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Abril, 1952.

—Esa boca —demandó. Como cada vez que Yoongi lanzaba una grosería en contra de ella.

Ah, ella. Esa chica que se convirtió en una mujer hecha y derecha, prácticamente en la dueña de su vida, de sus emociones y sus sentidos. Lo tenía bajo control. En su sitio.

O eso creía ella.

Era lo que creían todos.

La familia Min-Yi encontró la fama que quería. La boda fue una de las más concurridas en el pueblo y la más mediática a nivel provincial desde los sucesos en la guerra. Eran un par de jóvenes afortunados, de genética y billetera privilegiadas. Claro que la genética era lo más importante para la mayoría, pues «hijos hermosos» fue lo que Yoongi más oyó en los últimos dos meses de su vida.

Le entraban ganas de vomitar. ¿Hijos? ¿Él? Ni siquiera era capaz de soportar que Hana Yi le besase la mejilla en público, ¿por qué haría el intento de tener hijos con ella? Era ridículo. Sus familias lo sabían. Él pasó su noche de bodas fuera y volvió por Hana Yi en la mañana siguiente. Y así era la mayoría de las ocasiones.

Vivía en casa de los Yi en tanto su nuevo hogar era construido, por ende sólo llegaba de noche debido a la incomodidad que le producía convivir con ellos. Parecía que a Hana Yi le daba igual lo que hiciese, mientras llegase a dormir «para que la gente no hable sobre nosotros, Yoongi».

Porque Yoongi no se encontraba en las oficinas o plantas de la empresa. Se encontraba en el lago junto a Kim Namjoon.

—¿Qué hay con mi boca? —Sonrió. Era una sonrisa enorme y real.

Toda la miseria que crecía en él el día de su matrimonio, cuando vio a Jung Hoseok marcharse de la Iglesia con lágrimas en los ojos, se desvaneció al caer en cuenta de que ya no podía hacer nada para remediarlo.

Porque Jung Hoseok no era el amor de su vida.

Era su hermano.

—Es exquisita —respondió Namjoon. Y a él se le acaloraron las mejillas.

—Cállate —protestó.

Namjoon lo abrazó con fuerza, sus brazos lo presionaron contra su pecho e hizo que Yoongi sonriese más amplio. Luego besó su frente, dejó de presionarlo y lo mantuvo allí. Kim Namjoon fue calma, y lo único que Yoongi pudo hacer fue acurrucarse y desear permanecer allí para siempre. Quería olvidarlo todo cuando estaba junto a él. Quería ser Min Yoongi, pero el crío de quince años que alguna vez se enamoró de aquel chico idiota que trabajaba para su padre, no el hombre de veintiún años con responsabilidades que jamás pidió tener.

O el hombre de veinte años que alguna vez se enamoró de un novicio de cabello blanco.

El pecho de Kim Namjoon se movió, quizá porque acababa de suspirar. Supuso que fue la señal para regresar a casa. El sol estaba cayendo y apenas se había percatado de ello.

—Debo regresar —murmuró sin moverse.

—Uh —protestó Namjoon—. Quédate unos minutos más.

—Sabes que no puedo hacerlo. Hana debe estar esperándome para cenar.

—Que espere. —Lo presionó, besando entre sus cabellos. Yoongi rio—. Llevamos más de dos meses así. Yo creo que ya lo sabe.

—¿La has visto?

—Un par de veces en la calle. Nada grave. De hecho, finge no conocerme, pero supongo que algo piensa.

—¿Y si no es así?

—¿Importa? Estamos juntos y que ella lo sepa, lo asuma o lo sospeche no cambia nada entre nosotros, ¿no?

Había dos opciones.

A Hana Yi podía importarle demasiado o no importarle en lo absoluto. Al menos, mientras se tratase de él. Porque si se trataba de su imagen pública como persona y como esposa, las cosas cambiaban. Significaba peligro. Y el peligro iba acompañado de volver a una soledad que Yoongi no estaba dispuesto a tolerar.

—No —respondió, sabiendo que mentía—. Pero de todos modos debemos tener cuidado.

Namjoon protestó otra vez y masculló palabras que Yoongi ni se dio tiempo de comprender, sólo respondió riendo. Le costaba asimilar que todo aquello era real, que tenía el cuerpo de Namjoon junto al suyo y que podía besarlo otra vez y las que quisiese. El corazón le latía con furia ante la adrenalina de su clandestina relación, aun si ya estaban acostumbrados a ello. De todos modos, siempre fue así.

—Bien, debo irme.

Alzó la cabeza y frunció los labios, Namjoon no tardó en unirlos a los suyos. Sabía a tabaco. Sabía a hombre nuevo, pero seguía siendo él, por más que hubiese encontrado una nueva mala adicción.

En cuanto a Yoongi, su adicción retomada era Kim Namjoon.

Kim Namjoon le salvó la vida. Le devolvió una parte de su alma que estuvo hecha trizas durante dos largos años y le entregó la fortaleza que acababa de perder. Justo en el peor momento.

Lo encontró.

Lo revivió.

Revivieron los dos.

Porque si Kim Namjoon alguna vez murió, no fue por él, fue por obligación.

Porque era su vida o la de Yoongi.

—Iban a encerrarte —le explicó aquel día en el parque—. Tuve que irme. Lo siento, Yoongi, no tuve más alternativas.

—¿Y por qué regresaste?

—Sólo sentí que era el momento.

Y llegó justo a tiempo.

Y llegó justo a tiempo

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La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora