El trayecto hasta la casa de Jerry Jr. se había convertido en una especie de vigilancia. No porque Yoongi hubiera conseguido hacer cambiar de opinión a Jungkook sobre el momento, sino porque la mencionada paja se convirtió en una mamada y, por una vez, Yoongi parecía haber llevado a Jungkook al punto de la distracción. Lo suficiente como para que se detuviera, de todos modos.
La mamada en el auto fue un poco dolorosa. La consola central se le clavaba en las costillas, y se sentía un poco como un contorsionista con el culo casi en el aire mientras se la chupaba a Jungkook. Pero cuando Jungkook lo había mirado de esa manera que hacía que Yoongi se sintiera sonrojado y tembloroso, supo que nunca importaría lo dolorosa que pudiera ser la petición de Jungkook. Siempre lo haría.
Y así fue como acabó con las manos de Jungkook apretadas en su pelo, sujetándolo para que pudiera follar dentro de su boca, canturreando cosas excesivamente sucias a Yoongi, hablándole de toda la gente que podía verlo –que podía verlos– allí mismo, a plena luz del día, mientras Yoongi se ahogaba con su polla como la putita perfecta.
Su puta perfecta.
A Yoongi nunca le habían gustado los insultos ni las humillaciones, pero cuando Jungkook lo decía, no había nada de humillante en ello. Era el mayor de los elogios. Yoongi era una puta para Jungkook. Solo para Jungkook.
Sabía que la charla era tanto para la excitación de Jungkook como para la de Yoongi, al igual que sabía que era imposible que alguien viera más allá de los cristales tintados ilegales de Jungkook, pero eso no hacía que el pensamiento fuera menos caliente.
Para cuando Yoongi se tragó el semen de Jungkook, le dolía la garganta y le lloraban los ojos, pero no le importaba. Ver la mirada de Jungkook –esa mirada de asombro y conmoción que Jungkook tenía cuando estaba borracho por haberse corrido, la forma en que miraba a Yoongi como si fuera afortunado de tenerlo... que era un regalo y no una maldición– solo se sumaba a la embriagadora experiencia que era el sexo con Jungkook. Hacía que Yoongi se sintiera poderoso e indefenso a la vez.
Aunque el primer viaje a casa de Jerry no había servido de mucho, habían confirmado que vivía allí con sus padres y, con la ayuda de CL, habían averiguado que había un sistema de seguridad y cámaras. Por qué eso solo no era prueba suficiente para Yoongi de que ese tipo era culpable, no lo sabía. Jungkook se había reído de su razonamiento, pero a Yoongi no le hacía ninguna gracia. El tal Jerry era sospechoso.
Aun así, habían vuelto para hacer su debida diligencia y llevar al Consejo Jeon algún tipo de prueba contundente de que torturar a este tipo era lo correcto. Estaba oscuro. El turno de Jerry terminaba dentro de una hora, así que tenían que moverse rápidamente. Por suerte, la noche estaba de su lado.
La luna nueva traía consigo una oscuridad casi total, la cubierta de nubes oscurecía las estrellas en el cielo. No había más luz que la de una única farola amarilla situada tres casas más abajo. Parecía que los padres de Jerry vivían en la parte superior de la casa. Jungkook parecía seguro de que descubrirían que Jerry vivía en el sótano. Yoongi no se preguntó cómo había llegado a esa conclusión.
—Realmente espero que sepas lo que estás haciendo — murmuró Yoongi—. De verdad que no quiero que me metan en la cárcel por robo. No me irá bien en la cárcel.
Jungkook le dio un largo y prolongado beso, su voz baja y sexy de una manera totalmente inapropiada dado lo que estaban a punto de hacer.
—No sé. Hiciste un gran trabajo fingiendo ser un preso la otra noche —Sus labios se arrastraron desde su mandíbula hasta el lóbulo de su oreja, mordiendo lo suficientemente fuerte como para que Yoongi se estremeciera—. Pero si trataras de intercambiar favores con los guardias en la vida real, tendría que matarlos. A todos ellos. No creo que quieras ese tipo de sangre en tus manos. ¿Verdad, Lois?