23

140 50 5
                                    

[⚠️]

23

Febrero, 1952.

Fue fuerte.

Fue fuerte dentro de todas sus posibilidades.

Fingió victoriosamente aquel día en que echó a Hoseok de su casa. Lo dejó partir sin chistar, sin mostrar una pizca de arrepentimiento por su decisión.

Fue fuerte, porque logró volver a sonreír de alguna manera, aunque le sabía siempre a mentira.

Logró ir a clase y ver a Taehyung antes de las vacaciones, sin problema alguno.

Hizo nuevas promesas y trabajó por ellas.

Prometió perdonar los errores de su madre y el daño que le causó a su familia. Lo cumplió.

Prometió aceptar su nueva vida basada en mentiras por su «propio bien». Lo cumplió. En dos días iba a casarse.

—Deberías regresar a la terapia —sugirió Yejun acariciando su mejilla—. Te hará bien para sobrellevar esto.

—Ya no la necesita —sentenció su madre haciendo a Yejun a un lado, como siempre desde la última discusión—. ¿Cierto?

Yoongi les sonrió a ambos.

—Cierto —concedió—. Estoy bien, padre.

Su madre le sonrió de vuelta, acomodó su corbata y le besó la mejilla.

—¿A qué hora llegarás a casa? —preguntó y acarició la mejilla que besó.

Es que nadie logrará imaginar lo difícil que fue para Yoongi: prometer, perdonar y aceptar tantas cosas en tan poco tiempo. Sin embargo, fue algo que lo mantuvo en paz hasta ese día.

Aquel era un día diferente.

—Para la cena —respondió—. Taehyung y yo hemos quedado para pasar el rato.

—¿Seguro?

—Madre...

—Lo siento. —Hizo una mueca de disculpas—. Ve, ve. —Yoongi asintió y emprendió su camino. Al tomar el pomo de la puerta, su voz lo interrumpió—. Hijo. —Giró a verla y alzó las cejas—. Te quiero.

Volvió a sonreír.

—Y yo a ti. Adiós.

—Ve con cuidado —dijo Yejun.

Con la cabeza en alto e ignorando a Ludwig en la salida de la mansión, Yoongi se dirigió hacia el parque abandonado donde Hoseok y él mantuvieron sus primeros encuentros.

Recordar días tan bonitos le producía alegría. Era de la poca que le iba quedando. Sólo recuerdos. Aquella mañana se propuso sólo recordarlo en los buenos días. Cuando todo parecía irreal y para siempre. A pesar de que el único para siempre que le quedó fue su amor por él.

Parecía tan cercano el día en que llegó corriendo a su clase de auditoría y se topó con aquel hombre desconocido de cabello blanco. El nuevo siervo del hombre que tanto odió. Aprendió tanto acerca de sí mismo, gracias al novicio de ojos azules, y lo conoció tanto como se lo permitió. Cada cosa que le recordaba a Hoseok lograba sacarle una sonrisa.

Su vida se mantuvo en marcha, aun con un estanque vacío. Ese vacío que él decidió dejarle, porque llenó el suyo y se marchó cuando se lo pidió. No obstante, ya no lo culpaba, tal vez él hubiese hecho lo mismo si tuviese una mínima pizca de amor y respeto propio.

El parque lucía como siempre. Sí, seguía siendo una buena descripción gráfica para su vida. Inerte, árido, sucio, destrozado. Se sentó en el mismo banco donde juntos estuvieron hacía un año. La noche, la lluvia, su sonrisa. Saboreó las memorias, alcanzando la risa. Estaba riendo. En su imaginación, Hoseok reía a su lado. Necesitaba que lo detuviese y llorase con él hasta que el dolor cesase. No importaba si debía casarse aún, sólo quería que estuviese cerca.

Odiaba tanto haberlo alejado.

Lo odiaba tanto.

Jamás sería su hermano. Jamás sería alguien relacionado a él. Sólo era Jung Hoseok, el patético novicio que alguna vez cayó en la tentación y pudo recuperarse. Ya estaba de la mano de su Dios una vez más. Mientras él se pudría.

Acomodó su bolso sobre sus piernas. Dentro se encontraba la razón por la que fue hasta ese sitio. El único lugar donde nadie podría impedirlo y donde sería ligeramente más difícil encontrarlo a tiempo. La navaja entre sus manos prometía algo que sí podía cumplir: acabaría con el sufrimiento tan rápido como de forma perpetua lo hizo cada vez que lo necesitó, y aquella vez perduraría.

¿Cabe duda de lo fuerte que fue?

Pero ya no más.

Yoongi no soportaba un día más.

Por eso, aquel era un día diferente.

Temía tanto fallar. De volver al ciclo. De volver a ser juzgado por intentar hacer algo que necesitaba con desesperación. Decepcionó a tantas personas a lo largo de aquellos últimos años. Esa sería la última vez. Ya todos podrían descansar de él. Incluso él mismo.

Liberó su antebrazo triunfante de una de las mangas del abrigo y el saco que llevaba puestos. Desabotonó la manga de la camisa y la subió, lo suficiente para dejar al descubierto la pálida piel que tanto necesitaba destrozar. El frío de la tarde entrante se abrazó a su piel desnuda, entumeciéndola casi al instante, una pequeña ayuda para continuar en su línea de valentía. Con la nueva oleada de temperatura en el cuerpo, el frío de la navaja casi no se sintió al colocarla sobre aquella cicatriz que reabrió varias veces antes de manera fallida. Las manos le temblaban, quizá por el clima, tal vez por miedo. Puede que ambos.

Al ejercer la primera leve presión, Yoongi se detuvo. No porque quisiese, sino por las piedrecillas que resonaron directo contra sus oídos al estar bajo los pies de alguien.

Y luego, la voz.

Esa voz.

—¿Yoongi?

—¿Yoongi?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La fragilidad de un nudo ✄ yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora