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Abril, 1951.

Se encontraba esperando a Taehyung en el mismo banco de siempre. Durante aquella tarde se cuestionaba en contarle o no su realidad solo para sentirse mejor consigo mismo. Llevaba yendo sin falta a su terapia durante todo el mes y tomando su medicación cada mañana y cada noche. El cansancio que esta le producía había comenzado a disminuir y todo parecía ir bien. Por alguna razón, también le hacía sentir valiente.

Sin embargo, Taehyung nunca apareció y, cuando las nubes espesas comenzaron a cubrir el cielo, Yoongi sólo pudo alzar la mirada hacia ellas y suspirar. Al parecer, cada vez que intentaba hacer las cosas bien para él mismo, algo lo terminaba impidiendo.

Las personas alrededor de la plaza se dispersaron cuando las gotas comenzaron a caer. Él guardó su cuaderno donde practicaba sus balances en aquel intento por ser mejor (que quedaba en nada, porque continuaba sin comprender muy bien lo que hacía). Miró al cielo y después cerró los ojos, formando una pequeña sonrisa al notar como se empapaba.

Ese sosiego duró en él bastante tiempo, el suficiente para perdonar a Taehyung por plantarlo y para perdonar a la persona que estaba de pie frente a él espiándolo sin vergüenza alguna. Lo distinguía a duras penas, pues la noche caía sobre ambos y él comenzaba a temblar un poco por el viento. Se asustó, pues podía ser cualquiera e incluso hacerle daño, de todos modos su apellido era conocido y se sabía que en sus bolsillos jamás faltaba el dinero. La figura del desconocido se acercó a él un poco más, y apenas se puso en alerta, notó el cabello blanco tan característico del novicio.

—Pensé que estaba viendo algún tipo de cura fantasma —bromeó con una pequeña sonrisa—. Hola, por cierto.

Hoseok detuvo sus pies a una distancia suficiente, pero prudente entre ambos. Yoongi pudo notar cómo le temblaba el cuerpo por lo fría que estaba tornándose la noche. El agua dejó de caer y el viento reinició con más fuerza.

—Buenas noches, Min Yoongi.

—¿Qué anda haciendo por aquí, tan lejos de donde pertenece, completamente empapado, señor Jung?

—Diligencias —contestó de inmediato.

—¿Es triste hacer diligencias?

No era estúpido, y la noche podía caer en la mayor de las penumbras, pero a Hoseok se le notaría siempre la tristeza y el enrojecimiento en la nariz por haber llorado.

Ladeó la cabeza para observarlo con detenida inocencia, dibujando, irónicamente, una sonrisa maliciosa en sus labios. El novicio se tocó la mejilla y sonrió a medias, lucía avergonzado.

—Tal vez —respondió.

—No tiene por qué mentirme.

—No le miento.

—Sí lo hace.

—Sí —aseguró Hoseok—. Tal vez no pretendo andarle contando mis problemas a desconocidos.

Yoongi entornó la mirada y eliminó cualquier expresión en su rostro para murmurar un «auch». Guardó silencio. Lo que en algún momento pareció una oportunidad para acercarse a Hoseok y decirle que estaba mejorando sólo para agradarle, terminó en un pequeño punto de dolor en sus costillas por la misma razón: quería agradarle a alguien a quien, de por sí, no le agradaba para nada.

—Podemos dejar de ser desconocidos, señor Jung. —Pero claro que no iba a rendirse. Yoongi se estaba esforzando demasiado para hacerlo tan pronto—. ¿No le parece?

Sus palabras tomaron a Hoseok por sorpresa, lo divisó en su rostro y en el gesto nervioso que ejerció con sus manos frotándose entre sí

—Bueno... —vaciló—, supongo.

La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora