciones del sacerdote—. Oh, no creo que sea para tanto. Sólo fue un poco irrespetuoso.

—Porque apenas te conoce.

—¿Debería conocerlo mejor? Tal vez así...

—No —le cortó—. No deberías.

—¿Por qué?

—Porque es mejor para ti. No te conviene involucrarte con él.

—¿Por qué? —reiteró Hoseok, arrugando el entrecejo con verdadera curiosidad.

—Porque es mejor para ti —repitió el sacerdote.

—Bien —suspiró—. Haré una visita importante, ¿no me necesita?

—¿Dónde vas?

—A ver a mi madre. —Sonrió a medias—. ¿Puedo ir?

—Claro. Ve con cuidado. Te quiero aquí a las siete.

El reencuentro con las calles de su infancia le produjo nostalgia. Hoseok se llevó varios saludos de longevas mujeres que aún recordaban su rostro de mocoso. Aunque su cabello con ausencia de melanina también hacía su trabajo.

A pesar de que conocía aquellas calles de esquina a esquina, la inseguridad no descendía, se encontraba a no más de tres pasos de la puerta del hogar que contenía sus más hermosos recuerdos. Madre. Alzó la vista y suspiró, con la mano temblorosa, mentalizándose con todas las formas posibles en que su madre podía recibirlo, aceptando cada una de ellas. Dos suaves golpes. La puerta se abrió. Su madre tenía el cabello similar al suyo, blanco y bien peinado. Vestía de manera arreglada. Su rostro dibujaba más líneas de las que recordaba y sus ojeras eran prominentes, pero lucía tan hermosa como siempre. Su madre, quien lo miró con una expresión de disgusto y sorpresa. Todas las esperanzas de Hoseok optaron por emprender marcha. ¿Todavía me odias?

—Creí haberte dicho que no volvieses jamás. —La voz ronca y desgastada de la mujer le rompió el corazón—. Tus hermanos no están.

—He venido a verla a usted. —Hoseok bajó la mirada—. Quería verla, yo...

—¿Te interesa? —le cortó, alzando la voz con sarcasmo—. Hace más de ocho años que no sé nada de ti, Jung Hoseok. —Desvió la mirada y tosió con fuerza. Él hizo ademán para ayudarla, pero fue esquivado—. Lárgate —graznó su madre—. No tienes razones para estar aquí.

—He venido por usted —reiteró en protesta—. Por favor, madre, hablemos.

—No tengo nada que hablar contigo. Vete. Te es sencillo hacerlo.

Hoseok hizo un nuevo movimiento para acercarse, pero ella sólo se alejó más. La presión en su pecho aumentó. El contener las lágrimas le estaba provocando dolor. Al mismo tiempo, la puerta se cerró frente a sus ojos.

En lo más expuesto de su corazón, añoraba el día en que su madre volviese a rezar, que le dijese que superó la muerte de su padre y que comprendió como eran las cosas, que las aceptaba.

Dios lo dicta todo como debe ser y las personas tienen que aprender a no interferir en su propio destino, porque no va a suceder nada a menos que Él lo quiera. Eso es lo que Hoseok aprendió. Entonces, alzó la mirada, en búsqueda de entendimiento o alguna señal que le dijese que todo estaría bien.

 Entonces, alzó la mirada, en búsqueda de entendimiento o alguna señal que le dijese que todo estaría bien

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora