—Gracias por acceder a reunirse conmigo, Dr. Jeon.
Jicheol arqueó una ceja mientras estudiaba a la joven sentada en la cabina andrajosa frente a él. Decir que accedió a reunirse con ella era algo exagerado. Forzado sería más apropiado. La cafetería estaba casi desierta. La gente no quería comer en un lugar con una iluminación tan pálida, cabinas de vinilo agrietadas y suelos de vinilo que sonaban como velcro cuando caminabas sobre ellos. Alguna vez, el lugar probablemente había sido vibrante, pero ahora era solamente un caparazón de lo que antes había sido. Una cafetería que el tiempo olvidó. El olor a café pasado, grasa y tortitas no era tan desagradable, pero parecía abrumador.
Afuera, se desataba una tormenta feroz, la condensación empañaba las ventas y hacía que el exterior pareciera algo postapocalíptico cuando un rayo cayó e iluminó todo al otro lado del vidrio. El trueno retumbó siniestramente y rodó hacia ellos antes de disiparse de nuevo, creando un acogedor bolsillo de anonimato alrededor de la cabina trasera en donde estaban sentados.
Jicheol había pensado mucho en el tipo de persona que se atrevería a chantajearlo, pero ni una sola vez se habría imaginado que sería la chica sentada frente a él. Era joven, pero poseía cierta cautela, un cinismo grabado en su mirada acerada que hizo que Jicheol se sintiera curioso e incómodo a la vez
Vestía como cualquier adolescente normal: jeans y una camiseta de KISS, una sudadera negra desabrochada con la capucha levantada, dejando visible solo una franja gruesa de flequillo negro como la tinta. Estaba pálida, su piel no era clara es solo que parecía carecer de luz solar. Tenía unos ojos azules como de lobo siberiano y un puñado de pecas en la nariz perforada. Le recordaba a su hijo menor, Junseop, aunque ella era mucho mayor.
Parecía... no nerviosa, exactamente. Más bien resignada. Como si no le gustara lo que estaba haciendo, pero no tuviera otra opción. El chantaje era algo tedioso, sin duda. Él había esperado que su chantajista fuera una enorme figura macabra llena de malicia y rabia. Jicheol podría haber lidiado con eso fácilmente. Pero esto... Esto era mucho más desconcertante. No había nada más peligroso que alguien que no tenía nada que perder, y ella parecía no tener nada que perder.
Cuando ella no continuó, Jicheol dijo:—¿Qué puedo hacer por ti...? — Dejó que la pregunta se demorara, con la esperanza de que ella llenara el espacio en blanco, pero ella solo quedó mirándolo hasta que él preguntó:— ¿Tienes un nombre?
Arqueó una ceja bien cuidada y una pequeña sonrisa se curvó a través de los labios carnosos coloreados en un tono de rojo como la sangre seca.
—¿No todo el mundo tiene uno?
—¿Puedes decirme el tuyo? —Jicheol instó.
Ella lo pensó por un momento.
—Puede llamarme CL.
Jicheol ladeó la cabeza.
—¿Porque ese es tu nombre, o porque no quieres decirme tu nombre real?
—Sí —dijo, deliberadamente obtusa.
Jicheol entrelazó los dedos sobre la mesa de madera entre ellos, plagada de marcas.
—¿Cómo puedo ayudarte, CL?
La mujer metió la mano en su bolsillo y sacó una foto, azotándola en la mesa entre los dos. Era la foto de un niño. Claramente estaba relacionado con ella. Tenía los mismos ojos azules y pecas de ella, aunque su cabello era de un castaño cálido, no negro como la tinta. Podría tener entre cinco y seis años.
Jicheol frunció el ceño, tomó la foto y la examinó de cerca. Había algo... reptil en su mirada, una astucia calculadora que hizo que el vello de los brazos de Jicheol se erizara. Estaba demasiado familiarizado con esa clase de mirada.