Yoongi casi había llegado a su remolque cuando una botella de cerveza se estrelló a su costado a pocos centímetros de su cabeza, cerveza y restos de vidrio le golpearon la piel. Yoongi se hubiese sorprendido de no ser por las pequeñas píldoras rosa que Tzuyu le había dado. No era la primera vez que le tiraban una botella a la cabeza, ni siquiera era la primera de ese mes. La clientela de los clubes baratos de striptease a menudo tomaba malas decisiones.
—Hey, pequeña mierda. No huyas de mí.
Hanbin lo giró a la fuerza y lo empujó contra el remolque, su cabeza se golpeó con tanta fuerza como ver esas pequeñas estrellas de los dibujos animados. —Hola, Hanbin, ¿Cómo estás? —preguntó Yoongi con una risita escapándose de sus labios.
Debían lucir graciosos para los observadores externos. Hanbin era treinta centímetros más alto y cincuenta kilos más pesado, y su mano regordeta alrededor de la garganta de Yoongi podría haberle rodeado el cuello con facilidad si él no estuviera presionado contra el revestimiento metálico del remolque.
El estómago de Yoongi se agitó ante el hedor de sudor, cerveza y mal aliento que salía de Hanbin, quien estaba a una pulgada de su rostro. —¿Tú lo tomaste?
Yoongi arrugó el ceño, luego parpadeó y se forzó a sí mismo a concentrarse. ¿Qué tenían esas píldoras? —¿Tomar qué cosa?
Echó la cabeza hacia atrás cuando Hanbin le propinó una bofetada en la cara con la suficiente fuerza como para hacer que el mundo girara. —Mi mochila, ¿tú la sacaste de mi oficina?
Yoongi podía sentir como sonreía y luego soltaba una risa, no podía detenerse. —Ni siquiera trabajé esta noche. Salí con mis amigos. ¿Por qué me habría de robar una mochila? —Consiguió tornar su expresión en una seria —. ¿Qué había dentro? ¿Tu sentido del humor?
Por segunda vez, Hanbin lo abofeteó.
—Si sigues haciendo eso, voy a obligarte a que me pagues la cena. —Yoongi bufó mientras que se lamía los dientes superiores en son de burla. Tropezó cuando Hanbin lo soltó con brusquedad.
—Tu padre era un amigo mío, pero estás poniendo a prueba tu suerte. Si descubro que fuiste tú, te enterraré en esta hojalata a la que llamas hogar. ¿Me estás escuchando, hijo de puta?
Antes de que Yoongi fuera capaz de formular una respuesta, Hanbin se dio la vuelta y se dirigió hacia la entrada del club.
Yoongi se las arregló para entrar en el remolque marca Airstream después de empujar la débil cerradura. Dio otra mirada breve a través de la ventana para así poder asegurarse de que Hanbin se había retirado, antes de dirigirse hacia el feo sofá de flores que se hallaba en la pequeña sala de estar y levantar el cojín, sacando de su escondite una fea mochila de camuflaje.
Hanbin era un maldito idiota. Yoongi había robado la mochila la noche anterior mientras que él se pasaba el tiempo follándose a sus bailarinas sin darse cuenta de que faltaba el objeto en cuestión hasta veinticuatro horas después del suceso. Yoongi sabía exactamente lo que había dentro: un montón de dinero falso en efectivo, un revólver Ruger de punta chata, algunos trozos de papel y sus llaves.
Las llaves eran lo que había estado buscando. Ya les había hecho moldes y estos mismos había llevado a Kevin de la tienda de llaves para que les hiciera unas copias. También fotocopió la licencia de Hanbin, con la esperanza de que la dirección que allí figuraba estuviera actualizada. En algún lugar dentro de la casa de Hanbin estaba la clave para resolver el misterio de Yoongi. Un escalofrío le sacudió todo el cuerpo, como si alguien estuviera caminando sobre su tumba.
Había planeado dejar la mochila en donde la había encontrado, pero Tzuyu y su novia lo habían convencido de que fuera con ellos al club. Beber, bailar y salir de fiesta parecía una perspectiva mucho mejor que sentarse dentro de su destartalada casa rodante y obsesionarse con su proyecto actual. Tampoco se arrepentía de esa decisión. Si no hubiera salido, nunca habría besado a Jungkook, ni sentido sus manos en el rostro, ni él lo hubiese mirado con la misma intensidad abrumadora de la primera noche en que se encontraron.